Entre otras muchas cosas, algunas de ellas se han recordado en anteriores conversaciones, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano. *** Sobre el título y sus alrededores, querido Joaquín. ¿Qué es eso de la praxis política? ¿De quién o quiénes? ¿De instituciones, […]
Entre otras muchas cosas, algunas de ellas se han recordado en anteriores conversaciones, Joaquín Miras Albarrán es miembro-fundador de Espai Marx y autor de Repensar la política y Praxis política y estado republicano.
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Sobre el título y sus alrededores, querido Joaquín. ¿Qué es eso de la praxis política? ¿De quién o quiénes? ¿De instituciones, de ciudadanos?
Concebir la política como praxis es concebir que la política no es una actividad técnica generada al margen de la actividad cotidiana, desde el control de instituciones y por una minoría que se declara a sí misma capacitada por poseer un saber técnico científico ad hoc. Al contrario concebir la política como praxis es concebir que toda actividad humana elaborada en común -praxis y poiesis- , la cultura material de vida creada entre todos y operada entre todos, eso, es inmediatamente política, objeto de la reflexión, y de intervención organizada para controlarla y transformarla. La mayor parte de la actividad que produce y reproduce la vida humana, la sociedad, no es la ingeniería gubernativa, sino la actividad generada desde el entramado de organizaciones comunitarias que son los microfundamentos que organizan nuestro hacer, la vida cotidiana, la cultura material de vida. Y debemos actuar organizadamente, para democratizarlas. esta actividad organizada que luche por terminar con la división social del trabajo en que se asienta el hacer comunitario, no es una «actividad excedente», supernumeraria, desarrollada desde ámbitos exteriores a nuestro vivir. Y exige luchar donde ya estamos cotidianamente por la democratización de las comunidades organizadas cotidianas, para poder controlar la actividad, para poder controlar nuestro vivir, la producción de una cultura material de vida. Quien controla la vida cotidiana hegemoniza la sociedad e impone la política institucional.
¿Cuándo un estado es un estado republicano? ¿Lo es el de Estados Unidos por ejemplo? ¿Lo es el de Alemania o Francia?
Un estado republicano, según la tradición republicana, se compone de dos elementos, una comunidad humana consciente de serlo que controla organizadamente su vivir en común y genera su cultura material de vida, su ethos. Además, en paralelo, instituye instancias que posibiliten la deliberación por parte de todos los ciudadanos de las leyes que ordenan las instituciones gobierno, las leyes, el nomos, que tienen que ser orgánicas del ethos o cultura material. La legislación, la elaboración de leyes, no es delegable. EE UU, Alemania o Francia, en consecuencia, no son repúblicas, son Monarquías electivas, o son poliarquías, regímenes políticos en los que manda un poder absoluto o un poder compartido entre pocos y en los que la cultura material de vida depende del poder del capitalismo. No hay soberanía -o kyríos- en el sentido que le da el republicanismo
Republicanismo liberal. ¿No es la expresón una contradicción en los términos?
Por supuesto. El liberalismo articula un proyecto en el que cada individuo pueda hacer según su conveniencia, sin ser interferido por la comunidad. Parte de una ontoantropología según la cual la individualidad es anterior a la comunidad. Su antropología filosófica es naturalista, individualista, innatista, previa y al margen de la sociedad. En consecuencia, la ley, creada por la sociedad, es una interferencia en lo que entiende por libertad. El republicanismo parte de la prioridad ontológica de la comunidad sobre el individuo. La individualidad es consecuencia, se construye como resultado de la interiorización de la cultura -paideia, bildung-. Y el hacer de la comunidad, ese hacer creador de la cultura de vida, y el saber hacer práctico que lo posibilita, eso es precisamente, en lo fundamental, la «res», que es «publica». De esto hablamos cuando hablamos del republicanismo y no falsificamos su significado, porque así se ha expresado esa tradición secular, mediterránea que tiene 2.500 años.
El liberalismo, por el contrario, declara que toda esa actividad generada en común, mediante el tupido entramado de organizaciones o comunidades que constituye la sociedad, no es res «pública», no es asunto, cosa, pública, sino «privada». Al considerar que la sociedad no existe, sino que es la denominación de la multitud de individualidades preexistentes en su intercambio, el liberalismo declara «privado» todo aquello que no depende directamente de las instituciones del Estado y aún quiere reducir estas. Así, una fábrica de 30 mil trabajadores, que genera producto debido a, y como resultado de, la articulación de una unidad integrada de producción, es «privado». Con lo que la mayoría de los denominados ciudadanos está sometida a dominación, a dominio ajeno, voluntad ajena, a arbitrio ajeno, a allieni iure, lo que para un republicano es lo que caracteriza a la esclavitud.
República no es artefacto institucional; no es aparatos de Estado, objeto. República es praxis comunitaria deliberada en común. Republicanismo es praxeología, filosofía de la praxis.
¿Por qué la cita de La Guerra civil en Francia con la que abres el libro? Copio la cita: «La Comuna era la forma positiva de esta república (…) Los cargos púbicos dejaron de ser propiedad privada de los testaferros del gobierno central».
