El debate abierto en torno a la necesidad de una candidatura de unidad popular y de ruptura ante las próximas -y quizás anticipadas- elecciones generales se está desarrollando en el marco de un escenario europeo que está llegando a su momento de mayor tensión en relación con la crisis griega. Sin duda, de su desenlace […]
El debate abierto en torno a la necesidad de una candidatura de unidad popular y de ruptura ante las próximas -y quizás anticipadas- elecciones generales se está desarrollando en el marco de un escenario europeo que está llegando a su momento de mayor tensión en relación con la crisis griega. Sin duda, de su desenlace en un sentido u otro va a depender también que aumenten o desciendan las expectativas de «cambio» no sólo en Grecia sino también en el Estado español y la eurozona. En ese desenlace trasladar la escala del conflicto a una escala superior, al menos la de los países del sur, es fundamental para tener alguna garantía de éxito, aunque solo sea parcial y temporal.
Por tanto, hoy en día, asumir la solidaridad con el pueblo griego frente a la humillación que le quieren imponer Merkel y compañía es nuestro primer deber si queremos forzar una salida antiausteritaria y democrática frente al despotismo oligárquico que, con su rechazo a la convocatoria del referéndum, se quiere instalar definitivamente en Europa.
En nuestro caso lo tenemos muy claro también con las recientes «recomendaciones» del Fondo Monetario Internacional (más facilidades para el despido y «ajustes salariales», subida del IVA, copago en sanidad y educación…), los recortes anunciados por el gobierno de Rajoy en los próximos Presupuestos (recordemos que el Gasto Público sigue siendo 5 puntos inferior al de la media de la Unión Europea), o las amenazas que el ministro Montoro ha hecho ya a los nuevos gobiernos de Comunidades Autónomas y ayuntamientos si no cumplen con las leyes restrictivas de «estabilidad presupuestaria», vinculadas al artículo 135 de la Constitución y al Pacto Fiscal de la eurozona. Mientras tanto, seguimos a la cabeza en número de viviendas vacías y de alquiler social y, pese a la «recuperación económica» y la manipulación estadística, la tasa de desempleo apenas baja, aumenta la precarización y se profundiza la brecha salarial dentro de la misma clase trabajadora.
A todo esto se suman, por resaltar solo algunas de las medidas de mayor gravedad, nuevos ataques a las libertades como la Ley de Seguridad Ciudadana y la reforma del Código Penal a partir del 1 de julio, así como la probable aprobación, a partir del 16 de julio, por el Parlamento del nuevo Convenio con EE UU sobre la base de Morón. Esta se convierte en la verdadera «joya oculta», como se la describe en un medio digital progubernamental, del despliegue militar del Pentágono que, de forma cada vez más agresiva, está desarrollando su «nueva» geopolítica global (en particular, en África), con lo que implica de mayor inseguridad interna. No por casualidad Rajoy, con la complicidad del PSOE, lo está llevando con la mayor discreción posible. Como siempre, el «puño de hierro» imperial acompaña al «puño de terciopelo» de nuevos Tratados «comerciales» para dominar el mundo como el que están negociando EE UU y la UE, conocido por sus siglas TTIP, y que afortunadamente empieza a salir del secretismo en que lo han querido mantener y está siendo ya cuestionado en países clave como Alemania. Un Tratado que, de ser aprobado, confirmará además la ceguera ya tradicional de este turbocapitalismo frente al cambio climático, tal como, por fin, ha denunciado el Papa Francisco/1 y se ha recordado también en los II Encuentros Internacionales Ecosocialistas celebrados recientemente en Madrid.
Hay poderosas razones, por tanto, para que estemos en los primeros lugares de la creciente desafección hacia esta «democracia» y hacia la Unión Europea, como reconocen el Informe reciente de la Fundación Alternativas y la Encuesta Social Europea. Por eso no sorprende que las conmemoraciones por el 30 aniversario de la entrada en «Europa» hayan pasado sin pena ni gloria. Porque esta «Europa», que ni siquiera se une para admitir a varias decenas de miles de personas que huyen del hambre y de las guerras, ha pasado definitivamente de ser un «sueño» a convertirse en una pesadilla permanente.
