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La muerte de un ministro de Franco que dicen que tenía todo el Estado en su cabeza

Fuentes: Rebelión

«¡Que [Luis Cernuda] se quede donde está! ¡Ya tenemos bastantes maricones en España!» Manuel Fraga (1962) [1]   No se trata de lanzarse corvinamente sobre un cadáver reciente. El mismo Manuel Fraga nos enseñó cómo no debe comportarse nadie que aspire a un átomo de dignidad ante una muerte reciente. Recordemos sus palabras sobre «el […]

«¡Que [Luis Cernuda] se quede donde está! ¡Ya tenemos bastantes maricones en España!»

Manuel Fraga (1962) [1]

 

No se trata de lanzarse corvinamente sobre un cadáver reciente. El mismo Manuel Fraga nos enseñó cómo no debe comportarse nadie que aspire a un átomo de dignidad ante una muerte reciente. Recordemos sus palabras sobre «el dossier de este caballerete» tras la muerte-asesinato de Julián Grimau cuando él era ministro de Información y Turismo del gobierno franquista.

Eso sí, algo debe decirse tras escuchar lo que algunas «personalidades» y organizaciones políticas han afirmado de la trayectoria y legado del presidente fundador del PP y después de oír (horrorizados) como algunos medios informativos, no todos afortunadamente, se han aproximado y se siguen aproximando a su figura.

Lo esencial, desde una perspectiva de izquierda, crítica, documentada y que ha acuñado justamente su moneda en este ámbito, está recogido en estas palabras, que ningún antifranquista puede dejar de agradecer, de Juan Carlos Monedero dichas en un programa de Radio Nacional de España la mañana de 16 de julio de 2012: http://www.youtube.com/watch?v=W9kU1gHyIYM&feature=related (Son consistentes, por lo demás, con lo que el propio Fraga dijo de sí mismo en más de una ocasión. En esta por ejemplo: en 1963, alguien -que se jugó, no el pellejo tal vez, pero sí algunos meses en calabozos y cárceles- le gritó: ¡Fascista! La respuesta del entonces ministro, según crónicas de la época, no tiene desperdicio: «Fraga se abrió la chaqueta, sacó el pecho y contestó: ¡A mucha honra, gracias!»).

Repasemos algunos vértices de una trayectoria que ha marcado profundamente la derecha extrema española.

No ha sorprendido tras el fallecimiento, no pueden sorprendernos, declaraciones o notas como las de Javier Arenas, el candidato del PP en las futuras elecciones autonómicas andaluzas: «Fraga, ejemplo de honestidad, preparación intelectual, capacidad de trabajo y servicio de Estado». En cualquier otro país democrático, si en España no hubiera regido la transición-transacción que operó y no se hubiera consolidado la «democracia» demediada, la Monarquía borbónica de la trama UBT que sufrimos, Arenas no podría ser, desde hoy mismo, candidato a nada o casi nada. Como máximo, a la presidencia de algún grupo residual de la Falange; a nada más.

Otras declaraciones, en cambio, escuecen un poco más… O bien mirado, no tanto. Son también probable consecuencia de la Inmaculada Transición en la que parece quieren que sigamos inmersos. José Antonio Griñán, el actual presidente andaluz, ha señalado: «[..] supo estar a la altura de las circunstancias cuando había que construir pacíficamente una España constitucional». A la altura, ¿de qué circunstancias? ¿Pacíficamente? ¿De qué España constitucional se habla cuando hablamos de la España constitucional?

Las palabras de Santiago Carrillo, las del que fuera ex secretario general del PCE, no representan ninguna ruptura con el comentario de Griñán: «[…] hombre de talento con cierta capacidad de adaptarse a los tiempos… [aunque en sus inicios fue] un hombre muy de derechas, autoritario, empecinado en ideas y actitudes. En conjunto, su historia y su vida son muy contradictorias». ¿Contradictorias? ¿Qué noción de contradicción maneja o tiene en mente don Santiago, el actual tertuliano de la SER?

Además, nada menos que la ejecutiva federal del PSOE, siguiendo la línea que en su momento trazara el ex asesor de Carlos Slim cuando piropeaba al, por él mismo designado, jefe de la oposición española, ha manifestado «su profundo respeto» por la figura del presidente del PP y, especialmente, por su papel activo y determinante durante la transición: «Los demócratas siempre recordaremos con gratitud su trabajo como ponente en la elaboración de la Constitución española de 1978». Como han leído: profundo respeto por el máximo responsable de aquel infame lema de los «25 años de paz», por el que anunciara el estado de excepción de 1969 y por alguien que peleó, que batalló hasta el final, para que la Constitución de 1978 fuera lo más reaccionaria posible, con la Monarquía borbónica transjurídica, la Iglesia católica, el Ejército neofranquista, los privilegios intocados y el capitalismo en los puestos esenciales de mando.

