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La investidura fallida de Sánchez: Rivera tiene una segunda oportunidad

Fuentes: Cuarto Poder

Para David Hernández La política realmente existente tiene mucho de juego de estrategias, de maniobras, de fintas más o menos explícitas, con la finalidad siempre de ganar posiciones, de debilitar a los competidores y de neutralizar a aquellas fuerzas que se consideran fundamentales para impedir un determinado objetivo. Esta fallida investidura del candidato del PSOE […]

Para David Hernández

La política realmente existente tiene mucho de juego de estrategias, de maniobras, de fintas más o menos explícitas, con la finalidad siempre de ganar posiciones, de debilitar a los competidores y de neutralizar a aquellas fuerzas que se consideran fundamentales para impedir un determinado objetivo. Esta fallida investidura del candidato del PSOE tiene mucho de juego de estrategias. Todos sabíamos que la posibilidad real de que Sánchez terminara siendo presidente del Gobierno era muy remota. La pregunta es pertinente: ¿por qué lo hizo?

Sánchez fue muy ágil y se aprovechó del conservadurismo de un Rajoy que se niega a asumir riesgos. A partir de ahí, todo fue una operación muy pensada y perfilada. Sánchez era un producto –lo he dicho varias veces– con fecha de caducidad y con un poder de negociación muy limitado por los barones y, sobre todo, por la baronesa del sur. Ha actuado con inteligencia y, a veces, hasta con coraje. Nada tenía que perder. El candidato del PSOE tenía dos objetivos fundamentales: desgastar a Podemos y reforzar su liderazgo en el propio partido. Las dos cosas son en el fondo una.

El método casi siempre acaba determinando el contenido. Sánchez nunca pensó pactar con una formación como Podemos en sentido estricto, es decir, acordar un programa común y un Gobierno capaz de ejecutarlo. No era una cuestión de aritmética, sino de política pura y dura, por eso prefirió acordar el programa con Ciudadanos y desde él ofrecérselo a Podemos y a las demás fuerzas, en lo que no era otra cosa que un contrato de adhesión. Si Podemos aceptaba -se sabía que no era posible- se convertía en una fuerza subalterna asociada a un proyecto político neoliberal; si no lo aceptaba, aparecería como la fuerza que sostenía a un desacreditado gobierno de derechas encabezado por el señor Rajoy y permitía al PSOE volver a un conocido discurso: «la pinza».

Sánchez ha salido de esta aparentemente más fuerte en lo interno y mejor posicionado en lo externo. Esto también tiene fecha de caducidad. Nunca el PSOE ha hecho pactos con la izquierda en base a un programa alternativo al neoliberalismo dominante. Su fuerza, su centralidad como partido del régimen, reside en la perpetuación del bipartidismo, es decir, en un modo de organizar el poder que no ponga en cuestión a los que mandan y no se presentan a las elecciones. Cada vez que ha tenido oportunidad de pactar a su izquierda ha preferido siempre acuerdos explícitos con las derechas nacionalistas e implícitos con el poder, con el PP. Para decirlo de otra manera, la eficacia del discurso del «voto útil» que como un mantra se repetía incansablemente en todas las campañas electorales, se basaba en el bipartidismo político reforzado por un supuesto eje derecha-izquierda. Al final, todo era claro y diáfano: si votáis a Izquierda Unida -casi siempre esa era la alternativa- no solamente perdéis el voto en la mayoría de los territorios del Estado sino que la derecha ganará o volverá a ganar. Así más de 30 años. Todo esto cambió con Podemos. La trampa era antes la misma que ahora: la derecha no ganaría si hubiese un acuerdo del PSOE con IU o con Podemos. Siempre fue así. Este es el paso que nunca dará el PSOE mientras sea una de las dos patas del sistema de partidos dominante en España.

Hay una sensación bastante extendida de que el triunfador de este juego de estrategia ha sido Rivera. Coincido con la apreciación. Los dos protagonistas de esta semana -las paradojas son parte también de la política real- salieron muy debilitados de las elecciones generales y tienen una obsesión común: evitar repetirlas, cueste lo que cueste. Este es su punto central de acuerdo con los que mandan y no se presentan a las elecciones, es decir, con los grupos de poder económicos. En muchos sentidos ha sido una coalición entre debilidades, un PSOE que obtiene los peores resultados de su historia reciente y un Ciudadanos que sacó muchos menos votos de los esperados y que, además, dio una enorme sensación de que se había agotado como proyecto político.

