Todo se pega, menos la hambruna. Aunque parezca mentira, con lo que abunda. «Los países ricos le tienen miedo a la gripe A, al sida, a la malaria o a la tuberculosis, pero no al hambre, porque no es contagiosa», denuncia José María Medina, coordinador de la campaña «Derecho a la alimentación. Urgente». Mañana, en […]
Todo se pega, menos la hambruna. Aunque parezca mentira, con lo que abunda. «Los países ricos le tienen miedo a la gripe A, al sida, a la malaria o a la tuberculosis, pero no al hambre, porque no es contagiosa», denuncia José María Medina, coordinador de la campaña «Derecho a la alimentación. Urgente». Mañana, en Madrid, varias oenegés aporrearán sus platos vacíos, tambores del hambre, contra «la violación masiva de los derechos humanos» que padecen quienes sobreviven sin comida. Hace ahora 5.000 días, en 1996, Roma acogió la mayor Cumbre Mundial de la Alimentación de toda la historia. Cerca de 200 países acordaron entonces un gigantesco plan de acción para reducir a la mitad el número de famélicos antes del año 2015. No han cumplido su palabra, sus compromisos, y los hambrientos, 1.020 millones de personas, han engordado en este tiempo otro 25%.
El último invento de la industria de la guerra suena que alimenta. «Es como una natilla a prueba de balas», explican los científicos. La multinacional BAE Systems ha creado un blindaje líquido que podría utilizarse para confeccionar chalecos antibalas más ligeros, flexibles y efectivos. De momento, la fórmula química del líquido antibalas permanece secreta y sólo han contado que «absorbe la fuerza de choque del proyectil y responde volviéndose más viscoso». Una natilla metálica, un dulce y sabroso seguro de vida. Si las armas pudieran algún día comerse… seguro que las guerras dejaban por fin en paz a los pobres, se olvidaban de los muertos de hambre.
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