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La otra solidaridad

Fuentes: Rebelión

Hay una solidaridad por definición, entendida como adhesión y entrega del individuo a una causa ajena de forma totalmente desinteresada, es decir, sin recibir nada a cambio, cuyos ejemplos se pueden contar con los dedos de la mano, porque es cada vez más escasa y en declive. El motivo es su falta de sentido comercial […]

Hay una solidaridad por definición, entendida como adhesión y entrega del individuo a una causa ajena de forma totalmente desinteresada, es decir, sin recibir nada a cambio, cuyos ejemplos se pueden contar con los dedos de la mano, porque es cada vez más escasa y en declive. El motivo es su falta de sentido comercial y su carga de altruismo, que la hacen incompatible con la mercantilización de la existencia, que domina en el plano general, y el narcisismo individual, características de la época. Si no se encuentra en estado puro, es porque casi siempre hay una razón para practicarla, incluso un interésno necesariamente evaluable económicamente o en términos de poder, como pueden ser la propia satisfacción personal o el reconocimiento social, aunque en ocasiones tales propósitos permanezcan tan ocultos que ni el mismo practicante es consciente de ello. Esta otra forma de solidaridad, caracterizada por la concurrencia de algún tipo de interés, busca el soporte publicitario al objeto de cumplir con su verdadera finalidad, que es airearla al máximo. Se trata de una solidaridad de nombre, que ya no es en forma alguna solidaridad, aunque tal vez, en ocasiones, pueda enmarcarse dentro de la caridad o del desprendimiento. El motivo es que ha pasado a estar afectada por el tráfico mercantil, convirtiéndose en una especie de moneda de cambio que permite obtener beneficios a quienes la utilizan. La idea primitiva de solidaridad ha ido decayendo con el paso del tiempo, y en la realidad del momento es  esta otra fórmula la que se impone, es decir, aquella que de alguna manera deja de ser desinteresada para alguno de los intervinientes en el proceso. Bajo esa otra solidaridad se amparan una de carácter personalista y otra de naturaleza mercantil; la primera es la solidaridad como dedicación y la segunda la solidaridad como objeto de comercio. Ambas cada vez más alejadas de la verdadera solidaridad, aunque coincidentes en el término. Su amplio desarrollo en buena parte obedece a que cuentan con un potencial económico notable, puesto que las masas que habitan los países del bienestar se sienten sensibilizadas por el drama de quienes han resultado desfavorecidos por la fortuna y se muestran dispuestas a apoyar por un tiempo lo que se vende como solidaridad.

Para la conservación de la vida en sociedad es fundamental la solidaridad, puesto que permite la conexión entre individualidades a fin de y marcar el camino por donde debe transcurrir la existencia. Es un arranque espontáneo que despierta a las individualidades para formar causa común con una circunstancia que afecta a alguno o algunos de sus miembros en la que se sienten comprometidos muchos más, tomando un papel activo real, dividiendo y asumiendo el trabajo que requiere la defensa de la causa que se considera justa. Hoy la solidaridad, lejos de ser un arranque espontáneo de sensibilidad personal ante una cuestión individual y social, está dirigida y, muchas veces, manipulada por un equipo director. Con ello acaba por resultar no tan desinteresada como debiera ser y acusa los efectos. De otro lado, como muchos pretenden vivir de la solidaridad montando espectáculos cotidianos, la originalidad queda devaluada, la gente se habitúa y pierde el efecto atracción. Por tanto, dicen sus promotores, hay que renovarse para estar de actualidad y ganar adhesiones, porque si la temática es repetitiva no produce el efecto previsto; de ahí que precise nutrirse de novedades. De esta manera, la solidaridad, que es una poderosa virtud humana, ha pasado a ser material para que los más avispados traten de extraer provecho personal en cualquiera de sus formas, ya sea fama, poder o dinero. Convertida en práctica habitual porque cada día surgen causas que reclaman solidaridad, dependiente de unos dirigentes que establecen las reglas para ser solidario, e inclinada hacia la explotación comercial, los receptores empiezan a insensibilizarse, pierde su efectividad, y apunta hacia la decadencia y a la necesidad de improvisar nuevos métodos de captación.

