Llegar a La Habana en un vuelo desde Miami y ver en el equipaje de otros pasajeros cubanoamericanos cuatro grandes llantas todas embaladas, o cajas de losas, o televisores y grandes «gusanos» envueltos en nylon casi siempre azul ya no es una imagen nueva para quienes, con más de 40 años de edad, forman parte […]
Llegar a La Habana en un vuelo desde Miami y ver en el equipaje de otros pasajeros cubanoamericanos cuatro grandes llantas todas embaladas, o cajas de losas, o televisores y grandes «gusanos» envueltos en nylon casi siempre azul ya no es una imagen nueva para quienes, con más de 40 años de edad, forman parte de la comunidad cubana que vive en Estados Unidos.
Antes sí. No era posible, como explica el profesor cubanoamericano Lisandro Pérez, que alguien de esta comunidad tuviera un negocio en Miami basado en el contacto con Cuba, como las tiendas que venden uniformes escolares cubanos en Hialeah. O también como el ahora natural envío de remesas, dinero que proviene del trabajo de la comunidad emigrada cubana en Estados Unidos, que le resta riqueza, y entra en Cuba como si fuera un renglón económico más debido a su gran magnitud e impacto.
Son, entre otras muchas, las posibilidades que ha dado a los cubanoamericanos el tránsito desde la Ley Migratoria Cubana de 1960 y 1961, cuando se definió una emigración sin retorno, hacia los acuerdos migratorios de 1994 y 1995, y los más recientes de 2014, momento en que desaparece la emigración sin retorno en el país de origen como definición y como acto político. Desde esa perspectiva lo asume el investigador y director del Centro de Estudios Demográficos de la Universidad de La Habana, Antonio Aja.
Pero dentro de esa «nueva ola» de emigración definida por nuevas circunstancias tanto en Cuba como en Estados Unidos -y por otras no tan nuevas, como la necesidad de buscar un futuro más próspero fuera de la tierra natal-, que ha sido además sostenida en el tiempo y la mayor que ha existido desde antes del triunfo de la Revolución cubana, confluyen hoy numerosas variables y condiciones de inserción en la sociedad norteamericana que no han sido prácticamente estudiadas, como sí lo fueron en la comunidad de los 60, de los 70, del Mariel, etc.
Precisamente en la necesidad de actualizar estas investigaciones estuvieron de acuerdo todos en el panel sobre la emigración cubana que organizó Casa de las Américas como parte del IV Coloquio Internacional de Latinos en Estados Unidos. Así lo apunta Aja: «Los que estudiamos la emigración cubana estamos aquí sentados y miren la edad que tenemos. Es un franco proceso de envejecimiento, y pareciera que el relevo no aparece tan fácil. Por tanto, a mí me preocupa muchísimo que se pierda la memoria histórica de este proceso».
Pasa que, para ese y para todos los demás procesos, Cuba debe enfrentar el hecho de ser hoy el país más envejecido de América Latina. Lo que ello implica a nivel social, económico y psicológico, está lejos de ser una consciencia colectiva en nuestro país. Y específicamente desde el punto de vista demográfico, tal cual señaló el profesor Aja, se conjugan factores como la ganancia social de que nuestra población tenga una alta expectativa de vida, también el hecho de que el 19,8 por ciento sobrepase de 60 años y de que nuestra tasa de fecundidad esté por debajo del nivel de reemplazo (las mujeres no paren dos hijos). Todo eso implica que envejecemos más rápido. Ahora, detalla Aja, en «los países que tienen esa situación, como Estados Unidos, Francia, Canadá y en Europa, son países que reciben migración. Y nosotros la perdemos».
A la vuelta de 10 años, Cuba va a ser un país con 10 millones de habitantes, donde el 30 por ciento tendrá más de 70 años y no habrá casi población económicamente activa. «Por tanto -continua- el diseño económico, político y filosófico de esta sociedad tiene que cambiar y reconocer esta realidad. Y reconocer además que la migración es un elemento fundamental para cualquier proyecto económico, político y social que lleve la isla».
