Una expedición científica acaba de comprobar la extinción del delfín del río Amarillo en China. Luego de navegar por sus más de 3000 kilómetros no se logró avistamiento alguno. Quizá la noticia llama la atención porque se trata de un animal relativamente valorado por el humano, pero la extinción de especies animales y vegetales es […]
Una expedición científica acaba de comprobar la extinción del delfín del río Amarillo en China. Luego de navegar por sus más de 3000 kilómetros no se logró avistamiento alguno. Quizá la noticia llama la atención porque se trata de un animal relativamente valorado por el humano, pero la extinción de especies animales y vegetales es diaria y constante. El humano viene exterminando toda una gama de vidas que habitan el planeta mucho antes de que éste pudiera andar en dos extremidades. Esto evidencia un grado de arrogancia gigante y grietas en las estructuras supuestamente más sólidas de las civilizaciones terrícolas.
No hay grupo humano que no se jacte de poseer una moral que le sirve como guía o referente de sus acciones. Unos la introducen a través de la religión, otros desde una superioridad intelectual. Pero dadas las constataciones del exterminio que el humano produce en el planeta, y en el que ninguna moral repara, toda esa superioridad es ridícula. Cómo la moral puede permanecer quieta frente a destrucción más aberrante que existe: la de la tierra, la vida mayor y de la que dependemos todos en el planeta. Se ha distorsionado el valor de la vida en pro de una conveniencia en la que el humano es centro y fin del universo.
La vida es una sola, es absoluta. Los principios vitales no pueden medirse por capacidades intelectuales, técnicas, eróticas o afectivas. La moral humana ha dejado de lado toda la diversidad de las vidas que habitan el planeta para poner arbitrariamente a la vida humana como sujeto de la defensa intereses humanos. No hay otra forma de entender el desprecio por las millones de especies que pueblan la tierra. Y esto no tiene que ver con el ciclo vital humano que impulsa a que diversos tipos de vida sean terminadas sobre todo por cuestiones alimenticias o de uso de implementos humanos. El tema va más allá, y tiene que ver con toda una concepción que ha elevado al humano al insostenible lugar de centro, desde donde medios y fines se conjugan para favorecer la distorsión de su desarrollo.
En el colmo de incoherencia, cuando alguna persona que tiene que ver con estas instituciones que dicen detentar la moral, eleva una voz de protesta, se le arrincona. El caso del Padre Marco Arana, que ha confrontado los excesos de las actividades mineras, es indicativo. En lugar de valorar esa intención, el en Perú se le ha llegado a calificar de terrorista, de manipulador y monsergas más. El humano pues se ha entregado al exterminio imparable de las demás vidas y condena, desde medios de comunicación o instituciones, pontificando el dogma del mercado.
Así, los predicadores de la moral, sean religiosos o no, van a tener que pensar en ir a sermonear a los saturnianos, porque en esta tierra que asumen suya ni los humanos van a estar en pie si el ritmo del exterminio sigue sostenido. Y la palabra no es exagerada, el exterminio es constante y comprobable. La moral humana es una burla, es diminuta frente a los cósmico, como el tiranuelo feudal se contenta con que sus dóciles siervos la respeten, y el miedo y la culpa que propaga no sirven de nada. Cómo una moral puede avalar con su silencio la destrucción del hogar, en este caso el planeta. Cómo una moral puede ser tan privativa y construir sobre una especie su principio y su fin. No estamos frente a ninguna moral en este planeta, sino frente a un discurso que escuda lo contrario a lo que dice defender.
La manipulación mayor consiste en hacernos creer que la vida humana es superior o tiene más valor que las demás. Desmembrado ese argumento, toda construcción en ese sentido pierde validez. Pero siguiendo ese limitado argumento, una vida extraterrestre más desarrollada podría argumentar exactamente lo mismo y llegar a la Tierra y en un instante exterminarnos o utilizarnos para su industria alimenticia.
Un poco de humildad es lo que le hace falta al humano, hoy abrazado como un gusano, con el perdón de éstos, en un desarrollo falso, enredado en la babosa sensación del crecimiento económico, de la técnica, de sus avances atómicos. Nada de eso sirve sin un lugar en el que aplicarlos. El destino de la Tierra está en el límite de su posibilidad futura. Los billetes se pueden fabricar. La tierra nunca. Apañados en la falsa moral, laicos y religiosos pretender asumirse voceros de una verdad. Su verdad moral es una burla, y es tiempo de que lo sepan.