Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano. * Estamos en un apartado que lleva por nombre: «Qué consecuencias debemos extraer a la luz de estas ideas», páginas 54-71 de […]
Entre otras muchas cosas, algunas de ellas recordadas y comentadas en anteriores conversaciones, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano.
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Estamos en un apartado que lleva por nombre: «Qué consecuencias debemos extraer a la luz de estas ideas», páginas 54-71 de tu libro. Nos habíamos quedado en la mitad. Prosigo. Te voy a pedir unos comentarios de textos sobre tesis-reflexiones tuyas. La primera: «Y así, hemos aceptado el ethos creado por el hacer del capital como el único posible, como natural y válido, como inmodificable y externo a toda consideración política». ¿Siempre ha sido así? ¿Siempre hemos aceptado ese ethos como el único posible? Si la respuesta es negativa, ¿cómo lo han conseguido?
El grueso de la izquierda que se constituye durante el siglo XlX, las corrientes mayoritarias, aceptaron como «progreso» el mundo económico ordenado por al capitalismo. Podemos tomar como referencia que nos permite ver hasta dónde es eso cierto, la valoración que la izquierda, en su mayoría, hizo del campesinado y sus mundos de vida. Si queremos matizar y ajustar las fases de penetración de la hegemonía capitalista en la izquierda, podemos registrar que, por ejemplo, la clase obrera revolucionaria francesa de los años 40 del siglo XlX, defendía sus formas y tradiciones de trabajo y vida corporativa agremiada, autónomas, con sus rituales de paso, su mundo cotidiano, su ethos. Alain Maillard y William Sewell nos lo explican. Una clase obrera, desde luego, y tal como insiste, Arthur Rosenberg, aislada del campesinado francés, lo que le cuesta la terrible derrota de junio de 1848. Pero este periodo, el periodo de la democracia revolucionaria, de una clase obrera no subsumida en su forma de trabajo por el capital, y que sostiene conscientemente un anhelo de proyecto de vida autónomo, una clase obrera que sí quiere hacer política, pero que no delega la política, se cierra paulatina y definitivamente tras la AIT. Los partidos socialdemócratas, señalan el giro: son maquinarias que confían en la delegación de voto, y en la acción política delegada desde las instituciones gubernativas del estado, etc. y confían en el modelo de vida, en el orden generado por el capital, que, se acepta, incluso, es el que lo universaliza, mediante su desarrollo evolutivo de las «fuerzas productivas». Pero sobre esa ideología elaborada que no tiene nada que ver con Marx, que acepta como «progreso» el orden del capital, pero recibe el nombre de marxismo, ha escrito un gran libro Montserrat Galcerán, La invención del marxismo.
El que publicó en Iepala en 1997. Recuerdo el subtítulo: «Estudio sobre la formación del marxismo en la socialdemocracia alemana de finales del s. XIX. No era breve.
Exacto. Por cierto que ya en los años cincuenta del siglo XX, el grupo de Karl Polanyi, al combatir la idea falsa del desarrollo de las fuerzas productivas y de que su fuente es la creación de un «excedente», un remanente productivo que excede a las necesidades humanas, declaran que esa noción disparatada, que se fundamenta en unas hipotéticas necesidades humanas no sociales, no plásticas, sino «naturales», que son fijas en consecuencia, no tiene nada que ver con la obra de Marx: ellos sí leen, y leen a Marx. La opinión de estos se puede encontrar en la tercera parte del libro Comercio y mercado en los estados antiguos.
¿De Karl Polanyi?
Sí, sí, de Polanyi, Conrad M. Arenberg y Harry W. Pearson. Publicado en lengua inglesa en 1957, lo tradujo Labor en 1976. En fin, veo que sin darme cuenta de ello, he citado diversos libros; se debe a que estamos tratando sobre un cúmulo de asuntos que han merecido múltiples debates.
