El mes de diciembre de cada año en Estocolmo, cuando la brisa invernal lleva consigo murmullos de genialidad, se vive una semana que trasciende el tiempo: la semana Nobel. Son días en que la humanidad se detiene a rendir homenaje a las mentes más brillantes del mundo que desafiaron lo imposible con sus ideas y pensamientos.
La ciudad se convierte en un escenario donde la ciencia, la literatura y la paz se encuentran bajo un mismo cielo, creando así una sinfonía de palabras y miradas hacia el futuro. Los últimos días de esta suntuosa actividad Nobel, siempre imbuida de solemnidad y admiración, invita a reflexionar sobre los logros que despiertan la curiosidad. En la ciudad vieja, en el barrio de Kungsholmen, a orillas del lago Mälaren se levanta, como un cisne abriendo las alas, el Ayuntamiento de Estocolmo. Una hermosa obra arquitectónica diseñada por el famoso arquitecto Ragnar Östberg. Y que empezó a construirse en 1911.
En
la planta baja, el Banquete Nobel se celebra en la majestuosa Sala
Azul, un vasto espacio de 1.500 metros cuadrados y 22 metros de
altura adornado con arcadas. En el nivel superior, la Fiesta de Gala,
posterior a la cena, tiene lugar en el resplandeciente Salón Dorado,
cuyas paredes están revestidas con 18 millones de diminutos mosaicos
de cristal y oro auténtico de 23,5 quilates, creando un ambiente que
recuerda a un palacio de Las Mil y Una Noches, o a un pequeño
castillo decorado con arte bizantino.
El Ayuntamiento de
Estocolmo se luce, en el corazón de la madre Svea, con una torre de
106 metros de altura, y en la punta más alta lleva tres coronas
doradas. Esta torre fue el escenario en donde luces de todo color se
mezclaron creando imágenes, caras y letras. Se convirtió en una
columna espectacular que parecía sostener no solo el cielo, sino
también los sueños de quienes la contemplaban. Este Festival de
Luces, denominado Nobel Week Lights (Luces de la semana Nobel) empezó
hace cuatro años inventando, en diferentes lugares de la ciudad,
hermosas imágenes hechas de luces multicolores. Y es organizado por
el Museo del Premio Nobel. Participaron artistas, diseñadores y
estudiantes locales e internacionales, cuya misión era crear obras
de arte de luz inspiradas en el Premio Nobel. En otras palabras, las
instalaciones luminosas ponían en alto relieve los descubrimientos y
los juicios que han moldeado al mundo: la tecnología, la ciencia y
sus adelantos que revelan los secretos del universo, la literatura
como expresión lírica del alma y el anhelo incansable por la paz
mundial.
El Festival de Luces fue un homenaje a las mujeres que han realizado contribuciones innovadoras. Desde que se creó el Premio Nobel en 1901, 66 mujeres han sido laureadas con el premio más famoso del mundo. Marie Skłodowska-Curie fue la primera mujer galardonada con el Premio Nobel de Física en 1903. Y en 1911 recibió el Premio Nobel de Química. Solo para citar un puñado; otras mujeres que recibieron el Premio Nobel: Gabriela Mistral, Selma Lagerlöf, Rigoberta Menchú, Wislawa Szymborska, Malala Yousafzai, Tawakul Karman, Leymah Gbowee, Ellen Johnson Sirleaf, etc.
A lo largo de la historia, las mujeres desafiaron las sombras de la ignorancia y de la discriminación, iluminando el camino con una sabiduría incansable en busca de la verdad.
Con su talento, esfuerzo y dedicación, han dejado una huella indeleble en la historia, demostrando que la pasión y la perseverancia pueden transformar el mundo. Ellas son ejemplos para otras mujeres, y mostraron que no hay límites para lo que se puede lograr cuando se persigue un sueño con determinación y coraje. Así, el legado de estas mujeres se entrelaza con el de tantas otras que, en silencio o en estrépito, han contribuido a la construcción de un mundo más justo, más sabio y más humano.
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