Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, Luis Alegre Zahonero ha sido uno de los miembros fundadores de Podemos. Es coautor, con Carlos Fernández Liria, de El orden de El Capital (Madrid, Akal, 2010, Premio Libertador del Pensamiento Crítico) y de Educación para la Ciudadanía. Democracia, capitalismo y Estado de […]
Profesor de la Facultad de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, Luis Alegre Zahonero ha sido uno de los miembros fundadores de Podemos. Es coautor, con Carlos Fernández Liria, de El orden de El Capital (Madrid, Akal, 2010, Premio Libertador del Pensamiento Crítico) y de Educación para la Ciudadanía. Democracia, capitalismo y Estado de Derecho.
En esta conversación nos centramos, básicamente, en su libro, publicado por Akal, Madrid, 2017, un último libro al que hay que añadir Elogio de la homosexualidad, Madrid, 2017.
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Mi enhorabuena por tu nuevo libro. También por la edición, Akal se ha lucido. Déjame que me sitúe en los alrededores de tu ensayo, como diría Víctor Sánchez de Zavala, antes de entrar en materia propiamente. Hablas del lugar de los poetas. ¿Dónde? ¿En la filosofía? ¿En la cultura en general? ¿A lo largo de tantos y tantos siglos de pensamiento?
Muchas gracias, Salvador, por la generosidad con la que valoras el libro y por esta entrevista.
Cuando hablo de «El lugar de los poetas» me refiero en general a ese lugar misterioso en el que se ponen las palabras a las cosas, ese lugar en el que se crean palabras para el mundo. «El lugar de los poetas» no se refiere sólo a la tarea de la poesía en sentido estricto, como algo, digamos, «meramente estético». Ese poder de «poner las palabras a las cosas» se refiere, por ejemplo, a la operación de los revolucionarios franceses cuando consiguen que la palabra «pueblo» remita sólo al tercer estado y, al mismo tiempo, a la voluntad del conjunto de la nación.
También puede considerarse en este mismo sentido que la introducción de la palabra «casta» por parte de Podemos es un acierto poético: las élites que hasta entonces se presentaban como alternativas políticas (divididas e incluso enfrentadas como «izquierda» y «derecha», «rojo» y «azul») se hacen visibles, gracias a esa palabra, como una unidad en la que resultan más relevantes las semejanzas que las diferencias (rescatan a los mismos bancos, se jubilan en los mismos consejos de administración, usan las mismas tarjetas black… etc.). Esta capacidad de administrar semejanzas y diferencias a la hora de nombrar el mundo es un elemento clave del poder político. Y constituye un problema central de la historia de la filosofía al menos desde finales del siglo XVIII (digamos que desde la Crítica del juicio de Kant) hasta nuestros días. Lo que trato de hacer en el libro es un recorrido por el modo como los grandes autores de la historia de la filosofía han pensado el problema. No se trata ni mucho menos de un descubrimiento reciente. Y es un mal negocio hacer como si hubiera que pensarlo todo desde cero cuando podemos encontrar el asunto planteado de un modo insuperable en los textos de las mejores cabezas de la historia de la humanidad. Es siempre tentador pensar que uno mismo ha descubierto el Mediterráneo, pero ni es verdad ni es la estrategia más eficaz para pensar bien las cosas.
Déjame insistir un poco. Dices: «Esta capacidad de administrar semejanzas y diferencias a la hora de nombrar el mundo es un elemento clave del poder político». Del poder político y, sin poder, del conocimiento positivo en general. Por lo demás, moviéndonos en la esfera de la política, ¿es tan importante esa característica nominal-lingüística del poder? ¿Por qué es tan importante si lo fuera?
Desde luego no es el único terreno en el que se disputa el poder político, pero sí es un terreno muy importante. La pura fuerza o el poder económico son de manera evidente otros aspectos decisivos de la lucha por el poder. Pero no son los únicos. Y esto se pone especialmente de manifiesto en las situaciones de crisis de régimen, cuando «paquetes estables» en los que se han agrupado durante décadas semejanzas y diferencias pierden eficacia y hay que agrupar de nuevo.
