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«La moda es una candidata perfecta para decrecer»

Fuentes: La marea climática [Foto: Sarah Van Looy]

La periodista británica acaba de publicar en España ‘Manual anticapitalista de la moda’, un análisis de esta industria desde la explotación laboral al daño medioambiental.

Tansy E. Hoskins es uno de los rostros más conocidos del periodismo británico. Nacida en Londres, y especializada en contar los entresijos de la industria de la moda en universidades, centros culturales, o medios como la BBC, quedó profundamente impactada cuando, en abril de 2013, el edificio Rana Plaza (en Daca, Bangladesh) se derrumbó, matando a 1.134 personas. La mayoría de ellas eran trabajadoras explotadas que cosían prendas para grandes firmas. Poco después, publicó su libro más famoso, Manual anticapitalista de la moda, escrito justo antes de la catástrofe, pero con el conocimiento de que un acontecimiento tan mortífero podría ocurrir en cualquier momento.

Manual anticapitalista de la moda

Para esta entrevista, hablamos de la segunda edición ampliada, que ha publicado hace apenas unos días, traducida al castellano, la editorial Capitán Swing. Hoskins se muestra contenta, acaba de parar el coche para detenerse en un paisaje verde de los que aún abundan en Inglaterra y encender el teléfono que permite nuestra conversación.

¿Cómo surge este libro? Es una segunda edición ampliada, publicaste la primera versión en 2014. ¿Por qué pensaste que era importante escribirlo y, ahora, reeditarlo?

Empecé a escribir sobre la industria de la moda en 2011. Básicamente comencé con un blog y publicaba también en webs de política. Lo hacía para intentar responder a las preguntas que yo misma tenía sobre esta industria. En ese momento, nadie hablaba realmente de moda y capitalismo. Nadie unía todos los temas: derechos laborales, derechos de los animales, imagen corporal, racismo, medioambiente… temas que a mí me importaban. Y los artículos que escribía empezaron a tener bastante repercusión. Una amiga me dijo: «Oye, esto daría para un buen libro». Así que trabajé con una editorial, Pluto Press, en un primer momento. Escribí el libro y lo terminé. La fecha límite era marzo de 2013, y luego ocurrió el derrumbe de la fábrica en Bangladés [el edificio Rana Plaza], en abril. Ya había terminado el libro antes de aquella tragedia. Ya había muchísimos problemas con la industria de la moda, pero eso tuvo un gran impacto en mí, en el libro y en la sociedad en general. Así que, hace dos años decidimos preparar una segunda edición, porque todos los temas del libro se habían vuelto aún más relevantes. La publicamos, y han pasado cosas muy interesantes, como las traducciones. Me alegra mucho que la edición en español acabe de salir. Me hace muchísima ilusión.

El libro sigue siendo relevante, pero tú no planteas una solución para la industria de la moda que no pase por acabar con el capitalismo y/o hacer una revolución. En este sentido, quizá 2014 abría una puerta a ese tipo de imaginación política. Ahora, con Trump en la Casa Blanca por segunda vez, tengo mis dudas. ¿Cómo crees que ha cambiado el rumbo del mundo de la primera a la segunda edición?

Hay un par de razones por las que creo que sigue siendo necesario un cambio social profundo para alterar la trayectoria de la industria de la moda. Lo primero es que no creo que la moda pueda cambiar por sí sola, en un vacío histórico. Creo que requerirá mudanzas sustanciosas; eso es, en parte, porque estamos hablando de algunas de las personas más ricas y poderosas del planeta. Son ellos quienes controlan la industria de la moda: Jeff Bezos con Amazon, Amancio Ortega con Zara (Inditex), Bernard Arnault con LVMH, etc. Sin duda, harán falta grandes cambios estructurales que aborden asuntos como la justicia fiscal y la redistribución de la riqueza para transformar la industria. Pero no tengo ninguna duda de que la industria de la moda va a cambiar. Dentro de cuarenta o cincuenta años no será como es ahora. Ese cambio puede venir porque los multimillonarios empujen al planeta hasta un punto de no retorno, los ecosistemas ya no puedan sostener el tipo de producción que estamos viendo, y todas las cadenas de suministro colapsen. Simplemente, no será posible producir el volumen de ropa y calzado que se está produciendo ahora. La otra opción sería que nosotros cambiásemos la industria de la moda intencionalmente, y por eso creo que la discusión sobre el decrecimiento es tan importante, porque la moda es una candidata perfecta para decrecer. No son bienes esenciales para la supervivencia humana; ni siquiera se está tratando la ropa como algo valioso para la humanidad en este momento: ni en cómo se produce, ni en cómo se consume, ni en cómo se desecha. Así que creo que la otra forma de cambiar esta industria es hacerlo conscientemente. 

