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Entrevista a Pau Casanellas sobre "Morir matando. El franquismo ante la práctica armada, 1968-1977"

«La mayor parte de las metas que perseguían distintas organizaciones y grupos armados de esos años, como las de otros de izquierda radical, quedaron en el camino»

Fuentes: El Viejo Topo

Doctor en Historia por la UAB, Pau Casanellas trabaja actualmente como investigador posdoctoral en el Instituto de Historia Contemporánea (IHC) de la Universidad Nova de Lisboa. Su interés como investigador se ha centrado especialmente en los años sesenta y setenta del siglo XX, período que ha abordado tanto desde la perspectiva de las políticas de […]

Doctor en Historia por la UAB, Pau Casanellas trabaja actualmente como investigador posdoctoral en el Instituto de Historia Contemporánea (IHC) de la Universidad Nova de Lisboa. Su interés como investigador se ha centrado especialmente en los años sesenta y setenta del siglo XX, período que ha abordado tanto desde la perspectiva de las políticas de orden público como desde la vertiente de la movilización social, la cultura revolucionaria y las prácticas armadas.

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Más de trescientas páginas, numerosas y documentadas notas ubicadas al final de cada capítulo, 14 archivos consultados, una extensa bibliografía,… una excelente investigación. Felicidades. Morir matando… ¿quiénes murieron matando? ¿De dónde el título del libro?

Hace referencia a la manera como el franquismo se fue debilitando y, en última instancia, murió. Ya desde finales de los años sesenta y, especialmente, a medida que avanzaron los setenta, la dictadura se vio cada vez más amenazada, sus dirigentes dudaban sobre la capacidad de las instituciones franquistas de perpetuarse muchos años más, y todo ello hizo que el régimen respondiera agresivamente, mediante un incremento sustancial de la represión. Se trataba de una reacción casi desesperada en respuesta no sólo a la práctica armada -que también-, sino principalmente a la amplitud de la movilización antifranquista.

El franquismo ante la práctica armada, 1968-1977″ es el subtítulo del ensayo. ¿Por qué desde 1968 y no antes?

-Es el año en el que se produjeron las dos primeras acciones con consecuencias mortales en la historia de ETA, sucesos que constituyen el punto de partida de un período en el que la práctica armada volvió a tomar un protagonismo notable. Aunque siempre a lo largo de los cuarenta años de dictadura hubo quienes estuvieron dispuestos a combatirla por las armas, desde los años cincuenta, cuando el maquis se dio prácticamente por desarticulado, la contestación armada mermó sustancialmente. Hubo acciones puntuales y de hecho no fue hasta 1965 cuando fue abatido el último guerrillero que quedaba en activo, Xosé Castro Veiga, apodado O Piloto. Pero fue especialmente a partir de finales de los sesenta cuando la práctica armada volvió al primer plano de la vida política. Esto, además, coincidió con un auge general de las formas de contestación a la dictadura, lo que, junto con las crecientes divergencias en el seno de la elite política del régimen, convierte el período que se abrió entonces en una etapa particular, que puede catalogarse como de crisis del franquismo.

-1977 es la fecha límite. Pero… ¿no murió el general golpista en 1975?

-Ésa es una cuestión de la que merece la pena especialmente hablar. Franco murió en noviembre de 1975 y lo hizo en la cama, como se repite tan a menudo, pero el franquismo no murió con él, sino que lo hizo en la calle, a lo largo de los meses siguientes, fruto de la magnitud de las movilizaciones que se desarrollaron especialmente durante la primera mitad de 1976 (con episodios que desbordaron por completo a las autoridades, como las huelgas generales de Vitoria, Sabadell o el Baix Llobregat). Fue sólo entonces cuando las elites del régimen concluyeron que los proyectos de reforma limitada que impulsaban -de los que era principal arquitecto Manuel Fraga y que preveían un escenario a medio camino entre la «democracia orgánica» y la democracia parlamentaria- no iban a concitar el apoyo social necesario. De hecho, tampoco el propio Suárez previó inicialmente -cuando fue nombrado presidente, en julio de 1976- unas elecciones como las que se celebraron en junio de 1977, con la presencia en las urnas del PCE y de todos los partidos a su izquierda que quisieron presentarse.

-¿Qué debemos entender por «práctica armada»? ¿Por qué no lucha armada?

-Es una cuestión de matiz. En la época, algunos grupos consideraban que la lucha armada tenía un componente marcadamente militarista. En contraste, se formularon concepciones como la de agitación armada, que, por lo menos sobre el papel, implicaba una menor institucionalización del ejercicio de la violencia, así como una menor jerarquización en las estructuras del grupo u organización que la llevaba a cabo. Aunque mucho más genérico, práctica armada es un sintagma que permite referirse a diferentes usos de la violencia en un mismo contexto y que no implica -por lo menos no tan claramente- una concepción política determinada, como sí es el caso de lucha armada o agitación armada.

-¿El régimen franquista seguía siendo un régimen fascista en esos años o era más bien un régimen autoritario como algunos sociólogos e historiadores han afirmado?

