Existen dos formas, dicho muy rápidamente, de acercarse al mundo de las letras. La primera remite a «el arte por el arte», a los diferentes esteticismos o a las angustias existenciales del escritor ensimismado. Son opciones que sin duda pueden reunir valor artístico, pero renuncian a la crítica de lo realmente existente. En el bando […]
Existen dos formas, dicho muy rápidamente, de acercarse al mundo de las letras. La primera remite a «el arte por el arte», a los diferentes esteticismos o a las angustias existenciales del escritor ensimismado. Son opciones que sin duda pueden reunir valor artístico, pero renuncian a la crítica de lo realmente existente. En el bando contrario (aunque son posibles todo tipo de mixturas), la literatura comprometida no oculta la insatisfacción con el presente y aspira a transformarlo. En la segunda corriente se sitúa el poeta, ensayista, articulista y catedrático de Literatura Española en la Universidad de Granada, Luis García Montero. «Si me dedico a la literatura, en los mismos orígenes, es por la conciencia de que en el relato, además de técnica de escritura, hay una interpelación a la condición humana», ha afirmado en la conferencia titulada «Palabra, Poesía, Conciencia» impartida en la Universitat de València.
Más aún, Luis García Montero entiende la literatura «en relación con la emancipación humana». «Yo no me hice poeta para escribir endecasílabos perfectos, ni me hice filólogo para poner de manera impecable las notas a pie de página». Confiesa, además, que le gusta reivindicar la palabra «vocación» frente a la tecnocracia imperante, igual que le gusta citar a Albert Camus desde que leyó «El hombre rebelde». De la lectura del filósofo existencialista, Luis García Montero extrajo la idea de que la experiencia individual de la vida es insustituible y no puede sacrificarse a fines abstractos. Porque hay una cosa clara: «el fin no justifica los medios»; ahora bien, «los medios tampoco se justifican sin un fin». De ahí la crítica de García Montero a la tecnocracia (medios sin fin), a la que contrapone la vocación y el oficio «como ámbitos de compromiso con la sociedad».
El poeta granadino completa su idea de la vocación (una vocación impregnada de un profundo sentido humanista) con el poema «Retrato» de Antonio Machado, incluido en «Campos de Castilla»: «Hay en mis versos gotas de sangre jacobina/pero mi verso brota de manantial sereno; /y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina, /soy en el buen sentido de la palabra, bueno». Con sus consejos, el Juan de Mairena añade otras razones: «Sed modestos: Yo os aconsejo la modestia o, por mejor decir: Yo os aconsejo un orgullo modesto, que es lo español y lo cristiano: Recordad el proverbio de Castilla: «Nadie es más que nadie». Esto quiere decir cuánto es difícil aventajarse a todos, porque, por mucho que un hombre valga, nunca tendrá valor más alto que el de ser hombre. Así hablaba Mairena a sus discípulos. Y añadía: ¿Comprendéis ahora por qué los grandes hombre solemos ser modestos?». La Declaración Universal de Derechos Humanos de 1948 también es una «utopía modesta», remata García Montero.
En torno al oficio, la vocación y la modestia, el colaborador de Público e Infolibre recupera un parágrafo de la conferencia de Juan Ramón Jiménez «El trabajo gustoso»: «La vida y el trabajo no pueden tener otro ritmo que el suyo, no pueden no pueden ser hostigados ni desviados de su órbita (…). Trabajar a gusto es armonía física y moral, es poesía libre, es paz ambiente». Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca y Luis Cernuda son los autores sobre los que pivota la conferencia de García Montero. El lenguaje utilizado por los tres en diferentes poesías le sirve al catedrático granadino para formular su propuesta.
En 1917 Juan Ramón Jiménez publica «Eternidades», donde dentro de la etapa de poesía «desnuda» y «pura» reflexiona sobre el lenguaje. JRJ plantea escribir con la palabra justa y la estructura concisa para aproximarse al conocimiento de la realidad. «¡Inteligencia, dame/el nombre exacto de las cosas!/…Que mi palabra sea/la cosa misma, /creada por mi alma nuevamente. /Que por mi vayan todos/ los que no las conocen, a las cosas; /que por mí vayan todos/los que ya las olvidan, a las cosas; /que por mí vayan todos/los mismos que las aman, a las cosas…/ ¡Inteligencia, dame/el nombre exacto, y tuyo, /y suyo, y mío, de las cosas!». García Montero llama la atención sobre el uso de la palabra «todos», lo que «remite a la democracia». La palabra «vuelve a la existencia terrenal», de manera que el uso del lenguaje unifica e integra. Mediante la palabra «tuya», «suya» y «mía», el poeta actúa como portavoz de la totalidad.
A otra época y contexto histórico corresponde el poema de García Lorca «Grito hacia Roma», escrito en Nueva York en 1929. Si JRJ pretende un lenguaje depurado, Lorca lanza un grito desgarrador que expresa sentimientos muy hondos. No le satisface al poeta granadino el lenguaje calculado y perfecto. Igual que la barbarie del capitalismo estadounidense rompe el contrato social, la poesía de Lorca fractura la relación directa entre significante y significado. Y le acerca a la metáfora surrealista. Además, en «Poeta y Nueva York» hay claras reminiscencias de Baudelaire y la idea de «las multitudes como conjunto de soledades».
