Santiago Alba Rico es un referente para la izquierda española. Es uno de sus ensayistas más conocidos (fue premio Anagrama), ha publicado numerosas obras y ha participado en todo tipo de movimientos. Es una de las personas que impulsaron la creación de Podemos, y es sin duda una voz llena de autoridad a la hora […]
Santiago Alba Rico es un referente para la izquierda española. Es uno de sus ensayistas más conocidos (fue premio Anagrama), ha publicado numerosas obras y ha participado en todo tipo de movimientos. Es una de las personas que impulsaron la creación de Podemos, y es sin duda una voz llena de autoridad a la hora de analizar las líneas maestras de la política. La obra de Alba Rico llama la atención especialmente porque ha definido un programa inusual, ese que pretende ser revolucionario en lo económico, reformista en lo institucional y conservador en lo antropológico. Un programa que explica a la perfección en su último libro, ¿Podemos seguir siendo de izquierdas? (Ed. Pol.len), que el pasado jueves presentó en Madrid junto con Luis Alegre, el número dos de la estructura de Podemos, y Yayo Herrero. ACyV conversó con él sobre los tiempos que se avecinan.
PREGUNTA: ¿Se puede seguir siendo de izquierdas?
RESPUESTA: En un universo como el nuestro, en crisis en todos los terrenos, desde el moral y ético hasta el de las propias instituciones, pasando por el ecologista, o introducimos cambios o estamos seriamente amenazados. Debemos seguir siendo de izquierdas pero no de la misma manera, lo cual implica renunciar a algunos de los significantes en los que nos hemos reconocido, que hemos enarbolado como banderas, y que se han quedado a la deriva, como balsas en las que nadie se quiere subir.
P: El cambio más significativo probablemente sea el abandono del eje derecha/ izquierda y su sustitución por otro extraído del populismo, que enfrenta al hombre común (el 99%) con las élites, y que une elementos patrióticos con otros democráticos.
R: No se puede ignorar que ha habido un modelo populista recientemente exitoso en América Latina, y aunque no creo de ninguna manera que el modelo latinoamericano sea transportable al caso español mecánicamente, sí creo que hay unos referentes, como los que acabas de citar, que hacen que sea muy necesario localizar un sentido común que sea desplazable desde dentro hacia la izquierda, hacia los cambios, aceptando elementos que la izquierda clásica ha desdeñado. Eso significa aceptar ciertas tradiciones y ciertos conceptos malversados y pateados, como en el caso de España es el concepto de democracia: todo el mundo con una mínima conciencia democrática percibe que esto que nos venden como democracia no lo es. Otro elemento nuevo para la izquierda es el liderazgo, que entraña riesgos pero que en un contexto configurado en torno a ejes mediáticos muy membranosos es muy necesario para atravesar esas membranas.
Sin embargo, hablar de populismo irrita, porque se lleva 35 años haciendo populismo desde el poder. El 1% no ha dejado de hacer populismo, con olimpiadas y bodas reales y violando todos los compromisos electorales, pero cuando hay un populismo que se ocupa del 99% y que está mucho más cerca de la realidad que el de las élites, parece que es una cosa muy grave. Y eso lo denuncia precisamente un partido que se llama Popular, y que lleva mucho años alternándose en el poder con el socialista. Que uno se llame popular y el otro socialista es buena prueba del populismo de las élites.
P: ¿Cree que el resto de la izquierda va a acompañar a Podemos en esta reconfiguración de los ejes discursivos?
R: Espero que sí porque de otra manera el peligro de que ese sentido común se desplace hacia la derecha es grande. Si Podemos merece reconocimiento y hasta agradecimiento es porque ha sabido comprender que estamos en un contexto de crisis en el que Europa en general se desplaza hacia el dextropopulismo y ha actuado como vacuna, al igual que ocurrió con el 15 M. Pero la única forma de que sea una verdadera vacuna es que sepa desplazar ese sentido común poco a poco hacia la izquierda, y para eso necesita a esa izquierda tradicional que parece refractaria a abandonar significantes y prefiere lamerse sus heridas y hacer catedrales de sus derrotas. Puede ser un lastre para una oportunidad histórica que no se repetirá en cincuenta años.