Rivera y Sánchez tenían mucho que ganar en esta partida y ejecutaron un guión escrito en otra parte y lo pusieron en práctica con un amplísimo dispositivo comunicacional. Pocos han sido los medios que directa o indirectamente no han apoyado esta oferta política y no han dejado de denigrar a aquellos que se oponían a ella. En el centro, siempre Prisa y sus intelectuales de cabecera. Éstos han cumplido con orden, con mucho orden y con férrea disciplina aquello que se esperaba de ellos: alinearse con los que mandan y vejar con todo tipo descalificaciones a Podemos y a su entorno, siempre -en esto son sabios- buscando las rendijas de la división, ofreciendo salidas honrosas y el amparo a las actitudes «responsables». En el fondo, es tan viejo como el mundo: ellos siempre elegirán el orden de los que mandan frente a la justicia para las mayorías.

Podemos ha afrontado el reto con dignidad y buenas dosis de inteligencia. Ha intentado adelantarse -no siempre con éxito- a los acontecimientos evitando la disgregación de su base electoral y política, pasando a la ofensiva cuando era posible, aminorando los costes de una estrategia que sabían que era especialmente peligrosa, porque ellos eran el verdadero objetivo a batir por la coalición Ciudadanos-PSOE. Había varias opciones posibles y todas ellas con sus lados positivos y negativos. La propuesta de Pablo Iglesias puso el acento en la diferenciación, y evitando, en la medida de lo posible, «el abrazo del oso». Nunca se hace política en abstracto y quizás pesó mucho en esta decisión la inmadurez de las propias fuerzas, la dispersión y los vínculos, aún débiles, con los territorios; defender lo ganado antes que perderlo frente a un enemigo más fuerte y con más recursos políticos-organizativos e intelectuales.

La partida sigue abierta. Estos dos meses que quedan van a parecer muy largos y -es lo decisivo- todo puede pasar. Cuando digo todo, es todo, incluidos elementos catastróficos. Rivera, desde la centralidad ganada, va a seguir el guión ya escrito por los intelectuales orgánicos de los poderosos. Ahora su objetivo es el PP. La apuesta del líder de Ciudadanos fue muy arriesgada, ni más ni menos que pedir la sublevación del PP contra su secretario general y previsible candidato a la presidencia del gobierno. El partido mayoritario de la derecha, el PP, no parece que esté por la labor; sabe que si el partido se divide se rompería en mil pedazos y en esto -como en otras facetas de la vida- resistir es vencer. Siguen confiando que en una nuevas elecciones no solo no perderían sino que podrían debilitar a Ciudadanos y que el resto de las fuerzas pagarían el coste de la ingobernabilidad del país.

Para la oligarquía dominante la clave está en la gobernabilidad, en su control sobre el sistema político en su conjunto. Hay que evitar nuevas elecciones generales. El riesgo que no están dispuestos a asumir es que Podemos se convierta en la oposición legal y efectiva, que el PSOE se siga debilitando, dividiendo y rompiéndose, acumulando fuerzas a favor del partido de Pablo Iglesias y que su partido, que Ciudadanos, que tanto esfuerzo, dinero y medios les ha costado, se acabe convirtiendo en un partido marginal.

La batalla es y será decisiva. Nada está garantizado. Por lo pronto Ciudadanos/PSOE han dado un paso hacia adelante muy significativo: negociarán juntos con el PP, con Podemos y las demás fuerzas políticas, es decir, pasan de un programa común más o menos coyuntural a un frente político dotado de una táctica y estrategia electoral unitaria. Rivera y Sánchez ligan sus destinos más allá de lo coyuntural.

Si algo sabemos es que el tiempo no es lineal, que se comprime y se acelera marcando los periodos de normalidad y de excepción. Estos dos meses serán muy largos, larguísimos. Los dispositivos espacio-temporales se comprimen y saltan, rompiendo viejas regularidades y exigiendo mucha lucidez. Pensar históricamente la coyuntura presente, valorar la correlación de fuerzas con dolorosa objetividad y saber dónde intervenir y cómo será la tarea del momento. Todo menos la pasividad.

Fuente: http://www.cuartopoder.es/cartaalamauta/2016/03/07/la-investidura-fallida-sanchez-rivera-una-segunda-oportunidad/308