Desde el punto de vista de la izquierda la nueva convocatoria de elecciones para el próximo 26 de junio no es simplemente un nuevo ensayo para intentar mejorar posiciones electorales. Se trata de un nuevo tiempo, y para poder descifrar en que pueda consistir es necesario mirar con perspectiva las fases de la crisis económica […]
Desde el punto de vista de la izquierda la nueva convocatoria de elecciones para el próximo 26 de junio no es simplemente un nuevo ensayo para intentar mejorar posiciones electorales. Se trata de un nuevo tiempo, y para poder descifrar en que pueda consistir es necesario mirar con perspectiva las fases de la crisis económica y su correlato sociopolítico en España.
Una perspectiva de ocho años de crisis
Una primera fase se puede situar desde su inicio en septiembre de 2008 hasta mayo de 2010. Para ese momento la crisis lleva ya casi dos años haciendo estragos, fundamentalmente sobre la clase trabajadora que se encontraba enfrentada ante una intensa destrucción de empleoii, y los trabajadores se situaban a la defensiva, como suele ser habitual en esas situaciones. El gobierno estaba en manos del PSOE quién en una política de avestruz negaba la gravedad de la crisis, aunque tampoco recortaba los instrumentos del Estado de Bienestar que aún servían para contrarrestar parte del deterioro de la situación social. La izquierda, cuyo monopolio estatal representaba IU, no tenía expectativas de crecer electoralmente a pesar de la situación. Ni política, ni socialmente había una reacción ante la gravedad de la situación, posiblemente la explicación se encuentre en que el discurso del gobierno rebajando esa gravedad y creando la expectativa de que se trataba de una crisis pasajera había calado ampliamente, incluso entre los que ya sufrían los rigores de dicha crisis
La segunda fase se puede situar entre mayo de 2010 y diciembre de 2011 y vino caracterizada por tres elementos, el giro neoliberal del gobierno Zapatero ese mes ante las presiones de Bruselas; la irrupción del 15-M en las plazas y calles, disputando y desplazando el protagonismo de los trabajadores en los centros de trabajo, cuya reacción estaba siendo muy tibia, y creando un onda de choque política y social que aún tardaría en concretarse en la práctica; y las victorias electorales absolutas del PP que le otorgarían al final del ciclo electoral de 2011 un enorme poder territorial y nacional. El PSOE iniciaba su declive electoral, después de que el gobierno Zapatero sufriese una huelga general y la movilización indignada en la calle, sin embargo, IU no conseguía despegar electoralmente, había, como en la mayor parte de Europa, un divorcio entre el malestar social y las movilizaciones de un lado y la izquierda clásica de otro.
La derrota electoral inapelable del PSOE seguía la estela de otros gobiernos de distintos colores en toda Europa, pero lo difícil de explicar es que el giro se hiciese tan brutalmente hacia la derecha, sin apenas beneficios para la izquierda. Era evidente que se seguía en la vieja dinámica política de alternancia dentro del bipartidismo. La indignación en la calle o bien rechazaba la política (no nos representan) o bien no se sentía representada por la izquierda existente. Como apuntábamos, esto tampoco era una anomalía española. Tras el intenso ciclo de huelgas en 2010 en Francia contra Sarkozy, por ejemplo, el beneficiado político fue Hollande no la izquierda. La anomalía, en todo caso, la representaba Grecia con el ascenso de Syriza hasta alcanzar el gobierno.
La tercera fase corresponde a la del gobierno de mayoría absoluta del PP entre 2011-2015. En esta fase se intensifican las medidas contra las clases populares ya iniciadas con el anterior gobierno Zapatero desde mayo de 2010, la derecha se encuentra con un enorme poder político para aplicar un programa de medidas que hagan recaer sin concesiones los costes de la crisis en la clase trabajadora y lo aplica drásticamente ante la debilidad política de la oposición. Como consecuencia, la reacción defensiva va a tener lugar en el plano social, se produce una fuerte movilización contra ese programa de la derecha que se plasma en dos huelgas generales y, sobretodo, en movimientos extralaborales como las movilizaciones contra los desahucios, la defensa de los servicios públicos (las mareas) y la impugnación de la representación política (rodea el Congreso). Paralelamente crece el conflicto nacionalista en Cataluña que es a la vez un producto de la propia crisis económica y de la actitud prepotente de la derecha españolista que representa el PP. El impacto del 15-M se extiende en el plano social, con las movilizaciones citadas, y en el plano político con la aparición de Podemos y las candidaturas municipalistas, ambos fenómenos representan la canalización política de un malestar y movilización social que no terminaba de inclinarse por las organizaciones clásicas de la izquierda.
