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La lengua catalana, patrimonio lingüístico, histórico y cultural de Teruel

Fuentes: Rebelión

Como todo el mundo sabe, la lengua inglesa es oficial en Nueva Zelanda. En aquel país, a nadie inquieta una hipotética invasión británica. El Reino Unido no mantiene ningún interés colonial allí desde que, a principios del siglo XX, abandonara este territorio. Los habitantes de Nueva Zelanda no son ingleses. La lengua neozelandesa, como la […]

Como todo el mundo sabe, la lengua inglesa es oficial en Nueva Zelanda. En aquel país, a nadie inquieta una hipotética invasión británica. El Reino Unido no mantiene ningún interés colonial allí desde que, a principios del siglo XX, abandonara este territorio. Los habitantes de Nueva Zelanda no son ingleses. La lengua neozelandesa, como la estadounidense o la austríaca o la andaluza, no existe. A su parlamento no se le ha ocurrido despistar a los neozelandeses llamándole «Lengua Neozelandesa Propia de esta Parte del Pacífico» (LeNePaPa para acabar antes), o algo por el estilo, porque, llamarle inglés es la verdad, más económico de pronunciar y no hay problema en ello.

Cabría preguntarse qué intereses (¿o no hace falta?) han movido a las Cortes de Aragón a afrontar un ridículo mayúsculo cambiando la denominación científica de la lengua que comparte con el castellano el territorio de «La Franja». ¿Qué valoración real tienen los partidos mayoritarios aragoneses de esa lengua que han decidido nombrar perifrásticamente? ¿Y de la otra, la de las áreas pirenaicas? ¿Qué gramática ha de fijar la futura Academia de la Lengua Aragonesa para la nueva «Lengua Aragonesa propia del Área Oriental»? ¿Serán efectivas las medidas recogidas en la » Ley de uso, protección y promoción de las lenguas y modalidades lingüísticas de Aragón»? Es más, ¿quién va a contestar estas preguntas?

La comarca del Matarraña se ubica en el extremo nororiental del mapa de Teruel. El conde de Barcelona y rey de Aragón, Alfonso II el Casto, hijo de Ramón Berenguer IV, conquistó las tierras del Matarraña en 1169 y las repobló con gentes de Lleida, aunque esta área se incorporó al reino de Aragón. Anteriormente, los condes de Barcelona y de Urgel habían conquistado las riberas del Noguera Ribagorzana y la zona de la Litera, y Ramón Berenguer IV había hecho lo propio con Lleida, Fraga y Mequinenza. Este sería, grosso modo, el origen histórico de la lengua en cuestión, cuyo nombre de catalana corroboran las universidades ligadas a la romanística en todo el mundo.

La experiencia en el País Valenciano nos dice que el azuzar el secesionismo lingüístico (considerar una lengua distinta de lo que es histórica y científicamente, diferenciándola con una ortografía caprichosa), por parte de algunos partidos políticos conservadores, comporta conflictividad social y, en definitiva, perjuicio para una lengua que, por ley, se ha de preservar con todas sus formas genuinas. Sin menoscabo, por ejemplo, del derecho a expresarse en el dialecto «fragatí» en el uso oral cotidiano.

La lengua catalana es un valioso patrimonio lingüístico y cultural vivo de la comarca turolense del Matarraña, como lo es de las comarcas de Ribagorza, La Litera y Bajo Cinca en Huesca y Zaragoza. Nuestros gobernantes y la ciudadanía deberíamos velar decididamente por su preservación y por su uso efectivo. En este orden de cosas, la opcionalidad del aprendizaje de esta lengua minoritaria en la escuela tampoco nos ofrece grandes garantías. ¿Qué pensaríamos si el castellano también fuera asignatura optativa?

Gonzalo Tena Gómez del Colectivo Sollavientos