Entiendo perfectamente lo que dices sobre Trump y la dirección política del mundo, pero, al mismo tiempo, miro a dos de los países más importantes en producción textil, Bangladés y Sri Lanka, y ambos han tenido algún tipo de revolución en los últimos dos años. La revolución en Bangladés ocurrió el verano pasado, y la primera ministra tuvo que huir del país. Así que creo que las cosas realmente pueden cambiar muy, muy rápido. Y, si llegamos al punto en el que los beneficios de vivir bajo este sistema son menores que los inconvenientes, entonces cada vez más personas empezarán a cuestionarlo todo. Lo que ocurrió en Bangladesh el verano pasado me pareció muy inspirador y, a la vez, asombroso.

Mucha gente se pregunta: «¿Cómo le vas a decir a alguien que cobra el salario mínimo que no compre ropa en Shein, por ejemplo, si no tiene dinero para gastar más?» ¿Se debe culpar al consumidor por sus hábitos, aunque esos hábitos sean perjudiciales?

Esa no es la postura que adopto. No sé si esto existe en España, pero en Inglaterra tenemos algo llamado “pantomimas”. Son una especie de espectáculos teatrales tradicionales en los que aparece el villano y el héroe no puede verlo. Entonces, el público grita: “¡Está detrás de ti!”. Tu pregunta me ha recordado a eso. Si dedicara mi tiempo a culpar a madres solteras y adolescentes por el estado de la industria de la moda y del capitalismo, estaría ignorando completamente a Amancio Ortega y su superyate –que costó 300 millones de dólares–. El de Jeff Bezos cuesta 500 millones y lleva un barco de apoyo de 75 millones. Entonces, de entre todos estos grupos de personas, ¿a quién creo que hay que culpar? ¿Quién está tomando decisiones en los consejos de administración de empresas? ¿Quién decide usar fábricas como Rana Plaza? ¿Quién decide que esas mujeres no tengan un salario digno? ¿Quién elige fabricar algo con poliéster, sin ninguna posibilidad de que dure o se pueda reciclar?

Yo quiero que la atención se centre en los que toman esas decisiones. Creo que ahí es donde deberíamos poner el foco. Lo de Shein, para mí, es una señal de lo roto que está el sistema y de lo insatisfactoria que es la vida de mucha gente. Esa ropa no es buena, no está bien hecha, no sienta bien, no es especialmente bonita, y ni siquiera es saludable. Está llena de productos químicos. La idea de culpar a personas cuya única opción es comprar esa ropa… prefiero hablar del sistema, de quienes están creando Sheins, Primarks, Nikes y Zaras.

Hay una expresión que usas cuando hablas de mujeres que se ponen bótox, o se someten a cirugías para parecerse a supermodelos o influencers. La expresión es “huir de la naturaleza”. Eso es exactamente lo que hace la industria cuando lo contamina todo: ríos, campos de algodón, etc. ¿Cómo crees que ese abandono de la naturaleza, incluso de nuestros propios cuerpos, ha influido en toda la cadena?    

Creo que es absolutamente crucial para entender dónde estamos como especie en relación con este planeta tan increíble y único. Se nos ha animado a huir de la naturaleza; todo lo natural se juzga como inferior o como algo que hay que conquistar. Se trata de una mentalidad muy colonial que aplicamos a todo: desde las selvas tropicales hasta los animales con los que coexistimos, como el ganado implicado en la moda, o los cocodrilos, e incluso nuestros propios cuerpos. Es como si no se nos permitiera simplemente disfrutar y celebrar nuestros cuerpos, o el milagro de estar vivos en este momento… Y creo que eso es agotador, especialmente para las mujeres. Se nos enseña a “arreglarnos” constantemente y a rechazar lo natural: las uñas tienen que estar pintadas, hay que depilarse, teñirse el pelo, hacer ejercicio, operarse, tomar pastillas para adelgazar, cosas así. No se nos permite simplemente relajarnos, ir a pasear por el bosque, nadar en el río, o jugar con nuestros amigos o hijos. Es agotador tener que estar siempre intentando no ser natural o no estar en armonía con el planeta. Y la razón evidente por que la que ocurre esto es que la industria de la belleza y de la moda quiere vendernos cosas. No hay nada que vender si se promueve la idea de estar en sintonía con la naturaleza; pero, si tienes que conquistar tu cuerpo, entonces pueden venderte pastillas, tintes, maquillaje, ropa, etc. Comprar, comprar todo el tiempo. Es agotador y muy caro.

Como mujer, entiendo perfectamente la obligación de “ser perfecta” todo el tiempo, cuando la perfección no existe. Ahora incluso tenemos influencers que son modelos hechas con IA… Pero, ¡no me puedo parecer a ellas porque no son reales!

