Acompañar durante 380 páginas al veterano periodista José Martí Gómez (Morella, Castellón, 1937) implica adentrarse en un pozo de experiencia. Porque el reportero desgrana el anecdotario y trasfondo de sus infinitas entrevistas y reportajes durante décadas de oficio. Se limita en su trabajo, nada menos, que a contar y penetrar en la esencia de las […]
Acompañar durante 380 páginas al veterano periodista José Martí Gómez (Morella, Castellón, 1937) implica adentrarse en un pozo de experiencia. Porque el reportero desgrana el anecdotario y trasfondo de sus infinitas entrevistas y reportajes durante décadas de oficio. Se limita en su trabajo, nada menos, que a contar y penetrar en la esencia de las historias. Como decían los clásicos, «hacer calle». Mientras conversaba, para recabar información, con un comisario en su sobrio despacho, una mujer interrumpió el encuentro. Vestía con ropa raída, cabello largo y una mochila al hombro. La mujer musitó unas palabras al oído del policía: era una infiltrada en los GRAPO. Cuando cubrió en directo el juicio por la matanza de los abogados de Atocha, los ingredientes de la crónica negra estaban incluso antes de la vista oral; así, un joven ultraderechista exclamaba «cerdos comunistas» a los laboralistas asesinados; o un adolescente que no podría contenerse, según decía a sus acompañantes, si junto a él se sentaba un «rojo». Otras veces los retazos de un diálogo contienen enorme valor; como cuando un excomandante y antiguo miembro de la Unión Militar Democrática (UMD), le confesó sobre el 23-F: «el golpe fracasó pero es evidente que altas jerarquías lo han estado alimentando».
Tal vez apegar los cinco sentidos a lo que corre por la vida sea la máxima del periodista José Martí Gómez, quien ha publicado en Clave Intelectual «El oficio más hermoso del mundo (una desordenada crónica personal)». Galardonado con numerosos premios periodísticos y autor de una decena de libros, Martí colabora actualmente en la Cadena Ser, aunque los lectores más veteranos todavía evoquen las entrevistas que, junto al politólogo Josep Ramoneda, realizara en el semanario «Por Favor». Sin nostalgia, que según el guionista Rafael Azcona huele a «flores putrefactas», Martí pondera el valor de las viejas redacciones, frente a quienes «en lugar de patear la calle rastreando historias, se sientan ante el ordenador como si fuese un juguete». A la corresponsalía en Londres, donde llegó en 1988, dedica uno de los diez capítulos del libro. No ha rescatado los recuerdos del archivo, sino de los paseos por los grandes parques. En la capital británica se estrenó en la radio, pero la gran enseñanza la recibió, nada más aterrizar a las islas, en la televisión. Un periodista de la BBC situado enfrente de Thatcher le espetó: «la entrevista la conduzco yo, señora primera ministra». Y pasaron al siguiente asunto, pese a las reticencias de la «dama de hierro».
Una de aquellas viejas redacciones en las que se endureció José Martí fue la de El Correo Catalán. Los gritos del subdirector («¡Si todos los hijos de puta volasen, taparían la luz del sol!»), la veintena de periodistas que laboraban por la tarde y que por razón del «misérrimo sueldo» tenían que trabajar también por las mañanas; o aquel reportaje que Martí escribió sobre patentes y marcas, y que el superior completó con notas en el margen del texto. Era la parte que el periodista omitió para que el entrevistado no le tachara de «hijo de puta». «¿Prefieres que él te llame hijo de puta o yo mierda de periodista?», zanjó el jefe. El reportaje fue publicado con todas las referencias. Y la concesión tuvo como premio una copa en Bocaccio.
Los años de andadura profesional también dan para desmontar tópicos. Uno entre tantos, el del periodismo de investigación, «que se ha venido haciendo desde siempre y surge de un soplo». El mismo matiz podría hacerse respecto al llamado «nuevo periodismo». José Martí trabajó a conciencia el escándalo de Rumasa; ironiza sobre el modo en que, según los cánones, tendría que haber comenzado sus informaciones: «Tras un arduo y extenuante seguimiento de diversas pistas…». Pero realmente, confiesa unas líneas después, la información (la copia del expediente de la nacionalización promovida por el gobierno del PSOE) se la hizo llegar un amigo, compartiendo un café. Atrás quedaron los años en que la referencia central para los ecos de sociedad era la revista «¡Hola!». Y el periódico «El Caso», para la información de sucesos. Pero, agrega José Martí, «también ‘El Caso’ llegó a informar de juicios en el Tribunal de Orden Público que medios de información, presuntamente solventes, trataban de obviar».