Esta fase se puede dividir en dos períodos casi temporalmente iguales, el primero concentró las medidas antipopulares del gobierno del PP y las movilizaciones más intensas. En el segundo período ambos aspectos se moderan mucho y se consolidan las reacciones políticas en el campo popular, las candidaturas municipalistas obtienen relativamente importantes éxitos en algunas de las principales ciudades de España, y en torno a Podemos se crea la expectativa de ser capaz de llegar al gobierno para revertir las políticas del PP. El desalojo del PP del poder territorial y nacional, y la llegada al poder de representantes de los intereses de las clases populares pareció iniciarse con las elecciones municipales. Se vislumbraba un final del bipartidismo y la política de alternancia característica de todo el período democrático moderno en España. La derecha política se encontraba en una grave crisis derivada de la intensa contestación social a sus políticas y, sobretodo, de la intensa corrupción que corroe al PP y, en esas condiciones, lanza una operación con el doble objetivo de contener la sangría electoral del PP y contrarrestar el ascenso de Podemos, es la operación Ciudadanos.
Podemos, por su parte, animado por los pronósticos de las encuestas se lanza a un triple objetivo complementario, terminar de hacer desaparecer a IU, sobrepasar al PSOE para convertirse en la alternativa real al PP, y alcanzar el gobierno. Estos objetivos se encuadraban en una perspectiva de regeneracionismo democrático (contra la corrupción política), apelación ciudadana (absoluto desapego de cualquier referencia clasista) y programa reformista (recuperación y blindaje del Estado del Bienestar). Estas eran las bases de la movilización de su electorado. Sin embargo, no consigue alcanzar ninguno de esos objetivos ni en las elecciones autonómicas ni en las generales del 20-D. Ni IU desaparece, aunque quede confinada a una representación marginal; ni sobrepasa al PSOE, aunque por poco y; sobretodo, queda muy lejos de ser un factor clave para formar gobierno, como mucho podía haber aspirado a un papel importante aunque subordinado en un gobierno encabezado por el PSOE. Sin embargo, en esta situación la operación Ciudadanos empieza a rendir sus servicios a la burguesía y consigue que un PSOE anclado en el socialiberalismo pueda elegirle como socio de un imposible gobierno, rechazando cualquier acuerdo con Podemos y el resto de la izquierda. Se cierra así una etapa breve pero intensa y la que debe abrirse va a tener otras características.
En el segundo período de esta última fase, el desafío nacionalista en Cataluña da un salto importante, pero insuficiente, al alcanzar un gobierno cuyo objetivo declarado es conducir un proceso hacia la independencia unilateral. La minoría electoral que apoya ese objetivo y el carácter contradictorio de las fuerzas políticas que sostienen al gobierno nacionalista hacen dudar a la burguesía catalana y el proceso se ralentiza, disminuyendo la tensión política que generaba.
La naturaleza de la nueva fase a partir de las elecciones del 20-D
Resumiendo la correlación de fuerzas en liza y su evolución se pueden constatar los siguientes aspectos. La derecha española ha sufrido un desgaste menoriii en estos cuatro años teniendo en cuenta las duras medidas sociales aplicadas durante el gobierno Rajoy, el ciclo de intensas movilizaciones en respuesta a ellas, y los inacabables casos de corrupción del PP; con muchos menos motivos en los tres aspectos el gobierno de Zapatero sufrió en 2011 un castigo más severo. Sin embargo, en una muestra más de la autonomía relativa de la política – de los partidos políticos – respecto a los intereses sociales que representan, la negativa del PP a aceptar un cambio de sus dirigentes para lavar su imagen de corrupción ha bloqueado las dos primeras posibilidades de gobierno, una estable basada en una gran coalición PP-PSOE-Ciudadanos, y otras más inestable de derecha pura PP-Ciudadanos (163 escaños sobre 176 de la mayoría absoluta).
La derecha ha optado en estos cuatro meses trascurridos desde el 20-D por una doble estrategia que la puede llevar a mantenerse en el poder en las elecciones de junio. De un lado, el PP ha optado por hacerse a un lado y evitar postularse a formar gobierno en el cálculo de que mantendría la fidelidad de sus votantes en unas segundas elecciones, como vienen confirmando las encuestas. De otro, Ciudadanos optó por una alianza para un gobierno imposible con el PSOE (130 escaños) con el objetivo de evitar la alianza del PSOE con Podemos e IU y conseguir rentabilizar su actitud en las encuestas, dato también confirmado. De esta manera se abre la expectativa que tras las elecciones de junio se forme un gobierno de derecha pura PP-Ciudadanos.
El PSOE ha jugado un papel fundamental en la estrategia de la derecha al prestarse a su juego. Su alianza con Ciudadanos en el intento de formar gobierno ha significado en el corto plazo la renuncia a la tercera posibilidad de gobierno, uno progresista apoyado en el PSOE, Podemos y sus alianzas e IU y, a nivel estratégico, ha supuesto una ratificación del giro neoliberal realizado por Zapatero en mayo de 2010. El socialiberalismo se ha consolidado con esta opción de alianzas gubernamentales y ya no es posible concebir ninguna esperanza en que tras los resultados de las próximas elecciones el PSOE realice un giro a la izquierda. Su única expectativa se centra en evitar ser sobrepasado electoralmente por la izquierda y esperar que con el tiempo vuelva a recuperar su posición histórica.