Exactamente, no son reales. Es como una fantasía enfermiza. Es imposible convertirse en ese tipo de supermodelo generada por ordenador o aumentada digitalmente. 

¿Crees que algún tipo de regulación de las redes sociales podría contribuir a evitar esas imágenes artificiales, y también los problemas de salud mental que sufren muchas adolescentes?

Yo no tengo problemas con el contenido de las redes sociales. Lo que me preocupa enormemente es la propiedad privada de las plataformas y el daño real que eso causa a las personas, especialmente a las mujeres jóvenes. Creo que mientras las redes sociales existan para generar lucro, para que Mark Zuckerberg gane dinero, esto sólo va a ir a peor: más división, más toxicidad, y básicamente, más daño para nosotros. Yo quisiera ver más propiedad colectiva; no un oligopolio de las redes sociales. 

Otra cosa que tratas en el libro son las protestas. En particular, hablas de Extinction Rebellion y la protesta que protagonizaron en la Semana de la Moda de Londres de 2019. Ahora bien, unos años después de aquello, Reino Unido aprobó una de las leyes más restrictivas de Europa contra el activismo. De hecho, la están aplicando ahora para sofocar manifestaciones por Gaza. ¿Cómo has visto evolucionar estas protestas desde que empezaste a escribir el libro, y cómo crees que la gente puede salir a la calle si la están tratando como a terroristas?

La situación en Reino Unido no es nada buena. Los últimos meses han sido especialmente duros. La aplicación de leyes antiterroristas contra manifestantes pacíficos es, obviamente, aberrante y completamente contraria a lo que significa vivir en una sociedad con libertad. Creo que necesitamos que más gente salga a la calle a manifestarse y participe activamente en la vida ciudadana. Podrán arrestar a 10 o a 100 personas, pero es muy difícil que arresten a un millón. Creo que es el momento de que la gente se vuelva más activa –políticamente hablando–, ya sea presionando a sus representantes políticos, o ayudando a organizar manifestaciones, o apoyándolas de alguna manera. Tenemos que defender el derecho a la protesta. No quiero vivir en una dictadura donde no pueda salir a la calle con una pancarta que diga que matar niños está mal. No quiero que ése sea mi país. Así que sí, creo que ahora es más importante que nunca defender ese derecho.

A pesar de los múltiples procesos de explotación que fomenta la moda, argumentas que habría que preservarla como arte en una hipotética sociedad decrecentista. Me pregunto: ¿crees que la disfrutaríamos de manera inocente, o seguiría creando jerarquías, “distinción” –en el sentido que le da Bourdieu–? 

Para mí, ésta es una de las preguntas más emocionantes e interesantes, y una de las razones por las que sigo escribiendo sobre moda. Quizá tendría otro nombre, pero, ¿cómo sería la moda si eliminásemos la clase social, o la raza, o el género, y permitiésemos que todo el mundo participase en el proceso de diseño y se pusiese lo que quisiera, independientemente de sus pronombres, su origen étnico o de su sexualidad? ¡Poder expresarte libremente!

Eso sería fascinante. Veríamos una evolución en la apariencia, en la manera de vestir. Algunas personas querrían simplemente ponerse algo cómodo y ser felices. Para otras, significaría una oportunidad de usar el color y la simbología como modo de expresión personal.

Al principio del libro hago ese experimento mental en el que pregunto a la gente en qué tipo de sociedad querría vivir, y luego les digo: ¿qué función tendría la moda en esa sociedad? Y cada persona responde algo diferente. Unos dicen que sería algo utilitario: «para abrigarme»; otros, para expresar la cultura, celebrar las fases de la luna… o lo que sea. Para hacer la vida más bella. 

Y luego volvemos a la pregunta: ¿qué función tiene la moda ahora, en 2025? Y la respuesta es que la moda sirve básicamente para hacer más ricos a los multimillonarios y para actuar como un sistema de control sobre nosotros. Yo pienso que, si nos dan la oportunidad, podemos hacerlo muchísimo mejor. Y eso me parece emocionante a nivel creativo. Es una gran fiesta a la que me encantaría asistir: ver cómo la gente se expresa fuera del capitalismo. Para mí, ésa es una pregunta fascinante e inagotable.

Necesitaríamos trabajar menos horas para poder diseñar y coser nuestra propia ropa.

Por supuesto. Quizá trabajaríamos sólo dos días a la semana, habría grandes bibliotecas, algunas personas querrían elaborar su propia ropa; otras, no: la compartiríamos. Pero no haría falta tanta ropa, porque no habría tendencias ni modas. Y las prendas estarían mejor hechas. 

Fuente: https://climatica.coop/entrevista-tansy-e-hoskins-libro-moda/