Por fin, algo nuevo bajo el sol. Un remedio sano, casero y barato ante tanta destrucción. Agua, cal y clara de huevo. Eso sí, bien mezclados, hasta lograr una especie de cemento níveo. La esperanza es blanca. Y está en nuestra mano. Ya han pintado un par de hectáreas de las 70 que contempla su […]
Por fin, algo nuevo bajo el sol. Un remedio sano, casero y barato ante tanta destrucción. Agua, cal y clara de huevo. Eso sí, bien mezclados, hasta lograr una especie de cemento níveo. La esperanza es blanca. Y está en nuestra mano.
Ya han pintado un par de hectáreas de las 70 que contempla su plan piloto. Para empezar, la cima del monte Chalón Sombrero, a 4.756 metros sobre el nivel del mar, muy cerca de Ayacucho, en Perú. Más adelante, otros dos picos vecinos. El descubrimiento asombra por su simpleza. El frío genera frío. Si el color blanco repele la luz del sol y refresca el ambiente, ¿por qué no blanquear las cumbres de nuestras montañas para que la nieve regrese a casa?
Perú alberga el 70% de los glaciares tropicales del planeta y al ritmo actual, cambio climático mediante, desaparecerán todos en apenas dos décadas. «Cuando yo era joven, Chalón Sombrero era un glaciar grande, todo blanco, pero entonces comenzó a derretirse», cuenta Pablo Parco, de 65 años, promotor de las montañas tintadas. El Banco Mundial ha premiado este proyecto en su concurso «Cien ideas para salvar el mundo» y va a subvencionarlo con 200.000 dólares.
«Prefiero experimentar y fracasar que resignarme a vivir sin glaciares, como si la situación fuera irreversible», explica Antonio Gold, otro pintor de las nieves. Ojalá no sea demasiado tarde y los techos del mundo luzcan pronto blanquísimos, puros, vivos, como nunca antes. Y partir de ahí, uno a uno, recuperemos también el resto de los colores naturales.
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