Algunas claves
En Cuba todos podemos hablar -o creemos que podemos- sobre la emigración con alguna propiedad. Casi todos tenemos familiares y amigos en otro país, y la experiencia de la distancia no nos es ajena. Pero desde el punto de vista académico, una actualización de los estudios que solían realizarse ayudaría a responder con más argumentos la pregunta: ¿cómo les va a los cubanos en Estados Unidos? Se sabe, por ejemplo -según el dato que aportó el investigador Rubén Rumbaut en un panel previo-, que el cuadro económico de los cubanoamericanos es ahora más heterogéneo, y que el ingreso promedio familiar de los cubanos en Estados Unidos está por debajo de la norma del resto de los hispanos.
Los investigadores se preguntan si esto implica que necesariamente la comunidad ha empobrecido, ahora con mucho más jóvenes en su tejido social, o son otros factores los que inciden. Algunos plantean, como Aja, que el crecimiento demográfico de la población cubana en Estados Unidos está dado esencialmente porque siguen arribando migrantes y no por las tasas de natalidad en particular. Otros atribuyen el «éxito económico» pasado, o lo que también se conoció como «golden exile», a la fuerza del enclave donde se asentó la comunidad, a las condiciones económicas en que esas personas salieron de Cuba, al papel de la familia en la dinámica socioeconómica y a los vínculos políticos que, como bien explicara el profesor Jesús Arboleya, se basaron en buena medida en la hostilidad hacia Cuba y en la premisa de que no habría negociaciones con Cuba hasta que no fuera derrocado el gobierno revolucionario.
Ya hoy, según indican las más recientes encuestas, esa posición se ha debilitado. Son más los cubanos que desde Estados Unidos desean mantener y fortalecer las relaciones con Cuba, estén de acuerdo o no con la estrategia de gobierno. Aunque también, indica Arboleya, en ese grupo se incluyen quienes todavía desean un cambio de régimen, pero abogan por nuevos métodos para lograrlo, tal y como declaró Barack Obama. Pero los números están aún enfrío, no hay muchos análisis sobre ellos.
Todo esto implica además un gran debate sobre la aplicación del término cubanoamericano: ¿Lo son quienes salen de Cuba con un visado legal para emigrar? ¿Lo son quienes tienen ciudadanía cubana y esperan por la norteamericana? ¿Lo son quienes, cuando pasa un año, comienzan una emigración pendular? «Se trata de Cuba en Miami y Miami en Cuba, porque ambas cosas están sucediendo hoy. Y pasa por la cultura, pero en primer lugar por la emigración», comenta Aja.
Además: ¿Cómo incide esta cercanía entre ambos países -ahora nuevamente ahogada a partir de los más recientes sucesos- en las dinámicas sociales de la comunidad cubana de emigrados? ¿Cómo se relacionan entre ellos? ¿Cómo se insertan en la sociedad norteamericana? ¿Cómo se representan respecto a otros grupos de emigrantes? Sabemos muy poco sobre estas cuestiones hoy, no más allá de la evidencia empírica de la propia comunidad.
Uno de los signos que marcó el proceso del Mariel, según comentaron, fue «que se vayan». Pero hoy la emigración está marcada por el desgarre que significa para el país -además de para las familias, como siempre fue- que cientos y cientos de jóvenes decidan abrir caminos en otras tierras.
La importancia de que los cubanos decidan vivir en Cuba y construir proyectos de vida en esta tierra es hoy más evidente que nunca antes. Basada en las muchas experiencias que me rodean y las mías propias, me atrevo agregar otro punto a los planteamientos de los panelistas. Este asunto pasa también por una estrategia de aperturas desde el gobierno cubano, que permita a los cubanos, y en especial a los más jóvenes, mejorar sus niveles de vida y que brinde sostenibilidad ante las inversiones económicas, de esfuerzo, de tiempo y de esperanza que puedan surgir o a las que han surgido ya en un clima de inestabilidad e inseguridad.
Se podría empezar por ahí. La conjugación de envejecimiento poblacional y la emigración de jóvenes no es ni podrá ser la sociedad próspera y sostenible a la que muchos aspiramos.
Fuente: http://progresosemanal.us/20171023/la-nueva-ola-emigracion-lo-no-sabemos/