Molesta la libertad de la mujer; molesta que el aborto se regule como derecho y no como delito. Molesta que durante catorce semanas la decisión sobre ese embarazo quede en manos de la mujer y sólo en las de ella; que a nadie más le corresponda decidir, ni a médicos, psicólogos, obispos o políticos. Que […]
Molesta la libertad de la mujer; molesta que el aborto se regule como derecho y no como delito. Molesta que durante catorce semanas la decisión sobre ese embarazo quede en manos de la mujer y sólo en las de ella; que a nadie más le corresponda decidir, ni a médicos, psicólogos, obispos o políticos. Que ella sea la única que dé respuesta a ese dilema moral personalísimo que marcará su vida; por lo mismo que les molesta el uso del preservativo o la píldora del día después. Porque lo que realmente molesta es la libertad; también la libertad de las adolescentes; porque hay padres (y muchos de ellos entre los manifestantes contrarios al aborto) que en esa tesitura no se limitarían buenamente a aconsejar, sino que forzarían a su hija a tener, o incluso a no tener, ese hijo no deseado, sin advertir que la decisión final debe ser sólo de ella.
En la libertad de la mujer reside el problema. Y a algunos les gustaría transfigurarse en pequeñitos dioses mezquinos, con poder para decidir entre el bien y el mal, entre lo posible y lo imposible, lo admisible y lo inadmisible; tener la última palabra desde los púlpitos. Muchos darían media vida a cambio de presidir tribunales inquisitoriales en los que hogueras simbólicas quemaran como antaño a las mujeres-brujas más inteligentes, más libres, más desobedientes, más heterodoxas; un tribunal que dirimiera entre abortos permitidos y los que nunca podrán serlo; del mismo modo que el Tribunal de la Rota disuelve matrimonios religiosos cuando el linaje y la renta recomienda hacer la vista gorda. Y sólo desde ese empeño en considerar a la mujer como un ser sin criterio propio, necesitado de tutela moral, se entiende la ceremonia de confusión suscitada en torno a la propuesta socialista de reforma de la Ley del aborto, una norma que nos equipara legalmente con los países de nuestro entorno (como Alemania, Francia, Bélgica u Holanda); que da seguridad jurídica a profesionales sanitarios y a mujeres; y que en la práctica restringe, y en ningún caso amplia la Ley del aborto.
Y otra vez la derecha más rancia ha salido a la calle, con sus niños rubiecitos porteadores de pancartas; otra vez anuncia el PP que modificará la ley cuando llegue al poder; y otra vez es muy probable que si gobierna algún día la deje como esté, como ya hizo con la anterior, porque en el fondo es sólo hipocresía lo que motiva su protesta. Otra vez se manifiestan bajo premisa falsa: criticar una ampliación de la Ley del aborto que no es tal. Porque la reglamentación del año 1985, que lo despenaliza en algunos supuestos, permite la interrupción del embarazo cuando la gestación produzca daño físico o psicológico a la madre, y bajo el paraguas psíquico se ha dado cobertura legal a la mayoría de las intervenciones, con un límite temporal muy laxo, prácticamente ninguno. Por contra, con una ley de plazos que admitiera la interrupción del embarazo sin tutela estatal en los tres primeros meses, y luego sólo de forma excepcional, se cubrirían el noventa por ciento de las intervenciones y probablemente de una forma más estricta, controlada y segura.
Rebelión ha publicado este artículo a petición expresa de la autora, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.