He incluido esta cita de Marx porque revela hasta qué punto él es, conscientemente, un republicano en el sentido tradicional del término. La república se concreta en la comuna, porque república es comunidad organizada, sociedad civil estructurada para generar y controlar actividad en común. Gobierno central -gobierno central, el de «Madrid», y el de la Plaza de Sant Jaume, tanto el del «lado derecho», la Generalitat, como el del «lado izquierdo», el Ayuntamiento de Barcelona- es exclusión de la ciudadanía respecto de la política, es privatización de la política. La política queda en manos de los magistrados y de los técnicos, de los funcionarios, de los testaferros.
Del apartado «Al lector que abre este libro». Hemos hablado ya de ello pero insisto. ¿Qué tienes en contra de la política entendida como ciencia o episteme? ¿Tus críticas equivalen a negar el valor del conocimiento en las actividades políticas de la ciudadanía?
Tengo en contra, en primer lugar, que se utiliza el saber epistémico como justificación para secuestrar y privatizar la política: para constituir minorías aristocráticas, elites, en cuyas manos, se supone, debemos dejar la política, porque, se dice, éste es un hacer técnico que exige un saber especializado, es «ciencia política». Esta enormidad es rechazada desde siempre por la tradición republicana. La otra posibilidad, en la medida en que existe una ciencia social y en la medida en que ésta tiene una utilidad -la tiene, y, a la par, ésta es limitada-, es hacer «un uso público de la razón», entregando ese saber a la comunidad para que lo considere en sus deliberaciones públicas. Si alguien descubre algo, es el caso de Marx, en su obra, por ejemplo, El Capital, o la obra de Forrester y Meadows, Los límites del crecimiento, como ejemplos señeros, lo que debe hacer es ponerlo en general conocimiento. Y a partir de ahí, dejar que la gente extraiga sus conclusiones. En El Capital no hay recetas técnicas de ingeniería económica, ni prescripciones políticas. Eso no es una debilidad de Marx, es una convicción de Marx. Tampoco las hay en la obra de Donella Meadows
En segundo lugar, y ésta es una crítica, aún más contundente, debemos evitar el fetichismo de la ciencia, cuando ésta estudia la sociedad, porque el ser humano no es un realidad natural fija como la que estudia la ciencia física: considerándolo un objeto inalterable, sometido a leyes universales inmutables -al menos, ese es el modelo newtoniano- etc. La sociedad es una realidad histórica, en constante cambio como resultado del hacer creador de la gente que la constituye, que es cambiante, y lo es también, la propia consciencia de la gente. Y no resulta pronosticable nunca qué es lo que va a suceder.
Pero también, en todo caso, entendiendo lo que señalas, la «historia» interrumpe en las ciencias naturales. La Tierra, por ejemplo, el universo, la vida, no son entes inmutables, aunque los «ritmos históricos» sean otros.
De acuerdo, no hay problema ahí. La ciencia social puede dar explicación de los procesos sociales anteriores, como consecuencia de los cuales el presente es como es. O de las consecuencias no evidentes de nuestra propia actividad actual, que ocasiona efectos perniciosos en nuestro vivir, causas ellas mismas consecuencia de las relaciones sociales que organizan la actividad de la comunidad. O puede dar cuenta de las consecuencias futuras que, de no modificarla, puede acarrear nuestra presente actividad social.
Pues no está mal, no es cualquier tontería.
Desde luego que no. Pero la ciencia no puede dar razón ni pronosticar cambios de la sociedad, que son siempre debidos a la creatividad en común generada conscientemente, la cual desarrolla nuevas formas de hacer. La sociedad es impronosticable, impredecible, no porque la ciencia que poseemos sea «mala», sino porque somos «historicidad», creación en común de actividad que no está determinada causalmente por la anterior actividad. La ciencia puede rendir un informe aproximado de cómo es la cosa ahora, no puede elaborar por extrapolación cómo será luego, ni puede prescribir formas de hacer. Un ejemplo, muy modesto: nadie fue capaz de prever el 15 eme. No era previsible, fue resultado de una transformación de la consciencia de la gente, muy en especial de las generaciones jóvenes; de una indignación antes no existente, que se elabora en unos meses. Algo más: a partir del 15 eme, y de los estudios sociológicos que emprende tras el «trueno en el cielo azul» español del 15 eme, y tras los resultados inesperados -¿quién los predijo?- de las elecciones europeas, el sociólogo Jaume Miquel decía que lo que debía hacer Podemos es evitar pactar con IU: ¡menudo costo que esto tuvo!, ¿no?… pero es que, probablemente la extrapolación sobre el estado de ánimo de la gente, tras las elecciones europeas, era correcto. Era poco pensable que IU procediese a la depuración colosal de corruptos y caciques en la que se ha metido… que Garzón saliese ileso -por ahora lo está-, de este proceso. Que los Ángel Pérez, los Moral Santín, los Willy Meyer, y también los Llamazares, los Lara, todos los habituados a pasarse por el arco de triunfo las deliberaciones de sus bases fuesen jubilados. Todo esto, a su vez, tuvo efectos en el pensar de la gente. El ser humano cambia su hacer, su pensar, y no se puede prever ni cuándo, ni cómo, ni qué generará mediante el nuevo hacer. Historicidad.
Me permitirás que señale que, en mi opinión, unes en una misma casilla personas que deben diferenciarse. Pero sigo adelante. Dices que la concepción de la política que criticas ha sido también mayoritaria en la izquierda. Te pregunto ahora sobre esto.
De acuerdo
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