Está basada l a solidaridad publicitaria en la promoción del personaje que dice ejercerla con sus semejantes, pero se mueve en términos de ocupación dedicada solamente a ensalzar su propia figura. Frecuentemente el profesional de la solidaridad acude a figurar en cuantas causas le permitan ser reconocido como solidario, lo que ha pasado a ser una forma de vida para dar culto a su egolatría, dispuesto a destacar a través de la publicidad para ser reconocido . Explota esa condición diferencial para sobresalir en el mar de masas invocando su particular solidaridad para dar brillo a su imagen, a menudo de forma verbal, y lo hace a través de la publicidad a fin de no ser olvidado, porque integrarse en las lista del olvido es pasar a la historia y se terminó el cuento. Sin el componente publicitario este sujeto no existiría. Ser solidario publicitario supone despliegue de poder, cuantificado en el número de seguidores, lo que determina el mercado para vender supuestas virtudes, animado precisamente por la condición de solidario. El soporte del negocio está en transmitir su ego a los demás y forzar adhesiones a las buenas causas a las que supuestamente contribuye en prueba de su grandeza , debidamente publicitadas. No solo se trata de ser solidario en apariencia, sino de darse a conocer como tal, fundamentalmente a base de opiniones o de aportaciones, estas a desgravar de los impuestos, he ahí la clave de la promoción. A unos pasos de él, los trabajadores del espectáculo dirigen tales campañas de solidaridad para de esta manera tratar de justificar su existencia y su salario, acudiendo a cualquier acto positivo en el que esté involucrado el sujeto que se pueda convertir en noticia y explotar en el marco de su actividad. Esta práctica necesita de campañas de difusión de las bondades de los ilustres, que a su vez requieren de la gestión del personal especializado. Dado el creciente aumento del narcisismo, la actividad crece vigorosamente en estos tiempos, y se nutre de las noticias de actualidad. La simbiosispersonaje y organización publicitaria genera rentabilidad para ambos intervinientes en el negocio. En ocasiones el narcisista es vendido como un icono para sus seguidores prefabricados, adornado con el carisma que otorga la imagen repetitiva de ser personaje de moda, creada por las empresas publicitarias, aprovechando a veces virtudes inexistentes.  Cuando el icono   pierde lustre y la imagen se deteriora, porque falla en habilidades, y la publicidad del modelo se relaja, saltan las alarmas personales porque ya no queda nada por vender; entonces hay que pasar a cualquier otra forma de publicidad. Y en este punto intensificar la campaña como solidario en todas las causas posibles, al menos permite ocupar páginas en los medios de comunicación para no ser apartado del espectáculo, en la confianza de que la imagen no desaparezca y el negocio del nombre continúe. La solidaridad ficticia aunque no puede frenar la decadencia, al menos, gracias a la publicidad, hará que el negocio de la imagen prosiga y se mantenga el culto inventado. Lo que permite que las partes inmersas en el asunto publicitario, iconos, profesionales y trabajadores , aprovechando la mayor audiencia que da el patrón de la solidaridad, prosigan con el negocio.

La solidaridad mercantil es propia de algunas empresas con la finalidad de ganar prestigio y aumentar sus ventas. Esta otra solidaridad que se apoya en el mismo punto de referencia, el interés, y no el altruismo, está promovida por determinadas empresas capitalistas en su propio beneficio y cuya finalidad no es otra que provocar empatía con una causa o pluralidad de causas en las que se implican para traducirlo en beneficios propios. No se trata nada más que de otra forma de publicidad comercial. Se pasa por alto que no es posible que una empresa capitalista pueda compaginar su actividad mercantil con la solidaridad, si esta, dado el desprendimiento que exige, afecta negativamente a su negocio, porque en tal caso ya no sería capitalista. Como sucedáneo de la solidaridad, pueden llegarse a realizar obras de caridad, pero no serían desinteresadas, se trataría de dinero ajeno o el que escatima a las arcas del Estado. El envoltorio de solidaridad obedece a estudios de marketing, en cuanto prevén que el aparente desinterés por el dinero despierta adhesiones entre las masas, y la inclinación por una noble causa permite ganar clientela. Lo que sirve para acumular poder social y mayor potencial para el negocio. De ahí que esta práctica no sea desaprovechada por las empresas, siempre que no choque con su actividad o la práctica resulte demasiado falsaria ante la opinión pública. Si ayudar a los demás supone que pueden vender sus productos, bienvenida sea la solidaridad, en caso contrario hay que dejarla pasar. Si promover causas solidarias permite aumentar la audiencia y la publicidad, hay que avivar el fuego verbal, porque comprometer y no dar no descompone hacienda. Teniendo en cuenta el ambiente real en el que se desarrolla la existencia, y no el de la apariencia prefabricada para la ocasión, que mueve los mercados, buena parte de los allí presentes está a vender su producto empresarial procurando obtener beneficios. En esta otra solidaridad todo está justificado en interés del negocio, por lo que no es infrecuente observar que muchas empresas mercantiles simplemente se colocan del lado de la solidaridad porque queda muy bien ante el respetable y eso mejora su imagen y las ventas.