En la misma línea se ha pronunciado el inefable Josep Antoni Duran i Lleida: figura clave para que la transición fuera un éxito, ha comentado. Lo que, bien leído, es sin duda verdadero: la consolidación de esta Monarquía borbónica constitucional demediada tiene en Fraga y en personajes como él, algunos de ellos íntimos suyos, sus grandes muñidores. Ese es el motivo del elogio de un político profesional tan de derecha extrema como Duran i Lleida, cuya cosmovisión tiene netos puntos de contacto en más de un nudo con las posiciones mantenidas por don Manuel.

No es necesario recordar, nunca podremos olvidarlas, las muertes de Granados, Delgado, Julián Grimau, Puig Antich… o las de los últimos cinco ejecutados por el franquismo. Dicen que cuando se le preguntó por estos últimos fusilamientos, nuestro demócrata reconvertido que supo estar «a la altura de las circunstancias» respondió algo así como lo siguiente: «A cierta gente yo no la fusilaría. La tendríamos que colgar por los cojones». Don Manuel era muy macho, algo mal hablado y, sobre todo, muy pero que muy español.

De su etapa propiamente fascista, no hay que olvidar el falso baño en Palomares tras el accidente atómico de 1966 y la amenaza a los padres de Ruano tras el asesinato de éste: ¡tened cuidado, les espetó, os queda una hija! España y él eran así

De la transición, baste recordar que fue el máximo responsable político de la matanza de Gasteiz el 3 de marzo de 1976 (él, si no ando errado, estaba de viaje en el extranjero y era su compinche Martín Villa quien dirigía la policía fascista aquel día) y, sobre todo, aquella infame visita dos días después a trabajadores heridos de gravedad por la policía armada que él mismo dirigía. Como el hormigón. La calle, dijo, era suya. Ni que decir tiene que aquellos trabajadores asesinados por el terrorismo del Estado neofranquista -Pedro María Martínez Ocio, Francisco Aznar Clemente, Romualdo Barroso Chaparro, José Castillo y Bienvenido Pereda- siguen sin ser víctimas del terrorismo. Dos meses después, vino Montejurra. Fascistas italianos, próximos a la red Gladio, le echaron una mano.

La lista puede seguir ampliándose a lo largo de los años. No cambió sustancialmente durante las últimos tres décadas. Apoyó lo que apoyó y simpatizó con lo que simpatizó: todo ubicado en la derecha, en la reacción internacional y en los privilegios.

Lo que fue Manuel Fraga queda muy bien resumido en esta consideración suya: es evidente, dijo, «que el glorioso alzamiento popular del 18 de julio de 1936 fue un de los más simpáticos movimientos político-sociales de que el mundo tiene memoria. Los observadores imparciales y el historiador objetivo han de reconocer que la mayor y la mejor parte del país fue la que se alzó, el 18 de julio, contra un Gobierno ilegal y corrompido, que preparaba la más siniestra de las revoluciones rojas desde el poder». ¡Más simpáticos movimientos político-sociales!

Esta «profunda» convicción le acompañó hasta el final de sus días. En 2007, hace apenas cuatro años, en neta consistencia, aseguró que el franquismo sentó la bases para una España con más orden.

Manuel Fraga, desde luego, nunca condenó ni el golpe ni la dictadura fascista que asoló el país desde 1939. Fue parte sustantiva de ella. ¿Por qué iba a condenarlos?

PS. Esta es la joyita en bruto que nos ha regalado la inefable Rosa Montero sobre la muerte del ex ministro franquista y «padre» de la Constitución monárquica de 1978 «[…] porque era cierto que Manuel Fraga Iribarne poseía un gran sentido del humor, una vasta cultura y una brillante inteligencia, y, al mismo tiempo, también era verdad que de repente parecía cubrirle un velo rojo, que perdía los nervios y farfullaba, que se convertía en un motor pasado de revoluciones y en una fuerza ciega e irracional. Ha sido nuestra más perfecta versión de Doctor Jeckyll y Mister Hide. Un personaje intenso… Los años, la salud y el peso de la edad le fueron calmando, pero siempre mantuvo su originalidad radical y algo alienígena. De hecho, hasta su físico, al envejecer, le fue haciendo cada vez más parecido a un personaje de La Guerra de las galaxias«. Lo mejor para el final: «Hoy [domingo noche] lamento la pérdida de este hombre irrepetible: el mundo será más convencional sin su presencia. Además, creo que hay que reconocer su esfuerzo por apaciguar en su momento a la derecha más cerril. Esto es: le agradezco que se comiera a los caníbales.» Lamento la pérdida de este hombre irrepetible: el mundo será más convencional sin su presencia… ¿Cómo podemos envejecer tan mal?

Notas:

[1] El poeta, exiliado entonces en México, había pedido permiso para asistir al entierro de su madre.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.