Durante los días 24 y 25 de septiembre fue noticia el resultado de un ensayo clínico de vacuna contra el sida. La euforia era evidente en el tono de todas las informaciones periodísticas, sin embargo, algunos detalles curiosos no llamaron la atención. El ensayo clínico se hizo en Tailandia, con la excusa de que allí hay […]
Durante los días 24 y 25 de septiembre fue noticia el resultado de un ensayo clínico de vacuna contra el sida. La euforia era evidente en el tono de todas las informaciones periodísticas, sin embargo, algunos detalles curiosos no llamaron la atención.
El ensayo clínico se hizo en Tailandia, con la excusa de que allí hay mayor número de infectados de sida. Pero se trataba de vacunar, no hacía falta que estuvieran infectados, al contrario, no deben estarlo. Aunque se dijo que el estudio estuvo «coordinado» por el Ministerio de Sanidad de Tailandia, fue llevado a cabo por la multinacional farmacéutica Sanofi-Aventis y financiado, atención, por… ¡el ejército de Estados Unidos!
Existe un último dato escalofriante, para hacer el ensayo se recurrió a dos grupos de «voluntarios», integrado cada uno de ellos por 8.197 personas sanas. Es obvio que no es fácil encontrar en los países desarrollados más de dieciséis mil ciudadanos sanos dispuestos a que se experimente con ellos administrándoles dos compuestos consistentes en virus supuestamente desactivados del sida. El dato en que se basa la valoración de su efectividad es que, después de tres años de tratamiento, del grupo placebo se infectaron 74 personas y del vacunado 51. Se trata sin duda de un porcentaje alarmante, casi una de cada cien personas del primer grupo, Para que se alcanzasen esas cifras de infección, es evidente que era necesario que en esos tres años no se hubiesen puesto en marcha programas de información y prevención. Si hubiese sucedido se alteraría el estudio y no se podría valorar la efectividad de la vacunas, es decir, era fundamental que siguiesen infectándose a ese ritmo, sin ninguna medida de prevención de la enfermedad, para que el experimento pudiera ser válido.
Teniendo ahora en cuenta el nivel de pobreza de Tailandia y la baja calidad de asistencia sanitaria -que se aprecia en las fotografías de estos reportajes sobre la vacuna- es evidente que muchos de los infectados terminarán muriendo por la enfermedad. Lo más inquietante es que los descendientes de estos desgraciados que habrán muerto experimentando en ellos una vacuna de sida nunca podrán usarla cuando sea eficaz porque no dispondrán de dinero para pagarla.
Nada de todo esto parece que mereció nuestra atención cuando leíamos con alegría el «éxito» de la futura vacuna.