En esta situación, Podemos se ve obligado a replantearse su estrategia y su proyecto. Hemos visto ya que si bien sea acercó a su triple objetivo, especialmente a los dos primeros, no alcanzó ninguno. Por otro lado, IU quedó en una situación muy marginal, debido a las características del sistema electoral español, pero mantuvo la fidelidad de cerca de un millón de votos a pesar de las adversas circunstancias. Finalmente, las alianzas que tejió Podemos para las elecciones del 20-D se mostraron más fuertes que cuando Podemos se presentó en solitario y reclaman un papel mayor en la nueva situación que genera las nuevas elecciones. Todo ello impulsa a todos estos actores en la izquierda a replantearse sus estrategias, sus alianzas y sus proyectos.
La fase en que Podemos aparecía como la estrella ascendente capaz de monopolizar todas la representación política a la izquierda del PSOE y mantener en el papel de aliados subordinados a las organizaciones minoritarias supervivientes ha sido efímera y ha concluido definitivamente. Su discurso basado en la representación de la mayoría o el pueblo contra las élites o la casta se ha mostrado equivocado debido a su simplicidad, sus más de 5 millones de votos se enfrentan a casi los 16 millones obtenidos por las fuerzas que le rechazan y que siguen apostando por lo que él mismo definió en algún momento como «régimen del 78»: PP, PSOE y Ciudadanos. Por su parte, IU debe asumir que su papel de principal expresión política a la izquierda del PSOE se ha agotado, que con el período histórico que se abrió con la aparición de Podemos el proyecto que representaba debe redefinirse o de lo contrario arriesgarse a desaparecer o mantenerse como una opción absolutamente marginal. Ambas situaciones deberían ser un incentivo para intentar llegar a un acuerdo en principio electoral de cara a las elecciones de junio y más tarde de mayor profundidad. También hay que reconocer los importantes obstáculos que se oponen a esta confluencia, como son las distintas culturas políticas de las que parten, o las fuertes políticas identitarias existentes no solamente en IU o Podemos, también en las alianzas territoriales de este último.
Por último, es necesario referirse brevemente al entorno sociopolítico nacional e internacional que va a marcar la nueva fase que se abrirá con las elecciones de junio. Económicamente la fase más aguda de la crisis ha quedado atrás pero tampoco hay señales de una recuperación de los niveles anteriores a 2008, está situación puede estabilizarse en torno a un crecimiento económico débil a pesar de las cifras de 2015-6. Socialmente la fase de movilizaciones intensas de 2012-3 dio paso a otra de reflujo que se mantendrá salvo que ocurriese una nueva agudización de la crisis, seguramente un nuevo gobierno de derechas continuará aplicando medidas de recortes en el Estado de Bienestar y derechos sociales (pensiones especialmente) aunque de manera más pausada, buscando ante todo confirmar su irreversibilidad. Políticamente el aspecto fundamental puede girar en torno a la consolidación de los nuevos papeles derivados del fin del bipartidismo, quién detentará la hegemonía en el bloque conservador y en el progresista-izquierda, así como en el desarrollo del desafío soberanista catalán.
A nivel internacional la fase apunta a una recuperación de la hegemonía neoliberal que se apoyaría en los retrocesos sufridos por los gobiernos progresistas o de izquierdas como Syriza en Europa o los de América Latina, la ofensiva de la nueva arquitectura de tratados delibre comercio (TTIP, TPP, TiSA…), y la victoria en EEUU bien de Hillary Clinton (neoliberalismo de Wall Street) o de Trump (neoliberalismo de base populista y tendencias ultraderechistas). Solamente en Europa subsisten núcleos de resistencia débiles como es el caso de España, el gobierno socialista apoyado por la izquierda en Portugal, los rescoldos de la resistencia en Grecia, o el ascenso de Corbyn en Gran Bretaña.
Esta situación nacional o internacional también debería ser un acicate para lograr la confluencia de la izquierda en España de cara a las elecciones de junio como manera de conseguir al menos una oposición de izquierda sólida ante unas condiciones adversas.
Notas:
ii En el primer trimestre de la crisis se destruyeron 610.000 empleos y escalaría durante los siguiente años hasta alcanzar una cifra cercana a los 6 millones.
iii Los 10.866.566 votos del PP y los 1.143.225 votos de UPyD en 2011 se han transformado en 7.215.530 votos para el PP y 3.500.446 votos para Ciudadanos en 2015, lo que puede leerse como el mantenimiento de más de 10 millones de votos por la representación política de la burguesía haciendo desaparecer a la representación de la pequeña burguesía (UPyD); el precio de tener que acudir a esta división de la representación política para retener la base electoral es que los mismos votos se transforman en 23 diputados menos.
Se pueden consultar otros artículos y libros del autor en el blog: http://miradacrtica.blogspot.com/
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