-Que el franquismo fue fascista en sus orígenes es una asunción que ha ido ganando terreno en las últimas décadas, si bien no puede considerarse hegemónica entre la historiografía. En cambio, mucho más extendida es la tendencia a considerar que el régimen se «desfascistizó» en años posteriores, especialmente tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, a grandes rasgos, la arquitectura institucional de la dictadura, con sindicatos únicos en los ámbitos laboral y estudiantil y con otros organismos de encuadramiento y adoctrinamiento de masas (el Frente de Juventudes, la Sección Femenina), sobrevivió a la derrota militar de los fascismos en 1945. Igualmente, el peso del personal político de filiación falangista continuó siendo muy elevado en las décadas posteriores, como demuestra el caso de los gobernadores civiles (y en Barcelona tuvimos uno en concreto, Rodolfo Martín Villa, que todavía en los años setenta conservaba bien visibles en su despacho oficial y en su domicilio sendos retratos de José Antonio con los que no tenía problema en ser fotografiado). Ciertamente, el franquismo no era el mismo en 1975 que en 1939: el mundo entero había cambiado mucho entre una fecha y otra. Pero de la misma forma que en sus orígenes la dictadura tuvo al fascismo como referencia innegable, en el tramo final tuvo como inspiración las propuestas de la extrema derecha europea. Podría decirse que el franquismo posterior a 1945 fue un «fascismo después de los fascismos»: un fascismo superviviente a la capitulación militar de los fascismos, que se afanó por adaptarse a un mundo sensiblemente diferente al que lo había visto nacer.

-¿Estaba legitimada la lucha armada en ese período en su opinión? Según algunos, personas no alejadas de esas acciones en su momento, sus practicantes -ellos mismos no excluidos- fueron unos vanguardistas iluminados.

-Más que la legitimidad o ilegitimidad de esas acciones -que queda en el ámbito de las convicciones o de la perspectiva política de cada uno-, lo que creo que puede ser interesante señalar, como reflexión a partir del análisis de esa experiencia histórica concreta, es que, especialmente cuando lo que entonces se denominaba «movimiento de masas» empezó a tomar protagonismo, crecieron los recelos ante las acciones armadas. Estas desavenencias, existentes en algunos sectores del antifranquismo -señaladamente en el PCE- ya desde finales de los sesenta o principios de los setenta, se hicieron particularmente palpables en 1976, cuando las movilizaciones profundizaron de forma muy clara en la práctica asamblearia, horizontal. Al suscitar un incremento de la represión, las acciones armadas dificultaban la consolidación de esas prácticas, por lo que algunos atentados recibieron entonces críticas frontales en ese sentido.

-¿Nos recuerdas algunas de estas críticas?

-Por ejemplo, en octubre de 1976, la OICE calificaba el atentado mortal contra el presidente de la Diputación de Guipúzcoa, Juan María Araluce, como un «error político de extrema gravedad», al considerar que ponía «en grave crisis la continuidad de las prácticas políticas de la democracia directa (…) conquistadas por las propias masas al precio de mucha sangre». También desde las páginas de Punto y Hora de Euskal Herria se criticó tanto ese atentado como el que acabó con la vida del presidente de la Diputación de Vizcaya, Augusto Unceta, en octubre de 1977, lo que es significativo de las reticencias suscitadas por la lucha armada incluso entre los sectores revolucionarios abertzale.

-¿Alguno de los grupos que practicaron esa lucha consiguieron alguno de sus objetivos?

-En términos de consecución de objetivos, sin duda la mayor parte de las metas revolucionarias que perseguían las distintas organizaciones y grupos armados que actuaron en esos años, como las de tantos otros núcleos militantes de izquierda radical, quedaron en el camino. Con todo, no me atrevería a establecer valoraciones genéricas sobre la eficacia o ineficacia del uso de la violencia para la consecución de determinados objetivos políticos. A veces puede haber contribuido a conseguirlos, a veces todo lo contrario. En general, uno consigue los objetivos que se propone no porque los persiga mediante el uso de la fuerza o de manera pacífica, sino cuando dispone de un apoyo social amplio.

-¿ Y el uso de la fuerza gozó de ese apoyo social amplio en algún momento?

-No, o por lo menos no en los términos en los que la lucha armada gozó de apoyo en las guerras de liberación nacional del Tercer Mundo, por ejemplo. Bien es verdad que en el caso del País Vasco cabría matizar esa respuesta. En este sentido, podría decirse que al principio, a finales de los sesenta, las acciones armadas tal vez contribuyeran a incrementar el rechazo a la dictadura, al suscitar un incremento de la tensión y hacer todavía más evidente el carácter represivo del régimen. En el momento del proceso de Burgos (diciembre de 1970), los militantes de ETA aparecían a ojos de algunos sectores de la sociedad vasca -y, en menor medida, también de la española- como iconos de la lucha contra el franquismo. En cambio, a medida que fueron pasando los años y el conflicto armado se fue recrudeciendo, seguramente el efecto de las acciones armadas fue el contrario: el de retrotraer, por lo menos parcialmente, la extensión de las movilizaciones.

-Habla usted de práctica armada pero, en realidad, salvo error por mi parte, el grupo político que vertebra centralmente su investigación es ETA. ¿Por qué?

-El libro se plantea como un análisis de la política del franquismo ante el resurgir de la práctica armada, lo que incluye a) los ámbitos policial y de espionaje, b) legislativo y c) político. El protagonismo de ETA -y de sus distintas escisiones que ejercieron la lucha armada: ETA(V), ETA-m, ETA-pm, comandos Berezi- en la época es central, por lo que el trabajo debía necesariamente dedicar una atención prioritaria a esas organizaciones y a la realidad del País Vasco en general. Las cifras de víctimas mortales son elocuentes: las siglas que acabo de mencionar son responsables de 59 de las 81 personas muertas por grupos y organizaciones armadas entre 1968 y junio de 1977 de las que puede establecerse claramente la autoría. Igualmente, 23 de los 30 militantes armados muertos en acciones de represión policial y judicial son también integrantes de las distintas organizaciones armadas abertzale. De hecho, puede decirse que hasta 1972-1973 el conflicto armado estuvo circunscrito casi exclusivamente al País Vasco.

-Le pregunto a continuación por la importancia política de las acciones armadas de otros grupos como el FRAP, MIL, FAC o GRAPO.

-De acuerdo

Fuente: EL Viejo Topo, enero de 2015.