Las desoladoras imágenes que nos llegan día a día desde un apocalíptico escenario en Japón nos mueven a la reflexión sobre los peligros que entraña el modo de vida occidental basado en un modelo de consumo depredador de la naturaleza y la vida. No es casual, mucho menos azar que veamos cómo se enfrentan situaciones […]
Las desoladoras imágenes que nos llegan día a día desde un apocalíptico escenario en Japón nos mueven a la reflexión sobre los peligros que entraña el modo de vida occidental basado en un modelo de consumo depredador de la naturaleza y la vida.
No es casual, mucho menos azar que veamos cómo se enfrentan situaciones cada vez más difíciles sin que la humanidad comprenda las consecuencias de su insensato modo de vida. Los desastres se vuelven más mortíferos y lo peor está por venir. La combinación de terremoto, tsunami y la altamente probable catástrofe nuclear en Japón nos debería obligar a ir hacia atrás, reflexionar y tomar acciones que permitan a la humanidad -si aún es tiempo- tomar un camino diferente.
Pese a lo contundente de las evidencias, asistimos en Japón a una reedición de los terribles errores que llevaron a vivir la peor catástrofe nuclear -fuera de la segunda guerra y el uso actual de bombas de uranio empobrecido- en Ucrania hace ya más de veinte años.
Los argumentos esgrimidos por quienes tienen la obligación primordial de proteger a su población rayan en lo burdo. Si no fuera porque están en juego decenas de miles, sino millones de vidas, nos burlaríamos de sus desatinos. La situación es tan seria -pero como siempre ha ocurrido en cada evento en el que la seguridad nuclear ha estado en riesgo- y los responsables políticos hacen lo posible por minimizar los hechos, pese al inminente riesgo sobre la vida de las personas. De nuevo, el poder del lobby nuclear es tan grande que se prefiere proteger sus intereses corporativos que poner a salvo a la gente. Todo sea por el bien de los mercados. Debemos evitar el pánico de los inversionistas. De forma aterradora, la vida humana pasa a un segundo plano. Poderoso señor don dinero.
El nivel de colapso del modelo de vida humano ha quedado en evidencia hoy en Japón, uno de los países más desarrollados y con mayor preparación para enfrentar los desastres en el mundo. Frente al poder de la naturaleza y la falta de previsión humana al usar tecnologías de muerte, nada ha valido. Otros países del G-8 han elevado el nivel de sus preocupaciones y sus discursos públicos. Sobre todo para acallar a la opinión pública que les puede cobrar factura en las próximas elecciones. Algunos hasta han pedido revisar la seguridad de sus propias centrales nucleares. Seguro serán medidas temporales para controlar los daños o el impacto que la crisis nuclear japonesa está teniendo en sus propios patios. Estas son medidas desesperadas y poco sustanciales.
¿Qué tal si el desastre de Fukushima pasa del tímido nivel cuatro que la irresponsable dirección de su país le ha asignado a un seis o siete como ya muchos se lo temen? ¿Qué si los hechos demuestran todo lo contrario a lo que han estado predicando por los medios? Es muy fácil advertir las contradicciones en su discurso. Sin ser expertos, ni mucho menos, con un poco de sentido común pueden notarse sus débiles argumentaciones frente al peso de los hechos.
Ya que los intereses particulares tienen prioridad frente al interés público en el mundo y particularmente en Japón hoy, debemos tomar conciencia y exigir el respeto a la vida. No vale -menos aún después de semejante sufrimiento con el terremoto y el tsunami- seguir dándole preeminencia al lucro. No se trata de acabar de un plumazo con la dependencia de esa tecnología mortal, sino de tomar decisiones sensatas frente a la posibilidad de una catástrofe que haría palidecer los brutales estragos de Chernobyl.
Si se continúa -desde los más altos responsables políticos japoneses y del mundo- por la vía de minimizar los riesgos que conlleva el desastre anunciado, a pesar de la evidencia abrumadora sobre el inminente peligro para la población, vamos sin lugar a dudas hacia el despeñadero. La supervivencia de la humanidad pende de un hilo.
No hay argumento válido posible ante esta tragedia para anteponer los negocios a la vida. De hacerlo, la historia se encargará de juzgar duramente a los responsables. La historia de sufrimiento nuclear del pueblo japonés debería bastar para decidir por la vida. No debemos olvidarlo nunca.
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