Encontré el otro día por casualidad el libro Mentira y sueño de Franco (Fondation Archives Antonio Saura/Editions Medecine et Hygiène, 2017), basado en una colección casi homónima de 41 litografías de Antonio Saura. No conocía la obra, pero desde el primer momento me atrapó, razón por la que decidí hacerme con él. Realizada entre 1958 […]
Encontré el otro día por casualidad el libro Mentira y sueño de Franco (Fondation Archives Antonio Saura/Editions Medecine et Hygiène, 2017), basado en una colección casi homónima de 41 litografías de Antonio Saura. No conocía la obra, pero desde el primer momento me atrapó, razón por la que decidí hacerme con él.
Realizada entre 1958 y 1962, Saura la tituló Mentira y sueño de Franco. Una parábola moderna. El libro la reproduce en su totalidad, pero incluye algunos textos que ayudan a comprenderla mejor. Cuenta con una breve «Nota del editor», de Olivier Weber-Caflicht; un texto de presentación que el propio Saura escribió y publicado en 2009, cuando se dio a conocer por primera vez esta obra, varios años después de su muerte; una introducción de Bartolomé Bennassar, titulada «La mirada de un historiador»; y los comentarios de cada una de las obras hechos por el recién fallecido Eduardo Arroyo (traducidos al inglés al final del libro), que llevan el título «Flexible con pluma de perdiz». Este mismo artista es quien ha confeccionado la portada, consistente en un collage donde mezcla una imagen fotográfica de la cabeza de Franco y el fragmento de una de las obras de Saura, con la que recubre sus ojos.
Detenerse en cada una de las litografías es impactante. En muchas resulta fácil entender su significado, pese al estilo tan enrevesado de Saura, pero en otras es necesario dejarse llevar por las descripciones que hace en mayor medida Arroyo, amigo y gran conocedor de la obra de Saura, y Bennassar. De éste podemos aprovechar mejor el contexto en que se inscribe tanto su realización (en plena dictadura franquista, unas dos décadas después de la guerra) como los momentos que se reflejan en la serie (la guerra, los primeros años de la postguerra y el presente).
Arroyo nos lleva a una vorágine de ideas e impresiones, sintetizadas en 16 textos, en los que nos desentraña la naturaleza y las manifestaciones de esa España negra triunfante en 1939, llena de militares, curas, obispos y señoritos, con Franco a la cabeza. Todo un mundo que Saura no tuvo reparo en reflejarlo de una forma iconoclasta e irreverente, como señala Weber-Caflicht. Tampoco tuvo reparos se dejarse llevar libremente por sus obsesiones sexuales, escatológicas y sacrílegas, entre las que incluyó tanto a Franco como a la primera dama del régimen, Carmen Polo.
Estamos ante un trabajo que alude en su título a otro de Pablo Picasso, «Sueño y mentira de Franco», formado por 18 viñetas que realizó en los primeros meses de 1937, antes de que pintara su «Guernica». Coinciden en el carácter satírico y, en cierta medida, hasta en el estilo. Del artista malagueño Saura toma el descaro en la representación de atributos sexuales, irreverencias religiosas, mitos, tradiciones…
Yendo más lejos, la obra de Saura también tiene raíces en los grabados de Francisco de Goya (Los caprichos, Los desastres de la guerra y Los disparates) y en los frescos de las Pinturas negras. Se nutre de esas obras, si no tanto del estilo, sí del hondo dramatismo, y a veces de la sátira, que contienen. Es lo que se ve en «Detrás, en la esperanza», donde se agolpa una multitud de personas anónimas y aterradas que desprenden una sensación de desesperanza. En «Pequeño Saturno, devorado-cerrado», con la presencia de una gran araña que se ha apropiado de España para devorarla y/o encerrarla en una gran prisión. Y en «Blanco muro de cal» y «Blanco muro de España», en los que evoca los versos que el poeta granadino dedicó al torero Ignacio Sánchez Mejías en su conocido «Llanto» y que con seguridad enlaza su trágico final con lo ocurrido a quienes perdieron la guerra.
No faltan otras fuentes de inspiración, como las que provienen de artistas de otras épocas. Lo hace con el renacentista alemán Holbein, del que transforma una de sus danzas macabras, de la Danza de la muerte, en «Concibió la esperanza». O con los barrocos españoles Velázquez, Zurbarán o Ribera, de los que toma sus Cristos crucificados para convertirlos en «Como un solo hombre» (1 y 2). Y siguiendo con el tema de la cruz, ¿qué hay de «¡Sexo-cruz, despierta!»? ¿Estaría inspirado en el retrato que Rigaud hizo de Luis XIV, el rey absoluto por excelencia? ¿Lo estaría en la recreación que Francis Bacon, contemporáneo de Saura, hizo del retrato del papa Inocencio X, de Velázquez?
Ya en el siglo XX «Temblor del instante: Capa viendo al miliciano de la camisa blanca» reproduce la icónica imagen «Muerte de un miliciano» del fotógrafo húngaro Robert Capa. «Despertar de la bella durmiente, o un triste relámpago», por su parte, está inspirado en una performance representada en la Exposición Internacional del Surrealismo que había coordinado André Breton y que se celebró en París en el periodo que Saura creaba sus litografías.
