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Entrevista a Jean-Marc Rouillan, militante de Acción Directa (I)

«La lucha armada hoy es impensable, entonces era pensada como inevitable»

Fuentes: Diagonal

Condenado a dos cadenas perpetuas por su pertenencia a Acción Directa, Jean-Marc Rouillan pisó por primera vez la calle el pasado 17 de diciembre, tras 21 años de prisión sin ningún tipo de beneficio penitenciario, siete y medio de los cuales en régimen de aislamiento. Rouillan es autor de siete libros y de una serie […]

Condenado a dos cadenas perpetuas por su pertenencia a Acción Directa, Jean-Marc Rouillan pisó por primera vez la calle el pasado 17 de diciembre, tras 21 años de prisión sin ningún tipo de beneficio penitenciario, siete y medio de los cuales en régimen de aislamiento. Rouillan es autor de siete libros y de una serie de crónicas de su vida en prisión aparecidas en el periódico mensual de crítica y experimentación social CQFD. Su primer libro Odio las mañanas (ed. Llagut) está publicado en español y un segundo, Paul De Epinettes, va a aparecer próximamente en la misma editorial.

DIAGONAL: Tus primeras actividades como militante revolucionario son contra el Franquismo. ¿Cómo decides participar en esa lucha?

JEAN-MARC ROUILLAN: Pasé mi adolescencia en Toulouse, la capital de la España exiliada. Mi aprendizaje político lo hice durante mayo del ’68 participando en manifestaciones y en los comités de acción de estudiantes. Mayo del ’68 no fueron, como se dice ahora, sólo unos cuantos meses. La insurrección de la juventud y los combates antiautoritarios se prolongaron durante varios años.

En Toulouse, por ejemplo, 1970 fue el año más contestatario. Por aquella época empecé a contactar a los refugiados españoles a través de sus hijos, que eran compañeros de instituto o amigos. Hice amistad con antiguos guerrilleros, casi todos anarquistas y algunos comunistas. Luego, cuando en el movimiento de izquierdas empezó a plantearse seriamente la cuestión de la lucha armada, a través de esos contactos empecé a militar con toda naturalidad contra el Franquismo.

D.: ¿Qué quieres decir con «la cuestión de la lucha armada»?

J.M.R.: Hoy en día es difícil darse cuenta, pero en aquel período en toda asamblea, ya fuese popular o universitaria, y por parte de todos los grupos, ya fuesen anarquistas, trostkistas, maoístas, situacionistas, etc., la idea de que en un momento u otro habría que tomar las armas formaba parte de todos los proyectos políticos. La discusiones, a menudo acaloradas, eran en torno al cómo y al cuándo, pero estaba claro que la burguesía nunca abandonaría voluntariamente el poder y que en un momento u otro habría que pasar a la insurrección armada o a la guerra revolucionaria. En aquellas asambleas si alguien se hubiese declarado contrario a la lucha armada se le habría mirado con la misma extrañeza con que hoy se miraría, en la misma situación, a un estudiante que invocase su necesidad. Lo que hoy es impensable entonces era pensado como inevitable. De hecho hoy en día ya no se puede hablar de tales cosas, o sólo de una forma completamente individual y personal. Algo parecido pasaba en el Franquismo.

Se dice que la gente no podía hablar libremente, pero no es verdad. No había ningún problema en que el típico progre empezase a decir en la barra de un bar que estaba contra Franco, eso al régimen le traía al fresco. Lo que de verdad estaba prohibido por la dictadura era unirse y organizarse para luchar. Lo vi claro cuando fui a mi primera manifestación en Barcelona.

Yo estaba acostumbrado a las manifestaciones francesas en las que los enfrentamientos con la policía duraban literalmente horas, incluso toda la noche, y eran una verdadera batalla campal. Cuando me llevaron a mi primera manifestación en Barcelona se trataba de unas 200 personas que andaban por la acera. De repente se pusieron en medio de la calle y empezaron a gritar. A los cinco minutos un coche de la policía pasó unos 30 metros más lejos. Estoy convencido de que pasaba por allí por casualidad, pero todo el mundo se puso a correr y desapareció. En el año ’70, tras haber cruzado muchas veces la frontera con material de ayuda a grupos antifranquistas, contacté con Oriol Solé Sugranyes, con quien fui a Barcelona en el ’71. Allí ya existía una estructura de apoyo a las asambleas obreras autónomas. Nuestra llegada supuso el añadido del uso de las armas y el paso a la acción armada clandestina, es decir, la formación del MIL.

D.: ¿Qué actividades realizabais?

J.M.R.: Sobre todo expropiaciones de dinero en los bancos y de máquinas de imprenta junto con todo lo necesario para hacerlas funcionar. No se podía comprar nada de eso y nosotros nos encargábamos de proveer regularmente de todo ello a las estructuras clandestinas de obreros que lo necesitaban. Hoy es la era de la comunicación total, pero entonces para hacer un panfleto se necesitaba infinidad de cosas y montar toda una estructura. Los libros se imprimían en Toulouse y los pasábamos clandestinamente por la montaña.

D.: ¿Cómo surgen después los GARI?

J.M.R.: Tras la desaparición de los MIL y la detención de muchos de sus miembros, visto lo que había pasado con Antich, nuestra intención era impedir las condenas a muerte de varios presos políticos, entre los que se encontraban dos de los nuestros, Oriol Solé y Josep Lluis Pons Llobet. También se trataba de llamar la atención sobre la existencia de un Estado fascista en Europa y de la connivencia que se estaba fraguando con él. Y todo esto desde un punto de vista verdaderamente revolucionario y antiautoritario, sin compromisos como los que estaban empezando a llevar a cabo socialistas y comunistas. De nuestras actividades la más sonada fue el secuestro del director de la sucursal parisina del Banco de Bilbao en París en 1974. En julio de aquel año realizamos también una campaña muy intensa de ataques contra símbolos representativos del Estado español. A finales del ’74 nos detuvieron a muchos. Yo pasé dos años en prisión y luego decidieron aplicarnos el indulto del ’77, proclamado por Juan Carlos.

D: ¿Tras estos años de prisión qué ha cambiado fuera y cómo te has adaptado a esta vida semi normal?

J.M.R.: Cambios no he visto muchos. Han desaparecido las pintadas y los carteles contestatarios, hay menos policías y más cámaras. Por otra parte yo nunca he conocido la vida normal, siempre he vivido en la ilegalidad o en prisión.

¿Traición o Transición?

D.: ¿Qué opinión te mereció la Transición?

J.M.R.: Desde mi punto de vista la suerte de España se jugó durante la Revolución de los Claveles. Por miedo a que se produjese una situación parecida en España, Estados Unidos y los gobiernos europeos decidieron preparar un plan de sucesión para España con ayuda de los dirigentes del Franquismo y de la clase política en la oposición. Durante el Franquismo la revolución aún era posible en España, pero en la Transición se asistió a toda una serie de traiciones que acabaron con esa posibilidad. Yo volví a España tras mi liberación. El día que vi al PCE renunciar de la noche a la mañana a la bandera republicana y aceptar la del rey decidí alejarme de todo aquello, que me resultaba incomprensible. Ahora es difícil de comprender, pero para mí y todos los exiliados la bandera de España era la de la República, esta otra es la de un Estado fascista.