P: Hace pocos días, Beppe Grillo, el líder populista italiano, divulgaba la denuncia del portavoz del sindicato de policía de Sicilia según la cual habría policías que estarían recurriendo a Cáritas para comer. Esta denuncia no podría hacerla la izquierda tradicional española, que tiene una visión de los cuerpos de seguridad como exclusivamente represivos. Esa dificultad para entender el panorama en su amplitud ha sido además típica de la izquierda de los últimos tiempos. El caso de los inmigrantes es muy evidente: mientras el populismo de derechas señala a los inmigrantes como responsables de que las cosas vayan mal, la izquierda tachaba a las clases medias y a las trabajadoras de racistas por criticar a los inmigrantes. Ninguno de ellos tomaba el panorama en su conjunto y realizaba un análisis sistémico, sino que culpaba a una parte de lo que iba mal.
R: Esa actitud es algo que desmiente lo que ha sido la tradición histórica de la izquierda, que ha cometido errores pero que a nivel de análisis ha sabido mostrar cómo el poder económico alimentaba los enfrentamientos entre iguales separados por una línea, ya fuera de color, de procedencia o, como en este caso, de oficio. Durante las últimas décadas la izquierda se ha encerrado en celdillas al margen de la realidad, reivindicando principios abstractos y banderas que no quería nadie. Sin embargo, lo que dices está muy en la tradición de la izquierda del XIX. Por principios, porque después de todo un policía es también un trabajador que puede vivir en condiciones muy parecidas a un repartidor de pizzas o a un contratado en un banco para una sustitución, y porque creo que se trata de acceder a las instituciones y gestionarlas y para eso necesitamos una policía que esté claramente alineada con la democracia y con los derechos del 99%.
Desde la izquierda, lo que hemos hecho casi siempre es acusar de racismo al que vivía en un barrio pobre de la periferia al lado de un inmigrante que vendía droga porque no entendía que la cuchillada de un marroquí, que era un inmigrante que había sufrido mucho, era al fin y al cabo diferente de la que podían darle otros. Hemos culpabilizado a las clases medias y a las clases más pobres y eso es un error de táctica enorme. No podemos seguir culpabilizando a la gente que sufre. Lo que sí podemos hacer es enunciar medidas factibles que iluminen hasta qué punto es injusto poner vallas a gente que está sufriendo en otros países y sobre todo que eviten que se relacione el deterioro en las condiciones de trabajo y sociales de los españoles con la desgracia de los otros. España es un país con cada vez menos inmigrantes por culpa de la crisis y donde no costaría nada legalizar a todos los inmigrantes impidiendo que la mano de obra clandestina e ilegal presione a la baja los salarios.
La izquierda tiene que hacer dos cosas: realizar una labor educativa que ha olvidado, estando en esos barrios para dar la cara, tratando de unir y no de dividir, y proponer medidas claras que desinflen y desactiven estos mecanismos, que son muy materiales, que llevan a que con razón empírica, un nativo español pueda considerar un enemigo a un inmigrante por mucho que haya sufrido. Hay que conciliar principios a los que no se puede renunciar con propuestas económicas que aseguren el respeto a esos principios.
P: Otro elemento peculiar en tu último libro es la reivindicación de los límites como algo necesario. La izquierda no parecía muy favorable a ellos y apostaba por transgredirlos, pero eso es algo que el neoliberalismo hace continuamente.
R: Si hay una fuerza transgresora, antipuritana y revolucionaria es el capitalismo. Walter Benjamin lo vio muy bien, y por eso identificaba la revolución con el freno de mano de una locomotora desbocada. Se trata de eso, de encontrar frenos de mano, límites, bridas, que deben ser dobles, obviamente materiales y económicas, pero también bridas de valores y éticas, que suelen tener que ver con eso que hemos llamado tradición, y que en la izquierda no tiene mucho predicamento o que tiene que ver con ese sentido común configurado en torno al sentido de la justicia y a la conciencia de la propia fragilidad que son las dos cosas que en el mito de Protágoras, permiten que los seres humanos sobrevivan, como es el aido, que es el pudor y la conciencia de la mortalidad y la diké que es la justicia.
El otro día una chica que había estado en una asamblea de Podemos, vino a casa para meter un papelito por la ventana. Era un persona joven, con no mucha formación, y me decía que si Podemos ser otra cosa no puede enarbolar banderas antiguas ni cantar viejas canciones. Tenéis que entender, me decía, que hemos crecido en un mundo distinto del vuestro, compuesto por series de TV, anuncios, y publicidad, y que no tenemos formación política, pero lo que sí sabemos es lo que es la justicia. Y quizá no baste con saber qué es la justicia, pero se nos ha olvidado que esas nuevas generaciones que parecían formateadas por las mercancías baratas y los medios de comunicación entontecedores mantienen dentro de sí eso que se puede llamar aido y diké.
