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La mirada de Juan Gelman

Fuentes: Rebelión

A los heridos por la intolerancia. A los que aún no se alivian del dolor. «Los dolores no se pueden dejar atrás, finalmente la memoria es presente. Lo que hay es una mejor convivencia con todo eso.» Juan Gelman En tiempos recientes he experimentado una gran nostalgia. Desconozco las causas que la provocan, pero estoy […]

A los heridos por la intolerancia. A los que aún no se alivian del dolor.

«Los dolores no se pueden dejar atrás, finalmente la memoria es presente.

Lo que hay es una mejor convivencia con todo eso.» Juan Gelman


En tiempos recientes he experimentado una gran nostalgia. Desconozco las causas que la provocan, pero estoy mucho más consciente de mi condición de extranjera, y aún con la conocida generosidad del país que me recibe, no deja de ser un exilio. Y el exilio, aunque voluntario, muestra sus esquinas punzantes. La distancia nos enfrenta con nosotros mismos, y pone en una calesita al pasado y al presente, jugando a corretearse sin alcanzarse jamás. A la distancia, y con las persistentes indagaciones de los nuevos compañeros de vida, los recuerdos familiares se acomodan como en una obra de teatro, y dan sentido al sinsentido de los impulsos, de los sueños, de las angustias y de los inexplicables dolores. Esa distancia permitió el autoconocimiento, a veces con repudio, a veces con conmiseración.

Estoy en ese proceso, un poco entregada, flotando en esa delgada línea que hay entre el padecimiento de la ausencia y la dulzura de los recuerdos. Fue en ese estado, que como vendaval escribí un texto sobre Buenos Aires, con un epígrafe del Maestro Gelman -nótense las mayúsculas y el título reservado en México para aquellos que se convierten en referente-.

Coincidentemente, el poeta recibió el Premio Cervantes de las Letras. Ignoraba la vida de Gelman, sólo sabía que vivía en México y que era víctima de la intransigencia política de la dictadura militar argentina. Admito conocer poco de su obra como poeta; la poesía no es un género al que recurra con frecuencia. Sin embargo, leía regularmente sus textos de opinión, caracterizados por la precisión y la contundencia.

Siempre me alegra el éxito de un compatriota y motivada leí sobre su dolorosa historia. Entendí la raíz de sus poemas, el manantial de angustia y desesperación que alimenta su obra.

Durante la conmemoración del 25 de mayo, en la Embajada Argentina en México, sostenía bajo mi brazo un fólder con el texto dedicado a Buenos Aires que se había publicado recientemente. La intención era entregarlo al Ministro Plenipotenciario, uno de esos personajes de la diplomacia que vale pena conocer. De pronto, la figura sombría de Gelman se desplazó a mi lado. Su pasos eran lentos, como cansados, y se veía envuelto en una bruma de humo de cigarro.

Como impulsada por una corriente eléctrica abordé al poeta, lo felicité por el galardón y le entregué el texto que llevaba en el fólder para otro destinatario. Agradeció austeramente, y una imperceptible sonrisa se dibujó en su boca. Era un simple acto de cortesía.

La mirada de Juan Gelman es la más triste que jamás haya visto en un hombre.

Cuando sus ojos sufridos me miraron sentí en mi cuerpo el padecimiento de los perseguidos, de los amenazados, de los torturados, de los olvidados, de los encarcelados y de los muertos que dejó el pasaje más oscuro de nuestra historia.

Los ojos de Gelman son el reflejo del dolor por la ausencia y del destierro, del cansancio por llorar pérdidas irreparables de miles de personas víctimas del terrorismo de Estado.

Al hablar hoy del laureado escritor puedo caer en lugares comunes, y repetir lo que ya se ha dicho sobre su lucha por la libertad y por la dignidad, sobre su obra teñida de desconsuelo, sobre su compromiso con los más humildes, con los que perecieron ante la crueldad de un régimen y con sus seres queridos, que los vieron desaparecer sin poder gritar su angustia.

Tal vez, Gelman se sienta conmovido por los elogios y los reconocimientos que hoy recibe. Pero su mirada me dijo, y creo no equivocarme, que la misma nube de humo gris de cigarro que lo rodea siempre, es la misma en la que su corazón está atrapado.

Posiblemente, el recuerdo de la cadencia de los versos Pushkin, que su hermano recitaba en ucraniano, sin que él comprendiera el significado, le permita esa mejor convivencia con los hechos dramáticos de su vida.

Muchas personas, como yo -y lo digo con vergüenza-, fuimos contagiados por la ceguera y la sordera colectiva ante la aberrante realidad imperante durante la dictadura argentina. En la persona de Gelman deposito una disculpa a todos los miles de hombres y mujeres que sufrieron injusticias durante las dictaduras, y que fueron invisibles, por temor o por ignorancia, para sus conciudadanos.

Tres generaciones fueron marcadas por la muerte y el miedo. Tres generaciones laceradas por la obcecación de un sistema.

Tal vez Juan Gelman nunca lea el texto que le entregué. Tal vez nunca lea esta disculpa pública. Tal vez siga viendo hacia el Río de la Plata buscando lo que le arrebataron. Tal vez de su corazón nunca sea desalojado el sufrimiento. Tal vez sus ojos grises y tristes nunca vuelvan a cruzarse con los míos.

Pero desde aquí lo abrazo y le digo que admiro su congruencia, su tenacidad y su valentía.

Desde aquí, Maestro Juan Gelman, le agradezco su legado y su ejemplo de vida, y deseo que, por medio de su nieta, un rayo de sol llegue a entibiar su corazón herido, le devuelva brillo a sus ojos y luz a su sonrisa.


Junio del 2008


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