El reportero se inició en las crónicas judiciales en los años 70, cuando la televisión no había transmutado el género a espectáculo. «A partir del llamado caso Alcàsser, la información sobre el fenómeno delictivo se salió de madre». El hecho es que el horror, el miedo, la sangre y la muerte se han convertido en pura mercancía, sin que la ética y la presunción de inocencia puedan poner freno. «Hoy, Grace Kelly sólo vendería como ninfómana», decía un periodista veterano. «El ciclo amable de las revistas del corazón vino a romperlo la televisión», añade Martí, un medio donde el rosa más bien amarillea.
El autor de «El oficio más hermoso del mundo» vuelve en varias ocasiones al periodismo de investigación. ¿Ha de contrastarse la publicación de un reportaje con la persona denunciada? La conclusión a la que llega José Martí es que la garantía de la calidad en un texto periodístico «no está en consultar muchas fuentes, sino en basarte en la fuente, aunque sólo sea una, si ésta es seria y lo sabe todo sobre el tema que te pasa». Se enfrentó a la cuestión durante las pesquisas, que llevó a cabo junto a Josep Maria Huertas, de un gran escándalo en el consorcio de Zona Franca, mediados los años 80. El sujeto de la gran estafa era el padre del empresario Javier de la Rosa. Cuando Martí mostró las informaciones al vástago, éste impidió la publicación de la exclusiva. El argumento no admitía réplica: «Soy el que cada fin de mes le presta el dinero al propietario de su diario».
La investigación a dúo resultó muy exigente y penosa. Además, de las siete fuentes consultadas (abogados, jueces y policías), cinco reiteraron lo que ya sabían por las dos fuentes que mejor conocían el asunto. Pero la reflexión se adentra en un territorio cada vez más vidrioso, al menos tanto como los pufos financieros en los que se indaga. Si el periodista no está capacitado para ahondar en los laberintos financieros, «¿no estamos en realidad basándonos en las fuentes que nos filtra un confidente?», se pregunta Martí. La siguiente cuestión resume todas las variables de rigor, ética e independencia profesional: «¿Representa el sometimiento a la fuente una merma en la garantía de información?» Responde negativamente, pero con un matiz: siempre que la fuente sea solvente; y además, «la objetividad no existe, pero la subjetividad no debe confundirse nunca con la falsedad».
En vericuetos menos arduos, el libro cuenta la pequeña historia de un periodista de la II República, que en los años finales de la vida se sometió a una entrevista. Cortésmente le ofreció a su interlocutor un vaso de Whisky y un cigarro habano, que el entrevistador rechazó. Sorprendido, el veterano periodista preguntó: «¿Cómo puede escribir usted cosas interesantes si a las diez de la mañana ni fuma ni bebe?» Martí Gómez da cierto crédito a esta hipótesis. Considera que la generalización del agua mineral ha restado pasión a las redacciones, y calor a los debates.
Las reseñas del libro «El oficio más hermoso del mundo» destacan invariablemente el siguiente parágrafo: «En las redacciones de hoy, la audacia, la innovación, producen pánico; cuanta mayor uniformidad, mejor; manda el libro de estilo, la maqueta, lo previsible; por eso causan impacto los reportajes que se salen de lo homologable». Martí echa de menos las historias de vidas interesantes, suplantadas por los comunicados de prensa y la importancia de las relaciones públicas. Se ha perdido la magia del relato, afirma el autor, justamente cuando las palabras «narrativa» y «relato» se repiten por doquier en su acepción posmoderna. Textos cortos, con despieces, entradillas, ladillos, recuadros y notas de ambiente ganan fuerza en los textos periodísticos. «Para no aburrir al lector, como si éste fuese imbécil».
De las miles de entrevistas realizadas por este veterano reportero, destaca que lo fundamental es el «clic». Le ha ocurrido sólo cinco o seis veces. Es el momento en que el entrevistado se olvida de sí y se entrega, se abre en canal; cuando vuelve a la realidad, a la entrevista, pide que no aparezca en el texto nada de cuanto acaba de decir. Un mínimo sentido de la ética obliga al periodista a respetar la decisión. Otra posibilidad es que el reportero, consciente del valor de la confesión, la conserve para sí y no la publique. Sin embargo el «genero rey», considera Martí Gómez, es el reportaje. «Te permite vivir muchas vidas a través de las experiencias que te relatan». Por ejemplo, las barracas marginadas de los años 70 o el entierro de un minero fallecido dentro de una mina. Todo se resume en la pregunta de un antiguo director de El Correo Catalán, Andreu Roselló, a los jóvenes que deseaban entrar en la redacción: «¿Qué quieres hacer en periodismo?» Sólo superaban la prueba quienes respondían que contar historias. «A esos jóvenes los pulía en el ahora perdido taller de redacción», remata José Martí Gómez.
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