La humanidad ha buscado siempre la manera de tener alimentos más allá de lo que la naturaleza ofrece espontáneamente. En el neolítico surgió la agricultura como una actividad que empezaba a complejizar la gestión alimentaria, entre otras cosas, para diversificar tanto las fuentes como los productos y en respuesta a amenazas naturales que obligaban a […]
La humanidad ha buscado siempre la manera de tener alimentos más allá de lo que la naturaleza ofrece espontáneamente. En el neolítico surgió la agricultura como una actividad que empezaba a complejizar la gestión alimentaria, entre otras cosas, para diversificar tanto las fuentes como los productos y en respuesta a amenazas naturales que obligaban a almacenar ya fuera para viajes largos, robos, invierno, etc. Durante 4.000años la agricultura se desenvolvió sin desequilibrar la naturaleza, tanto que si una unidad de cultivo era abandonada, no se perdía el suelo ni su capacidad productiva, otros podían llegar y trabajarla.
La caza, la pesca y la recolección antecedieron a la agricultura. Todavía hacemos algo de eso, pero en el discurso mundial pareciera que solo la agricultura es la fuente de alimentos y permitimos que el debate del hambre o la desnutrición se concentre en el aumento poblacional como causa, es decir, como somos más no alcanza la comida, cuando en realidad el problema es la pérdida del conocimiento alimentario que llegó a ser todo un patrimonio cultural de la humanidad y que ahora se está erosionando al mismo ritmo que la tierra fértil, ambos gracias a la agroindustria y el monocultivo.
Por ejemplo, la Amazonía boliviana abarca el 70% de su territorio, con sus respectivas sociedades amazónicas que tienen todavía una gran silvicultura, que por supuesto incluye una gestión alimentaria integral a partir de los árboles. Los cálculos que existen sobre la cantidad de árboles alimentarios hasta ahora son aproximados, o sea que hay especies no catalogadas. Entre los árboles más citados están el asaí, majo, almendrillo, castaña, cusi, chonta, motacú, sinini, palmas, chirimoya silvestre, copaiba, palmeras y chocolate. Todos estos dan frutos ricos en nutrientes, vitaminas, minerales y energía, pero son apenas una mínima muestra de lo que ofrece la selva. Esta visión amplia no se encuentra plasmada en las políticas de los países amazónicos, no ocupa ni el 5% de la proyección, presupuesto, protección, investigación, legislación, recuperación, preservación, defensa o aprovechamiento para beneficio nacional.
Lo mismo sucede en los bosques subtropicales de zonas montañosas donde hay cítricos, piñas, duraznos, papayas, plátanos, paltas, nísperos, lugmas, lugmillos, quinotos, mangos, cerezas, frambuesas más variedades de moras y trepadoras como el tumbo y la frutilla, que dan mejor fruto en correlación vital con los árboles. En los valles de cabecera baja y llanura hay uva, pera, ciruelo, manzana, pacay, peramota, damasco y el festín continúa hartando nuestras proyecciones alimentarias por otros 4.000años mientras exista cada árbol o se repongan las plantaciones perdidas hasta ahora en las distintas formas de colonización territorial con construcciones urbanizantes y aquella específica agricultura que se volvió impertinente tumba del bosque.
Un solo árbol puede producir anualmente entre 400 y 1.000 unidades alimenticias, por ejemplo la naranja llegó a reportar 173.983 toneladas métricas en2012 y el plátano, 168.000. Actualmente la castaña es el producto estrella de la selva amazónica boliviana y ha registrado una producción de 24.000 toneladas en 2013, de las cuales el 99% está destinada a la exportación.
Estudios de la FAO indican que los bosques podrían rescatar a la humanidad del hambre, además de los ya conocidos servicios ambientales de los árboles, como regular el curso de los ríos, canalizar agua con sus raíces, producir lluvias y armonizar los vientos para enviar humedad a otras regiones, además de ser hogar de muchas especies de animales. No es posible que semejante gestor natural de vida no tenga políticas suficientes. En la planificación del manejo forestal solamente se registra el aprovechamiento comercial de la madera; lo que tenga que ver con la comida está determinado por precios internacionales que a su vez, originan manejos indiscriminados, tráfico, avasallamientos, explotación laboral, etc. En este sentido la castaña puede dar muchos ejemplos, pero principalmente ha cobrado importancia solo por la elevada cotización internacional, no por planificación gubernamental de toda la cadena productiva y de comercialización.
Por su parte, la ley 337 de enero de 2013, que lleva por título Apoyo a la Producción de Alimentos y Restitución de Bosques, otorga un perdón a los agroindustriales sojeros y ganaderos del oriente boliviano, sobre las multas que acumularon durante 15 años por quema ilegal de bosque amazónico para ampliar frontera agrícola, a cambio de que siembren alimentos, pero al mismo tiempo para sembrarlos, ellos tienen el permiso de seguir talando y desboscando. Hasta el momento no se les fiscaliza la restitución de bosque, ni tampoco se informa al país qué cantidad y sobre todo diversidad han producido dirigida a solucionar la falta de alimentos.
Por otro lado, como en todo el mundo, si bien la parte desgarradora de la agricultura en Bolivia es la agroindustria, también lo es la colonización de zonas de bosque tropical como el Chapare donde un importante sector de campesinos [1] ha instalado su cultura agraria sin mala intención, pero con resultados lamentables en deforestación. Para enmendar esto que ahora sabemos ha sido un error histórico, es fundamental que el campesinado incursione en la plantación de árboles para revertir el daño al bosque en su integralidad, así como al patrimonio alimentario de recolección natural.
Nota
[1] Hasta antes de la era Madre Tierra en la historia de Bolivia, el sector campesino emigrante del altiplano al trópico de Chapare, se autodenominaba Confederación Nacional de Colonizadores de Bolivia; desde hace cinco años cambió su nombre a Confederación Nacional de Interculturales.
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