Creo que la izquierda durante el siglo XX, acepta la noción de «progreso» con el significado que le da el capitalismo, la ideología burguesa. Desarrollo técnico, desarrollo productivo, consumo material, etc. Lo mismo ocurre con la palabra «modernización», o la palabra «desarrollo», etc. que tienen significados semejantes o complementarios de la anterior. Estos términos productivistas asumen como óptimo un modo de vida. La autonomía cultural de las clases subalternas, en la medida que se sostiene durante ese periodo, no es consecuencia de una consciente intervención de las fuerzas políticas de izquierdas, sino de la incapacidad del capitalismo para ahormar la vida cotidiana de la gente. Situación que termina con el inicio de la etapa del capitalismo industrial de bienes para la vida cotidiana. No es cierto que el mundo actual, y la misma izquierda, no tenga una noción de Buen Vivir, de Vida Buena; lo tiene, lo tiene naturalizado, lo considera «el único»; es el del consumo, el de la vuelta a antes de 2008, por ejemplo y referido al presente. La izquierda no ha considerado asunto de debate político el cómo vivir, la cultura material de vida. Ha actuado como fuerza que pretendía universalizar las conquistas, los logros que desarrollaba el capital. La creación de alternativas de vida, los casos que se han dado, ha sido considerada «utópica», evaluación que es absurda, dado que lo que se da en un topos, aunque sea minoritario, se da. No es la fantasía intelectual de un mundo distinto escrita por un pensador.
El modelo aceptado es el que concibe que el orden material del capital es la buena vida, y que basta con universalizarlo, como digo. Recordemos que incluso cuando, a comienzos del siglo XX, se elabora la consigna «socialismo o barbarie» lo que se hace es declarar que la socialización de los medios de producción, la universalización de ese mundo, no sobrevendrá evolutiva y gradualmente, sino que habrá que imponerla mediante la acción política voluntaria. No que haya que crear una alternativa cultural, de cultura material de vida, a la que genera el capitalismo. Precisamente Rosa Luxemburg, que es una gran revolucionaria, puede ser prueba de lo lejano que estaba de ella el pensar en mundos de vida alternativos al generado por el capital. Podemos adoptar, también en este caso, como patrón de medida, su reflexión o su conocimiento respecto del campesinado, del mundo rural no capitalista, un mundo de vida verdaderamente alternativo al generado por el capital.
Se impone alguna referencia concreta
En su folleto de 1905 Huelga de masas, partido y sindicato, Rosa Luxemburg analiza la revolución rusa de 1905 para extraer lecciones políticas. El texto que explica dicha revolución, no dice nada -apenas un párrafo- sobre el campesinado y se centra en la lucha de la clase obrera. Sin embargo, la revolución rusa, la del 5 y la del 17, fue un proceso que se produce en un país de 100 millones de campesinos y 25 millones de ciudadanos urbanos, si contabilizamos dentro de ese grupo incluso a los guardas de las aldeas, que no trabajaban la tierra directamente -datos de Theodor Shanin. Y fue una revolución mayoritariamente campesina, por fuerza.
José Luis Martín Ramos, le acabo de entrevistar, coincide contigo en este punto
Recuerdo que cuando yo tenía 18 años, en 1971, en clase de literatura de la universidad, un profesor, entonces joven, uno de veras profesor, y de veras hombre de cultura vastísima, hablaba de Cadalso, de sus Cartas marruecas. En una de ellas, el protagonista, Gazel, escribe a su hayo narrándole una conversación con dos nobles españoles de la corte. Ellos dicen que ha ocurrido una terrible desgracia. Gazel les interroga: «¿Acaso una tribu de indios bravos ha entrado por el norte en Nueva España? ¿acaso…?» La respuesta es siempre: «peor que eso, Gazel, mucho peor». Al final, se lo aclaran: «¿querrá usted creer, Gazel, que en todo Madrid no se ha podido encontrar una vara de cinta de seda azul?»
Los dos nobles son caracterizados como petimetres. Mi profesor nos dijo que eso era influencia de Rousseau, y que recogía la crítica de éste contra el lujo. Y añadió que eso era reaccionario, porque estaba contra el progreso. Por supuesto, yo lo acepté a pies juntillas. Bueno: «Época».