En una de las estrofas de «Grito Hacia Roma» pueden leerse estos versos: «Y agujas instaladas en los caños de la sangre, / mundos enemigos y amores cubiertos de gusanos/caerán sobre ti/caerán sobre la gran cúpula/que untan de aceite las lenguas militares/donde un hombre se orina en una deslumbrante paloma/y escupe carbón machacado/rodeado de miles de campanillas». Es una poesía comprometida y manchada de barro. En un comentario escrito en el diario Público, Luis García Montero explicó que para Lorca, en este poema, «uno de los principales adversarios a combatir es la iglesia católica». En 1929 Pío XI había suscrito los Pactos de Letrán con Mussolini. «Lorca, entonces en la metrópoli norteamericana y, como siempre, muy atento a lo que pasa en el mundo, decide levantar su voz de protesta», añade García Montero. Desde la torre de la Chrysler Building, Lorca lanza su oda-diatriba-imprecación, donde puede leerse: «Los maestros enseñan a los niños/una luz maravillosa que viene del monte; /pero lo que llega es una reunión de cloacas/donde gritan las oscuras ninfas del cólera».
Luis Cernuda fue uno de los primeros poetas en tomar en consideración la experiencia del lector, como puede apreciarse en «A un poeta futuro», incluido en el libro «Como quien espera el alba» (1947). Para Cernuda, escribir no implica desahogarse, volcar emociones sin más o embriagarse de subjetividad, al contrario, escribir supone objetivar una experiencia en un texto. «Es cierto que el autor no puede borrarse totalmente del poema, explica García Montero, pero tampoco puede imponer totalmente su identidad sin dejar espacio al lector». Así, apunta el poeta granadino, «la poesía se convierte en un ejercicio de hospitalidad», del autor hacia el lector. Y enlaza con el célebre ensayo de Kant «Sobre la paz perpetua», de 1795, en el que el filósofo defiende la hospitalidad universal.
«Cuando en días venideros, libre el hombre/del mundo primitivo a que hemos vuelto/de tiniebla y de horror, lleve el destino/tu mano hacia el volumen donde yazcan/olvidados mis versos, y lo abran, /yo sé que sentirás mi voz llegarte, /no de la letra vieja, mar del fondo/vivo en tu entraña, con un afán sin nombre/Que tu dominarás. Escúchame y comprende/En sus limbos mi alma quizá recuerde algo, /y entonces en ti mismo mis sueños y deseos/tendrán razón al fin, y habré vivido». Con estos versos concluye el poema «A un poeta futuro».
En otra poesía, «1936», escrita en 1961 tras el encuentro con un miembro de la Brigada Lincoln, Cernuda pasa a defender la dignidad de un solo hombre porque es, además, lo que hace respetables a las minorías, pero también al conjunto de la sociedad. Tanto las minorías como el todo social están integradas, al fin y al cabo, por individuos. De esta guisa se cierra el poema: «Gracias compañero, gracias/por el ejemplo. Gracias porque me dices/que el hombre es noble. /Nada importa que tan pocos lo sean: /Uno, uno tan sólo basta/como testigo irrefutable/de toda la nobleza humana».
Tras la formulación del lenguaje preciso y conciso de Juan Ramón, el grito horrorizado y visceral de Lorca dentro del Imperio, y el respeto escrupuloso a la dignidad individual de Cernuda, Luis García Montero expone su tesis. «Escribir supone tomar decisiones respecto al lenguaje; cuando empecé, me interesó poco la tradición de los malditos y de la ruptura, aunque de ella se puede aprender mucho; pero personalmente me interesó más enlazar con la tradición de Machado y Cernuda; más que los márgenes, prefería crear «centros flexibles» donde todo el mundo pudiera integrarse».
Es decir, «no imponer mi identidad como norma ni desahogarme, sino poder establecer un diálogo con el lector». A eso se refiere el docente con la expresión «poética hospitalaria». García Montero entiende la poesía como un «ejercicio de frontera». Los límites, las lindes y las divisorias son la línea vidriosa en la que el poeta se mueve, en ese borde que separa dos precipicios: el del yo ensimismado, y el de los social cuando intenta borrar al individuo. Por eso afirma: «La conciencia no es un hotel de lujo, sino una pensión barata junto a una frontera».
El lenguaje es la materia prima del escritor, con la que convive y forja su obra. Si se dedica a la poesía, es un artesano de la lengua. Según Luis García Montero, «el lenguaje es lo que permite relacionarnos con la realidad, y ésta a su vez se enriquece con los matices del lenguaje». El poeta quiere destacar que hoy un muchacho difícilmente va más allá de la palabra «pájaro», mientras que su abuelo distinguía entre una alondra, una tórtola o un buitre sin mayor problema. «Y esto es así porque vivimos en una sociedad de titulares; la sociedad global nos hace pensar a golpe de titular y sin matices, y son estos matices, esa riqueza del lenguaje, la que permite entendernos». Y remata el autor granadino con un desiderátum: «Habría que estudiar la deriva neoliberal de Europa en relación con el empobrecimiento del lenguaje».
Y concluye la conferencia, después de una pregunta del auditorio, con otro reto: «Hay que reivindicar el valor de las humanidades». El prestigio de la ciencia, de la tecnología y de la tecnocracia, aún con sus elementos positivos, se basa en una «superstición»: Que van a resolver todos los problemas. García Montero asume la autocrítica del gremio: «Los profesores de Literatura hemos contribuido muchas veces al complejo de inferioridad ante los científicos, por ejemplo, al escribir libros con jerga cientificista de hormigón armado en los que se limita la libertad humana para interpretar un texto, o estar de acuerdo o no con el autor». «Y todo porque queríamos ir de científicos». El historiador Marc Bloch murió fusilado en 1944 en la Francia ocupada de Vichy, después que la Gestapo le sometiera a torturas. «Cuidémonos de no retirarle a nuestra ciencia -la Historia- nuestra parte de poesía», afirmaba.
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