P: Insistes en el libro en esa triple fórmula, la de un programa revolucionario en lo económico, reformista en lo institucional y conservador en lo antropológico.
R: Si hay una fuerza transgresora, antipuritana y revolucionaria es el capitalismo. Walter Benjamin lo vio muy bien, y por eso identificaba la revolución con el freno de mano de una locomotora desbocada. Se trata de eso, de encontrar frenos de mano, límites, bridas, que deben ser dobles, obviamente materiales y económicas, pero también bridas de valores y éticas, que suelen tener que ver con eso que hemos llamado tradición, y que en la izquierda no tiene mucho predicamento o que tiene que ver con ese sentido común configurado en torno al sentido de la justicia y a la conciencia de la propia fragilidad que son las dos cosas que en el mito de Protágoras, permiten que los seres humanos sobrevivan, como es el aido, que es el pudor y la conciencia de la mortalidad y la diké que es la justicia.
El otro día una chica que había estado en una asamblea de Podemos, vino a casa para meter un papelito por la ventana. Era un persona joven, con no mucha formación, y me decía que si Podemos ser otra cosa no puede enarbolar banderas antiguas ni cantar viejas canciones. Tenéis que entender, me decía, que hemos crecido en un mundo distinto del vuestro, compuesto por series de TV, anuncios, y publicidad, y que no tenemos formación política, pero lo que sí sabemos es lo que es la justicia. Y quizá no baste con saber qué es la justicia, pero se nos ha olvidado que esas nuevas generaciones que parecían formateadas por las mercancías baratas y los medios de comunicación entontecedores mantienen dentro de sí eso que se puede llamar aido y diké.
P: Insistes en el libro en esa triple fórmula, la de un programa revolucionario en lo económico, reformista en lo institucional y conservador en lo antropológico.
R: El capitalismo es revolucionario pero no reformista, y la izquierda tiene que ser reformista. Pero como el capitalismo es una rebelión continua contra los límites, la revolución tiene que ser una revolución contra la revolución, y su objetivo debe ser el de establecer límites, fijando un orden social en el que se pueda intervenir para reformarlo. Y eso implica también ser conservadores, porque hemos incurrido en el error de pensar no ya que las clases medias, sino que incluso las clases más pobres eran espontáneamente revolucionarias. Y creo que es todo lo contrario, que ambas son muy conservadoras y que las revoluciones históricamente las han hecho cuando no tenían nada que conservar y para recuperar algo que querían conservar.
Desde luego, no las han hecho para construir un hombre nuevo o para hacer realidad una utopía. Hay un cierto realismo entre las personas normales, que dicen: ‘bueno, a lo mejor no siempre me llevo bien con mi vecino, a lo mejor tengo que partirme la cara con él’, y como a veces somos buenos y a veces somos malos, necesitamos instituciones que no dependan de los buenos o malos que seamos que nos permitan comer, curarnos, educar a nuestros hijos o acudir a un juez si somos víctimas de un atropello. Es ese mundo tan conservador el que hace las grandes revoluciones.
P: En este sentido, es peculiar que casi todos los populismos hayan venido ligados al patriotismo.
R: La diferencia de España respecto de otros países europeos es que somos un país sin construir. A la muerte de Franco se trató de cohesionar España en torno al acceso a mercancías baratas, al hedonismo de masas, a la incorporación a esa Europa del bienestar que reparte dinero, y que si bien nos obliga a arrancar olivos y a matar vacas, también nos da posibilidad de hacer pelotazos y ladrillazos que implican a buena parte de la población en una red clientelar y semimafiosa cuyas profundidades estamos hoy comenzando a conocer del todo. Pero eso lleva a una peculiar reconfiguración de la cuestión nacional, porque en esa España sin construir con acceso a mercancías baratas, el PP, que procede de lo más rancio del franquismo, y que tiene una visión casi imperial (esa España una, grande y libre) acaba vendiendo España y cambiando el término «nación» por el término «marca». Hoy la derecha ya no se atreve a jugar con la idea de patria, y eso configura un universo muy abierto para la intervención política pero también lleno de minas, como la cuestión catalana.