La aspiración, por tanto, a la unidad popular no puede estar disociada del horizonte rupturista que hizo nacer a Podemos y que obliga a no limitarse a proponer programas de gobierno que renuncien a ese objetivo, o que pretendan rebajar la crítica al «régimen del 78», como a veces parece desprenderse de las declaraciones de algunos de sus líderes. Democracia frente a deudocracia, blindaje de derechos sociales y bienes comunes, soberanía de los pueblos y procesos constituyentes (también, por tanto, de uno propio desde Catalunya) en el camino hacia otra Europa y otro proyecto civilizatorio, siguen siendo ideas fuerza capaces de aglutinar a una mayoría social indignada, aunque quizás los ritmos de construcción de una nueva hegemonía no sean todo lo acelerado que quisiéramos.
Junto a esa apuesta por un «cambio» que no sea efectivamente un mero «recambio» del bipartidismo dominante, después del cambio histórico vivido en las elecciones municipales y, aunque de menor alcance, en las autonómicas, la lección que parece cada vez más extendida es que se ha ido ampliando el bloque de sectores sociales y políticos que quieren «asaltar las instituciones» para «ganar» y sentar las bases de una nueva política, en su contenido y en sus formas.
Esa pluralidad de actores ha sido reconocida por dirigentes de Podemos, más en el plano político que en el social, en ámbitos como el catalán, el valenciano, el gallego o el balear, pero está todavía lejos de serlo en otros. Porque es cierto que a escala estatal no cabe pensar en otra fuerza política que no sea Podemos como principal referente para la constitución de una candidatura, pero también lo es que hay mucha gente que no se reconoce en esa formación y que en otras escalas -de Comunidad o provincial- quiere ser parte de su construcción tanto en el plano programático como en el de las listas electorales.
A esto se suma que Podemos ya no es la novísima formación de enero de 2014: ya tiene un recorrido con éxitos notables -como el de las elecciones europeas- pero también con el desgaste interno que ha supuesto la opción por un modelo de partido convencional centralizado, con procesos de burocratización y miedo al debate interno ya evidentes, y excesivamente basado en un liderazgo que, según una opinión bastante extendida, ha perdido su «frescura» de antaño para mostrarse cada vez más autista frente a lo que ocurre fuera de sus despachos y de su entorno más cercano. No cabe extrañarse tampoco, por tanto, del notable descenso de la participación en las redes digitales a lo largo de estos últimos meses, por no hablar de la cantidad de Círculos que han perdido también la ilusión con la que nacieron.
Por eso vendría bien recordar con Tomás R. Villasante que «los liderazgos de los entramados humanos lo son por saber escuchar todo tipo de rumores, y cuando pierden la capacidad de estar en contacto con la calle acaban por aislarse y que aparezcan otros en su lugar. Por eso para los poderes son muy importantes los ‘espías’, o los sociólogos, los monitores o todo tipo de informaciones cotidianas de por dónde van los procesos»/2. En este caso podríamos decir que el liderazgo de Podemos corre el riesgo de vivir en una disonancia cognitiva que se resiste a reconocer que lo aprobado en Vistalegre, aun siendo ya entonces criticable, se daba en una realidad distinta de la que, después del 24M y ante la presión por la unidad popular, se está conformando hoy. Los manifiestos y artículos que están surgiendo para esbozar otro camino son solo un pálido reflejo de lo que parece estar ocurriendo por abajo y no solo entre los y las activistas. Superar esa tensión entre la vieja y la nueva fase exige no hacer «tabla rasa» de los logros alcanzados pero sí reformular el proyecto «ganador».