Así, por ejemplo, nos encontramos en una situación en la que la desconfianza y el desprecio contra las élites políticas constituye un elemento que comparten enormes mayorías sociales. De hecho, casi cabría decir que quien gane ese elemento para su proyecto ha ganado la partida. Sin embargo, se trata de un elemento que puede quedar enlazado en el mismo «paquete» que la indignación con las élites económicas que nos están saqueando o puede ganarse para un paquete que reúne a políticos, funcionarios o inmigrantes. Esta es en gran medida la operación que intenta la extrema derecha, y de momento parece claro que van ganando a nivel global. En EEUU, por ejemplo, el rechazo al stablishment político es enorme, pero ese rechazo puede ser capitalizado por un planteamiento tipo Bernie Sanders (enlazándolo con las élites económicas) o puede ser ganado por Trump para otro «paquete» enteramente distinto en el que queda unido con los servicios públicos y los inmigrantes. Una parte importante de la construcción de identidades políticas (y, con ello, de sujetos políticos) se juega en operaciones de este tipo. No nos gusta que nos roben, eso es obvio y bastante universal.
Ahora bien, esta afirmación no se vuelvo políticamente operativa hasta que no se resuelve el asunto de quiénes somos nosotros (a los que nos roban) y quiénes son ellos (los que lo hacen). Como es evidente, se juega una batalla política crucial en la alternativa entre que «nosotros» (los semejantes) seamos los franceses o los españoles (y «ellos» los inmigrantes) o que «nosotros» seamos, por ejemplo, el 99% (y «ellos» la minoría privilegiada que está expropiando todos los recursos). En un caso, el resultado es la lucha de los penúltimos contra los últimos y en el otro una lucha de las mayorías sociales contra las élites. Y esta batalla política se juega en gran medida en la administración de semejanzas y diferencias relevantes e irrelevantes.
Sobre el subtítulo del libro: «Un ensayo sobre estética y política». ¿Qué es la estética para ti?
Normalmente asociamos la estética con la teoría del arte y la belleza. Y esto sin duda es cierto, pero es una verdad parcial. Entiendo por «estética» esa disciplina estrictamente filosófica relacionada con el asunto que planteaba antes; una disciplina que no surge propiamente hasta el siglo XVIII pero que, a partir de ese momento, constituye en cierto modo el corazón mismo de la historia de la filosofía. En definitiva, se trata de pensar qué tipo de fundamento y validez tienen los actos de creación originaria, las obras del genio si queremos decirlo así, esas obras que se crean de un modo original y, por lo tanto, cuya validez no puede establecerse por referencia a ningún modelo (ley, concepto, regla o patrón de medida) previo. Esto es algo que se plantea por supuesto respecto al arte en sentido estricto, pero no sólo. El mismo problema se encuentra en el acto de creación de palabras nuevas, palabras mejores con las que nombrar el mundo.
En cuanto a la política, ¿qué es la política desde tu perspectiva?
La política tiene siempre, sin duda, un elemento de disputa por el poder. Lo que planteo en este libro es que esa batalla se disputa en gran medida en «el lugar de los poetas». Resulta asombroso (y así le ha resultado siempre a las mejores cabezas de la historia de la filosofía) el poder legislativo que tiene el lenguaje. El lenguaje no se limita a describir lo que las cosas son con independencia del modo como las nombramos. Todo lo contrario. En gran medida es el lenguaje mismo el que las organiza. En ese lugar en el que se ponen los nombres a las cosas se disputa un poder descomunal. Esto no es ningún descubrimiento reciente. Y, como digo, creo que es algo que sólo se puede entender en toda su profundidad y de un modo claro si se hace el esfuerzo de recuperar a los grandes autores que han planteado este asunto hasta las últimas consecuencias.
Hablamos de ello más tarde si te parece pero, en todo caso, ¿el lenguaje organiza el mundo como «amo y señor» o el mundo está ya organizado de alguna manera y el lenguaje recoge, describe de forma creativa y de algún modo ese orden?