La izquierda debe saber aprovechar el espacio que está dejando la marca España a un discurso de reconstrucción de una nación que nunca ha estado construida. Pero al mismo tiempo ha de ser consciente de que la democracia nos obliga a dejar que se haga una consulta porque de lo que se trata es de refundar un contrato social porque los que ha habido hasta ahora no eran ni contratos ni sociales y han producido enrome sufrimiento a una nación durante 500 años en ciernes.
P: ¿Vamos a ver una unión electoral de la izquierda?
R: Mi respuesta es enteramente personal. Creo que no sería bueno en estos momentos y no digo ni para la izquierda ni para Podemos sino para el conjunto de las personas que quieren cambiar en este país y que tienen como referente a Podemos. Para ellos, una convergencia de la izquierda y más si es preelectoral sería una catástrofe, y no sumaría nada.
Si se quiere sumar hay que aceptarlo, y a veces con mucha tristeza, porque entraña un grado de injusticia grande con gente que lleva muchos años militando, pero hay que aceptar que en estos momentos una unidad de la izquierda dejaría fuera precisamente a esa gente normal que tenemos que atraer para, desde dentro, desplazar su sentido común hacia la izquierda. Lo que han repetido Pablo Iglesias y Luis Alegre es que no se trata de buscar la unidad de la izquierda sino todo lo contrario, de que la izquierda se sume a un movimiento que desborde los viejos cauces. La unidad de la izquierda es un lastre, entendiendo que hay un capital humano y de conocimiento en ella que hay que introducir de alguna manera, porque si no el peligro es que ese sentido común se desplace hacia la derecha.
P: En ¿Podemos seguir siendo de izquierdas? hay una figura que recorre todo el libro, eso que podríamos llamar hombre común. Otros lo han llamado clases medias, otros proletarios, otros hablan de las familias para referirse a esa figura típica. También se habla de él como 99% de la sociedad.
R: Creo que sí, hay que explicar qué es el hombre común, y de qué materiales se compone. En tu libro lo explicas muy bien (*), retratando a ese sector mayoritario que está sometido a presiones de adaptación que no puede responder, realizadas por un mercado que se presenta validado por conceptos que inicialmente se correspondían a los que usaba la antigua izquierda, como innovación, cambio o progreso. En ese contexto de ruptura permanente, parece que tienes que ser un hombre nuevo cada día, y frente a eso hay una mayoría cada vez más acobardada, que se va quedando fuera, en las cunetas, sin muchos recursos no ya para coordinar acciones políticas comunes, sino para organizar pequeñas redes de solidaridad más o menos orgánicas que les permitan sobrevivir a la crisis. Eso es lo que hay, y lo que encontramos es mucho material de desecho, porque es una clase media que no perdido la esperanza de regresar a los niveles de consumo de hace diez años y que probablemente en cuanto vea un signo de recuperación abandonará este camino de toma de conciencia que ha comenzado. Pero ese es el sujeto revolucionario, clases medias acobardadas que se han quedado fuera, trabajadores precarios, que viven de milagro (hay que recordar que precario viene del latín precarius, que quiere decir «ruego, el que vive de ruegos y de súplicas»).
Viven en un mundo que no entienden y que les desborda por todos los lados. Es ahí donde tenemos que intervenir para que sean esas propias clases medias amenazadas de muerte las que elaboren sus propios discursos y mecanismos de defensa. Pero lo que es muy claro es que ese es el sujeto revolucionario, porque frente al tsunami del mercado y junto al hedonismo de masas, conservan todos esos valores que identificamos con el hombre común, el aido, la conciencia de la fragilidad que aumenta con la crisis, y el sentido de la justicia. Todos sabemos lo que es la justicia, me decía esa chica y puede parecer esencialismo ingenuo, y muchos compañeros filósofos me dirían que es un disparate, pero en términos sociales y políticos se puede partir del presupuesto antropológico de que hay algo común entre todos los seres humanos, como es que todos sabemos lo que es la justicia. Ese sentido de la justicia donde se conserva todavía es en esas clases medias amenazadas por el tsunami del mercado.
Nota:
(*) Se refiere a El fin de la clase media (Ed. Clave Intelectual), ensayo del entrevistador que saldrá a la venta a primeros de octubre.