Pensar que se puede responder a esta nueva realidad buscando simplemente líderes en la sociedad civil, en los movimientos sociales, en la judicatura o… en la empresa, o incluso en partidos como Izquierda Unida, para cooptarlos en una lista encabezada por Pablo Iglesias sería un error. Porque es evidente que hacen falta liderazgos en los que reconocerse e identificarse en torno a la construcción de una voluntad colectiva a favor del cambio, pero también lo es que sin pluralidad política y sin el anclaje territorial de las candidaturas no va a ser posible conseguir que la disputa por la hegemonía y un nuevo sentido común se reflejen en autoorganización y poder social y popular, únicas garantías de convertir en victorias lo conquistado en el plano institucional, como ya lo estamos viendo con el acoso que están sufriendo los nuevos ayuntamientos. Para lograr todo esto habrá que buscar formas más abiertas y participativas dentro de Podemos, pero también otras hacia fuera sin patriotismo de «marca» y sin prepotencia.
Con todo, una de las comprobaciones clave de hasta qué punto la dirección de Podemos habrá tomado nota y habrá sabido «leer», o no, lo ocurrido en un buen número de ciudades y pueblos durante la reciente campaña electoral es la que mencionaba Diego Pacheco en un reciente artículo/3: la existencia de una pluralidad enriquecedora dentro y fuera de Podemos no se vería reconocida en el sistema de primarias con «listas plancha» empleado hasta ahora y que, al parecer, basándose además en una circunscripción única, es el que se ha propuesto en el Consejo Ciudadano Estatal el pasado sábado 27 de junio. Si efectivamente fuera así, nos encontraríamos con un enorme obstáculo para hacer de Podemos el principal motor del cambio en los próximos meses.
Porque con ese «modelo» la dirección de Podemos mostraría no solo miedo a la pluralidad en su seno sino también incapacidad para confluir con la que se da fuera de la misma para ir forjando un proyecto superior que, en el mejor de los sentidos, como ha ocurrido en algunas ciudades con ocasión de las municipales, nos desborde creativamente generando ese «entusiasmo» que se produce en los momentos de efervescencia colectiva.
De llevarse a cabo esa propuesta, se daría además el contraste entre lo que estaría produciéndose en ámbitos como el catalán, por ejemplo (con una posible «Catalunya en Comù») y lo que estaría ocurriendo en el resto. Recordemos que el debate previo a la irrupción de Podemos giraba en torno a la necesidad de una «herramienta político-electoral» capaz de superar el bloqueo institucional y hacer viable un proyecto rupturista. Ahora se trata de ver si Podemos supera la prueba de seguir siendo la herramienta adecuada o, por el contrario, en nombre de una «transversalidad» mal entendida y por arriba, su equipo dirigente se está autonomizando hasta el punto de, como ha ocurrido en tantas ocasiones en la historia, generar sus propios intereses dentro de una lógica competitiva electoral que podría dar lugar a una «revolución pasiva» pero no a la «revolución democrática» iniciada este 24 de mayo.
En resumen, no temamos a los «desbordes creativos», a nuestra propia superación por otras herramientas mejores en las cuales podamos reconocernos sin renunciar a la identidad de cada cual y, de ese modo, no ya sumar sino multiplicar fuerzas dispuestas a «ganar».
Por último, no olvidemos que nuestra responsabilidad para unir fuerzas con el pueblo griego a la vista de la confrontación, ya definitivamente abierta, que mantiene con los intereses dominantes en la eurozona es ahora mayor.
Notas
1/ Ernest García, «La carta de Bergoglio merece ser leída y discutida», 28/06/15, www.sinpermiso.info/textos/
2/ Tomás R. Villasante, Redes de vida desbordantes, Madrid, Catarata, 2014, p. 183.
3/ Diego Pacheco, «Invitación al desborde», http://www.vientosur.info/
Jaime Pastor es profesor de Ciencia Política de la UNED y editor de Viento Sur.