Resulta evidente que el mundo no tiene una plasticidad infinita y, por lo tanto, el lenguaje no opera nunca del todo como «amo y señor». Sin embargo, también es evidente que el lenguaje no se limita sin más a recoger y describir las cosas tal como están ya ordenadas. Esto es especialmente importante en lo relativo a los asuntos humanos (esos animalillos que nos construimos y nos relacionamos con todo a través del lenguaje). Esto es algo que se pone de manifiesto en los asuntos más cotidianos. Como comento en el libro, t odo el mundo ha tenido por ejemplo la experiencia de conocer a alguien, tomar un par de copas, ir varias veces al cine, tener sexo más o menos esporádico… y siempre llega el momento (inevitable) de preguntar: «pero, nosotros ¿qué somos?». Tarde o temprano, se impone la exigencia de poner una palabra a cierto conjunto disperso de cosas. Nos resulta difícil sostener por mucho tiempo una respuesta del tipo «dos personas que han visto juntas un par de películas, han tomado unas copas, y han tenido algunas noches de sexo». Ahora bien, en el instante se elige la palabra, y se dice, por ejemplo, «somos novios», resulta obvio que, de un modo casi automático, se descarga un archivo completo, una especie de manual de instrucciones de nuestra propia vida, en el que viene detallado cómo funcionan los celos, cómo hay que relacionarse con los suegros, qué se hace en vacaciones, dónde se sienta cada uno en el coche, qué se opina de los amigos, quién se ocupa de los niños, cómo se paga la hipoteca… Son con frecuencia las determinaciones que corresponden a una palabra las que terminan imponiéndose y dando forma al mundo mismo. Al menos en los asuntos humanos, el lenguaje tiene el poder de reunir y agrupar en la realidad las semejanzas que se hayan agrupado para crear un concepto y, en esa medida, para trasladar al mundo los enlaces con los que se han creado las palabras.
Me veo obligado a hacerte una pregunta que seguramente ya te esperabas. Fuiste uno de los fundadores de Podemos, secretario general de Madrid, el alma, según dicen, de Vistalegre I y muchas más cosas. ¿Qué nos puedes decir de estos años de enorme activismo político? ¿Es tan dura la política práctica como se dice?
Sin duda. Para mí han sido años extraordinariamente duros. No sólo por el ritmo frenético de trabajo que fue necesario para montarlo todo desde el principio y de la nada. Lo más duro ha tenido que ver con el plano personal. Sin embargo, también ha tenido un aspecto gratificante, claro. Contribuir a despertar la ilusión de tanta gente es algo de lo que uno no puede dejar de sentirse humildemente orgulloso. En todo caso, en ningún momento me lo he planteado como una opción de vida y eso, desde luego, ha hecho más llevadero tanto la vorágine de los primeros años como las decepciones personales. Todo habría sido sin duda más duro si hubiese hecho depender mi sustento material de la política. Pero eso nunca me lo he planteado. Nunca he cobrado un sueldo de Podemos ni he optado a ningún cargo público. Siempre he tenido claro que mi oficio es el de profesor y que mi contribución a la política la hacía como cualquier ciudadano comprometido con el futuro de su gente y su país, no como un profesional. Esto lo hace todo más llevadero, para empezar porque lo puedes dejar en cualquier momento sin problemas. Desde luego, siento una enorme admiración por la gente que ha adoptado un compromiso laboral y vital mayor que el mío. Creo que en Podemos hay gente imprescindible con la que los españoles hemos contraído una deuda imposible de saldar, empezando por Pablo Iglesias, que ha sacrificado buena parte de las cosas con las que disfruta en la vida para trabajar por la posibilidad de cambio en España. Pero creo que yo no soy tan generoso como para entregar mi vida entera a esa tarea más allá de momentos puntuales en los que lo considero ineludible (como ha sido el caso de estos últimos años).
Pero sigues en activo en Podemos, aunque estés más centrado en tu trabajo académico y filosófico.
No tengo absolutamente ningún cargo en Podemos. Sigo activo, claro, como cualquiera de los miles de inscritos que componemos y tomamos las decisiones en Podemos.
Vuelvo al libro. Te pregunto ahora por poetas y estética.
Cuando quieras.
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