Desde la emergencia de la ultraderecha como partido político, es habitual que, en torno a las conmemoraciones del nacimiento de Blas Infante el 5 de julio y de su asesinato la noche del 10 al 11 de agosto, sus dirigentes y voceros mediáticos viertan descalificaciones, cuando no insultos, contra quien es reconocido en el Estatuto de Autonomía como “padre de la patria andaluza”.
Y arremetan contra las entidades, organizaciones y personas que se declaran andalucistas. Este año nos ha tocado a algunos de los miembros de la Fundación Blas Infante, entre ellos yo mismo. El motivo, o mejor excusa, ha sido el convenio de colaboración entre la Fundación y Canal Sur, que tiene como una de sus concreciones la puesta en marcha de un programa, a emitir desde septiembre por Radio Andalucía Información, con el título de “Andalucía: un pueblo con Historia” del que nos encargaremos varios profesionales de la docencia y la investigación pertenecientes al patronato de la Fundación. Han llegado a afirmar que, con ello, la radio pública andaluza va a imponer un “adoctrinamiento en nacionalismo andaluz” (¡!), deduciendo, de forma delirante, que el actual presidente de la Junta, Juan Manuel Moreno, “se apunta al carro de la disgregación nacional”: un carro que estaría siendo conducido por el presidente de la Xunta de Galicia, Núñez Feijóo, también del PP. ¡De locos, vaya!
No se han ahorrado acusaciones de “andalucistas radicales” y de “comunistas”, dos etiquetas que, en el universo ultra, bastan para descalificar a cualquier persona, aunque, como es mi caso, haya gastado cincuenta años de su vida en la docencia y la investigación universitarias, publicado decenas de libros, dirigido más de treinta tesis doctorales y obtenido reconocimientos varios a nivel andaluz, estatal e internacional.
Si lo de “andalucistas radicales” quisiera decir que nos interesan las raíces, y no solo los efectos, de lo que Infante llamó los dolores de Andalucía, sí estaríamos ante una definición correcta, pero si lo de radical pretende asimilarse a extremista o violento, el calificativo es inaceptable. Y respecto a la otra acusación, la de “comunistas”, desde hace un siglo han sido etiquetados como tales millones de personas y colectivos de diversas ideologías que han tenido o tienen en común señalar la existencia de injustas desigualdades estructurales y propugnar reformas sociales, aunque fueran moderadas. Para algunos, son comunistas desde el papa Francisco al expresidente Obama, al igual que todos los sindicalistas, los ecologistas y los defensores de los Derechos Humanos.
Aquí, durante décadas, la palabra fue anatema según el relato de la supuesta “conspiración judeo-masónica-comunista” de la que el invicto Caudillo vino a salvarnos. Y es que, bajo la dictadura, las organizaciones comunistas fueron prácticamente las únicas que mantuvieron una oposición activa y significativa de lucha por la democracia. Y ello más allá e, incluso, a pesar de sus propias definiciones ideológicas. De ahí su atractivo para cuantos, fuera en los tajos obreros o en las universidades, pensamos en un determinado momento que no bastaba con actuar a nivel individual sino que era necesario hacerlo colectivamente, incluso sacrificando una parte de nuestra libertad y asumiendo riesgos ciertos. En lo que me afecta, en ningún momento me arrepiento de haber pertenecido durante varios años (de finales del 73 al 81) al Partido del Trabajo, aunque tuviera reservas respecto a algunos postulados ideológicos del mismo y respecto a sus estructuras organizativas, que eran tan poco democráticas como las de todos los demás partidos de entonces, y también de ahora. Desde el año 82 no he tenido militancia partidista alguna y rehusé incorporarme, como hubiera sido fácil e hicieron muchos, al carro de la supuesta izquierda triunfante: el PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra. No es que “volviera” a la universidad, sino que nunca la dejé, ni incluso en los años de máxima actividad política. Me impliqué en movimientos sociales, traté de profundizar en los análisis y ello me llevó hacia el nacionalismo soberanista y solidario blasinfantiano, apartándome de la ortodoxia marxista al considerar las insuficiencias y reduccionismos de la versión más extendida del marxismo. Reconozco el pensamiento de Marx como una de mis fuentes pero en modo alguno como la única. Y comparto plenamente la crítica que hiciera Infante, hace ahora cien años, a la “dictadura del proletariado” y otras categorías de la doctrina comunista. Así que no me cuadra esa etiqueta (aunque no la considero una deshonra).
Ni en el programa de Canal Sur ni en ninguna otra parte vamos a hacer “adoctrinamiento” sino pedagogía. Eso sí, desde una mirada rigurosa, crítica y, si somos capaces, también amena. Desfigurando esto, Vox ha querido dar un tirón de orejas al PP andaluz con la pretensión de que este siga el camino que ellos quieren imponerle. Y lo han hecho como suelen: fabricando fantasmas y repartiendo descalificaciones y supuestas complicidades. Nada nuevo.
Isidoro Moreno. Catedrático emérito de Antropología.