La izquierda, la izquierda, digamos «teórica», la que ha pretendido reflexionar las luchas de clases y se ha comprometido en las mismas, en su mayoría ha carecido del utillaje intelectual que posibilita pensar una alternativa de vida. Por falta de términos tales como ethos u otros análogos; la desaparición de los mismos, la ruptura respecto de una tradición, revela el poder, el calado de la hegemonía intelectual liberal capitalista. Esta es una parte del problema de la izquierda, una parte, la carencia intelectual, que referida a las izquierdas españolas -incluye HB- es vertiginoso.
Si HB refiere a Herri Batasuna se van a poner de los nervios, por lo de izquierda española. Ni te cuento los de las CUP. Prosigue, prosigue
Pero no es éste el único problema. El otro es su integración en el bloque político dominante, la aceptación del mundo capitalista como único y como irreformable, incluso.
Pero vuelvo al asunto del modelo teórico y de los recursos intelectuales que permitieran pensar alternativas de cultura, de vivir. Creo que durante el siglo XX, con independencia del caso italiano, el del partido comunista de Togliatti, que trataba de crear un popolo comunista, articulando instancias de vivir cotidiano conscientemente, no hubo otras experiencias en tal sentido. Togliatti sí poseía utillaje; consta, por ejemplo, que llegó a traducir 150 páginas de la Fenomenología del espíritu de Hegel. Se conserva el manuscrito. Croce y Labriola fueron pensadores que influyen en Togliatti, pero todo esto es algo singular del marxismo italiano, un hegelomarxismo práctico, no académico… un partido en que había diversas corrientes, claro. Esto ayuda a comprender la propuesta del último Enrico Berlinguer, la de creación de una cultura de la sobriedad… Pero todo esto es «testimonio», testimonio de algo minoritario; ciertamente compartido por otros hegelomarxistas, ese Lukacs de 1967 que propone que sea la lucha por la desenajenación de la vida cotidiana el fundamento y el objetivo de la lucha política contra el capitalismo
Me preguntabas por las causas de todo esto; creo que he respondido: la hegemonía intelectual lograda por el capital a base de coacción violenta y de consenso. Que es aceptado y teorizado como el mejor, y como ya en evolución hacia el «radiante porvenir».
Dos dudas a raíz de tus reflexiones. Esa cultura de la sobriedad, de la austeridad si el término no nos lo hubieran robado a la que acabas de hace referencia, ¿no está más que presente en los grupos ecologistas de izquierda o en pensadores, como Jorge Riechmann o Rafael Díaz-Salazar, que se mueven en esas coordenadas?
Sí, es cierto que en el ecologismo actual hay grupos que trabajan en la elaboración de un pensamiento de este tipo. Con dos matices; dentro del grupo interesante de pensamiento ecológico, existe una corriente muy capacitada técnicamente que señala los problemas, el agotamiento de recursos, y las características que debería tener el «contrafáctico», la sociedad que sería posible, pero queda ahí. Sus trabajos son muy valiosos, son una diagnosis científica de primer orden, gracias al cual sabemos de la gravedad extrema de la situación. Pero a partir de ahí alguien debe pensar y alguien debe tenerlos en cuenta. Por «alguien» no entiendo un alguien individual, ni un partido al uso; si se tratar de eso, ellos mismos, y tú y yo, somos «alguienes»; sino un alguien sujeto colectivo. Una «causa eficiente», un sujeto social que pueda luchar teniendo en cuenta las investigaciones; luchar y tratar de generar un nuevo vivir en común. Por cierto, que ya hay personas tratando de organizar su vivir de otra manera, luchando por todos sus medios por crear alternativa. Cuando en Espaimarx organizamos, hace tres años, unas jornadas sobre esta materia, -estuvieron con nosotros, Pedro Prieto, Oscar Carpintero….- vinieron a las mismas unos amigos del grupo de Pedro Prieto en Cataluña que anteriormente habían estado trabajando la tierra, que habían vuelto a la ciudad, pero que seguían buscando formas de vida y producción distintas: sabían hacer zapatos de forma artesanal, etc. Destaco esto porque creo que argumenta en la línea que tú indicas. Y no existen murallas chinas que separen cosas, claro.