Los títulos no son producto del azar, llegando a introducir Saura palabras o versos completos de poemas y canciones. Además de los ya referidos «Blanco muro de cal» y «Blanco muro de España», de García Lorca, en «Rocío, capullito florecido» se reproducen los de una conocida canción de Rafael de León. En «Volverá a reír la primavera» y en «Manchado deseo de otoño: otra vez volverá a reír la primavera» hay ecos de la letra del himno falangista «Cara al sol», escrita por José Mª Pemán. En «Bésame mucho» se apropia de una conocida canción de la compositora y cantante mexicana Consuelo Velázquez, interpretada por la entonces famosa Sara Montiel. Y en «Campos de soledad, mustio collado» (1, 2 y 3), se reproducen versos del poema «¡A las ruinas de Itálica», de Rodrigo Caro, con una posible alusión oculta a Los grandes cementerios de la luna, de George Bernanos. ¿Acaso en estos campos llenos en su interior de fosas colectivas, verdaderos cementerios anónimos, no estaba Saura antecediéndose al movimiento de recuperación de la memoria tan presente desde los últimos años?
El cine también está presente en los títulos, como lo hace en «¡A ti la legión!» (1 y 2), alterando el inicial pronombre «mí» de la obra de Juan de Orduña. Como lo está, así mismo, la música clásica española en «Noche de los jardines de España: el precio del esfuerzo», donde Saura reduce al singular la primera palabra de una composición de Manuel de Falla, exiliado finalmente a Argentina, y de cuya obra Joaquín Turina dijo que se trataba de la composición más triste del artista gaditano. Y está, en fin, la novela, esta vez con William Golding, como ocurre en «El Señor de las Moscas», donde identifica a Belcebú con el dictador, calificándolo de esa manera tan categórica.
Los demás títulos aluden, con mayor o menor grado de claridad, a personajes, instituciones, mitos o aniversarios del universo franquista, sin que falte la alusión a una de las aficiones preferidas de Franco. Se encuentran en «¡Viva la muerte!», dedicado a su primer mentor-protector, José Millán-Astray. «¿Brazo o mano? Santa Teresa en la mesilla de noche como perpetuo socorro», representación de una de las obsesiones de Franco que le sirvieron para legitimarse desde la religión. «Estos son mis poderes», rememorando la famosa frase que se dice que pronunció el cardenal Cisneros mientras exhibía sus cañones. «Alzamiento Glorioso», evocador del 18 de julio de 1936, con un Franco montado sobre un caballo-crustáceo. «Burgos aclama al Generalísimo de las Fuerzas Nacionales», cuando acabó concentrando los poderes militar y político en octubre 1936. «Amanecer en los luceros: décimo aniversario», conmemorando la efemérides del inicio de la guerra. «Energía vital, 1953, primer Consejo Nacional de Falange Española Tradicionalista y de las JONS», donde Franco aparece flanqueado por dos ministros de la Iglesia. «1961: aniversario de la exaltación a la Jefatura del Estado.¡Mi pulso no temblará!», que empieza narrando un acontecimiento y acaba con una frase de Franco atribuida por su primo Francisco Franco Salgado-Araújo. «La pequeña sensación o mal augurio: un estrecho paso» y «El atún», retratado como alguien que es más que un simple aficionado a la pesca, siendo sus capturas una metáfora de sus víctimas.
La esposa de Franco cobra una gran relevancia en la serie. Por el número de veces en que aparece (hasta 6, según Bennassar) y por la forma como es representada. Sola, en forma de busto, en «La Señora», con una peineta que parece un abanico sobre la cabeza y un escote que deja ver dos pequeños pechos. Acompañada por su esposo o viceversa está en «Viviremos en familia, junto a los nietos de la Patria», «Bésame mucho», «En seco jinete cabalgando, rápido y certero, por el Imperio hacia Dios» y «1961: aniversario de la exaltación a la Jefatura del Estado. ¡Mi pulso no temblará!».
Distintos son otros dos retratos, en cierta medida enigmáticos y ambiguos. El primero de ellos es «Estos son mis poderes», donde la figura, inicialmente femenina, está ataviada con una peineta y aparece flanqueada por un fusil, a la derecha, y un hueso, a la izquierda, con sus manos sosteniendo una cruz, en la izquierda, y una persona colgada, en la derecha. Para Bennassar se trata de un Jano Bifronte, pero ¿por qué con la peineta propia de doña Carmen? ¿Acaso las dos caras no podrían corresponderse con cada componente del matrimonio, haciendo de la peineta femenina una alusión sarcástica a la sexualidad del dictador?
El segundo retrato es «Ahora o nunca», con un personaje defecando sentado en su trono. Su pelo nos lleva a pensar que pueda ser una mujer, pero el hecho de que esté sobre un trono quizás nos pueda llevar al dictador. ¿Estamos de nuevo ante la ambigüedad sexual de su figura?
Pese a lo osado e irreverente del contenido y las formas de la obra, Mentira y sueño de Franco nunca fue publicada en vida de Saura. ¿Cómo puede explicarse? Él mismo lo justifica con unas escuetas palabras: «motivos obvios». Aun así, reconoce que personalmente contribuyó a la lucha contra la dictadura, «casi siempre al margen de mi pintura». También, que esos dibujos «no hubieran podido surgir en otro momento y casi tampoco en otro lugar». Y en un acto de sinceridad añade que «lo restringido de su difusión los hizo inoperantes», dado que sólo pudo acceder a ellos un círculo reducido de personas.
Después de este recorrido me resulta difícil elegir una imagen entre todas que pueda sintetizar el conjunto de la obra. He optado, a pesar de todo, por «Despertar de la bella durmiente, o un triste relámpago». Quizás sea la que mejor nos dé una idea de lo que fueron las cuatro décadas de guerra y represión. Para Arroyo «la bella durmiente del bosque español aún seguía dormida y cuando despertó ya se la habían comido y solo quedaba una sombra apenas perceptible».
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