En el tema de la otra solidaridad, los empleados implicados en el negocio no dudan en mostrarse solidarios ante los demás, si de ello depende el salario. Entre los relaciones públicas de su propia imagen, la solidaridad de boquilla es igualmente una buena etiqueta para adherir al curriculum. Mientras, pícaros e ingenuos están a ver qué pasa. Los gobernantes procuran proveer entretenimiento, y que resuelvan los otros los problemas de fondo. Quedan las masas, cuyos individuos aparecen como afectados, en cuanto acaban por herirse sus sentimientos individuales y, en el peor de los casos, sus bolsillos, bien sean en el momento o con perspectiva de futuro.

A medida que avanza el desarrollo del mundo capitalista, la solidaridad profesional y la comercial pasan a ser obligadas para vender la imagen de personas y mercancías. Están de moda , porque queda bien visto ser solidario, aunque por solidaridad se entienda cualquier cosa, incluso citar el nombre. Aprovechando cualquier ocasión, llamados por una especie de toque de campana, aparecen legiones de solidarios que muestran su apoyo a aquello que se dice haber despertado su sensibilidad, basta con que el asunto sea presentado debidamente, ayudado por técnicas de marketing. El auge de la solidaridad quizás venga porque las masas se aburren, reclaman entretenimiento y creen encontrarlo en cualquier cosa. De manera que cuando surge algo que pueda servir a tal fin, acuden a la llamada, simplemente para procurarse un motivo para pasar el tiempo, tener algo que comentar a los demás y como satisfacción para sí mismos. Conocedoras de la situación, las empresas alimentan el espectáculo y ofertan solidaridad a cambio de más negocio. Por lo que, aunque suene bien, en un panorama dominado por el mercadeo no parece superfluo estar prevenido ante todo aquello que se ofrece al público como algo desinteresado, dispuesto a tocar conciencias e invitar a desprendimientos desinteresados. Hay un buen mercado, porque continuamente aparecen en escena demandas que buscan apoyo de los espectadores, casi siempre dirigidas por alguien que permanece en la sombra o sale a escena desinteresadamente, pero esperando sacar provecho de la audiencia. Porque en el fondo, incluso las más nobles causas acaban por convertirse en espectáculo de masas, arrastradas por la publicidad que domina los medios de comunicación y que las da vida. Llegados al punto de que si bien la causa demanda solidaridad, en el asunto puede ser que haya trampa. Téngase en cuenta que, unos, los medios, están a lo suyo, que es vender; los otros, los promotores, a obtener beneficios; los afectados, a ser objeto de manipulación para variados fines, sin que la mayoría de las veces se alcancen soluciones reales a su problema, y los llamados a participar en el espectáculo, a ser arrastrados por la pantomima.

Volviendo al inicio, aunque escasea, sigue habiendo solidaridad real, y es esta la que merece el nombre en exclusiva, la otra simplemente aprovecha las virtudes de la primera y la aceptación social para emplearla torticeramente para otros fines. La solidaridad no es un simple título, es una manera de vivir. Una facultad de los individuos anónimos, que sin dar publicidad a su nombre y apellidos ni pensando en la recompensa ni en la moneda, comparten lo suyo o colaboran efectivamente para ayudar a los demás, con la intención de contribuir a la construcción de un mundo más humano.  Los solidarios que han convertido la solidaridad en un negocio, suelen despreciar a quienes no ven en la solidaridad una moneda de cambio, les ignoran, les llaman contestatarios o simplemente se sonríen, pensando que se trata de soñadores . Cuando se habla de solidaridad y se la da demasiada publicidad hay que estar prevenidos y tomar la decisión de levantar el velo para ver lo que oculta, o cuanto menos tratar de separar el grano de la paja, sin entregarse al sentimentalismo, porque pudiera ser que se nos estuviera manipulando para otros fines. Por tanto, la simple mención de la palabra solidaridad, y sobre todo si de alguna manera se comercia con ella, no solo hay que recibirla con cautela e incluso ponerla en cuarentena, hay que analizarla hasta descubrir lo que la mueve desde el otro lado y dejarlo al descubierto. Luego, es cosa de cada uno, atendiendo a su conciencia, entregarse a la causa, si la solidaridad fuera real, o simplemente ignorarla.

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