Manteniéndome en el plano de la reflexión, que no es constitución de un alguien subjetivo organizado: creo que la recuperación de todo el legado político clásico, en el que precisamente el modo de vida de la comunidad es el objetivo fundamental de la política, es de gran importancia para este fin.
¿Y eso por qué?
Porque nos dota de nociones que nos permiten actuar políticamente por ejemplo, lo que hace al ethos-. Nos recuerda que no hay solución posible sin la creación de una «causa eficiente» o fuerza común activa que actúe en esa dirección. «Causa eficiente» es término procedente del creador de la Filosofía praxeológica, Aristóteles. «Creación» es término referido a la actividad del «espíritu», a la humanidad entendida como Nada -plasticidad- que se tiene que auto crear constantemente: es término de Hegel, el gran aristotélico que comprende que la historicidad es autocreación y radicaliza la filosofía de la praxis. Sin una fuerza así, no existe política posible; a lo sumo posible tecnología institucional. Es más, nuestra tradición política, praxeológica, sobre todo tras la Revolución Francesa, como consecuencia de esa experiencia histórica y de las subsiguientes experiencias de lucha contra el capitalismo -Marx-, ha aprendido a reflexionar sobre las condiciones de posibilidad para la existencia, para la creación, de una «causa eficiente» o sujeto social activo, de cuya capacidad concreta depende, a su vez, la creación de un proyecto concreto realizable, que solo puede surgir como proyecto sensato si es pensado por el mismo sujeto social activo, si surge, en tanto proyecto, «dramáticamente» -así se expresa Gramsci-, como reflexión a partir de la experiencia práctica de los individuos organizados. Esta tradición nos enseña a reflexionar sobre la posible génesis de estos nuevos movimientos o sujetos sociales que en un momento dado comienzan a auto crearse. Esto es lo que sí puede permitirnos ayudar adecuadamente a estos procesos, a ser la adecuada partera de un sujeto naciente, del que la partera no puede pronosticar cómo será, pero sí serle útil. El ejemplo que se me ocurre para dar hacer constar el carácter impronosticable de lo naciente, había sido ya utilizado por Sócrates, claro. Que la filosofía ayuda a cada persona a saber encontrar su buen vivir, a saber orientarse en relación consigo mismo, autónomamente.
Precisamente la reflexión en continuidad de esta tradición nuestra es la que nos aporta nociones para poder pensar en fuerte sobre todo esto: comunidad, ethos, génesis histórica, causa eficiente o sujeto práxico, experiencia práxica, consciencia, saber de la experiencia de la consciencia…todo ese pensamiento «viejo», hoy desechado.
Pero esta opinión tuya…
Esta opinión mía que declaro públicamente va dicha como respuesta a la pregunta que tú me formulas, sobre los grupos ecologistas, y va dicha con todas las cautelas, porque «hay más cosas entre el cielo y la tierra, Horacio, que las que sospecho en mi filosofía»; claro. Carlos Valmaseda, que en nuestro pequeño grupo, Espaimarx, investiga desde hace mucho tiempo sobre este asunto fundamental, nos informa, precisamente, de la existencia de propuestas, y de experiencias, que se generan en diversas partes del mundo. Ahora, como está en la India, nos mantiene al tanto de corrientes de pensamiento que tratan de enlazar con el mundo rural que aún existe allí, y de proponer alternativas de vida. Todo esto es un novum para mí. La historia, la historicidad…
Bueno, yo trato de ayudar a que no se nos pierda un legado intelectual que creo que es imprescindible, fundamental, para ser capaces de ayudar a elaborar alternativas, es decir, generar «causas eficientes», «sujetos sociales».
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