El gobierno japonés ha reconocido por primera vez un caso de cáncer provocado por la exposición a la radiación en la siniestrada central nuclear de Fukushima. Que las autoridades lo reconozcan, no significa que haya sido el primer caso ni el único. En términos de salud ambiental, se puede afirmar que lo peor de Fukushima […]
El gobierno japonés ha reconocido por primera vez un caso de cáncer provocado por la exposición a la radiación en la siniestrada central nuclear de Fukushima. Que las autoridades lo reconozcan, no significa que haya sido el primer caso ni el único. En términos de salud ambiental, se puede afirmar que lo peor de Fukushima está por venir. Se trata de un paciente varón, de 41 años, que participó entre 2012 y 2013 en las labores de limpieza y descontaminación de la central. Un año después de llevar a cabo dichas tareas ha desarrollado leucemia (cáncer de médula ósea), por lo que fueron evaluados los niveles de radiación acumulados en su medidor o dosímetro personal, resultando una exposición anual tres veces superior (15,7 milisieverts) a lo legalmente permitido (5 mSv). Las autoridades japonesas no han tenido más remedio que reconocer e indemnizar al sujeto como víctima de enfermedad laboral.[1] No obstante, es necesario recordar que los efectos cancerígenos de la radiación son estocásticos, es decir, no dependen sólo de la dosis, sino también del azar o «mala suerte»: incidencia de una partícula radiactiva en el lugar más inapropiado y en el momento menos oportuno.
Que sea el primer caso reconocido, no significa ni mucho menos que sea el primer o único caso hasta la fecha. En Julio de 2013 falleció por cáncer de esófago Masao Yoshida, que dirigió las operaciones en el interior de la central desde que sonaron las alarmas por el maremoto. A los nueve meses de la catástrofe/accidente se vio obligado a dejar su puesto para recibir tratamiento médico [2]. La mayoría de los cánceres asociados a radiación tienen un periodo de latencia (asintomático) que puede extenderse de 1 a 20 años desde la exposición, con un pico máximo de casos entre los 4 y 10 años, por lo que podría decirse que lo peor está por venir [3].
La radiación nuclear daña nuestras células y las moléculas que las componen. Si la célula no muere, pero su código genético es dañado por la radiación (ADN), puede reproducirse y dar lugar a una estirpe celular anómala, es decir, puede originar una neoplasia o cáncer. Esto sucede con más frecuencia en los tejidos que presentan mayor tasa de reproducción, como la médula ósea, donde se forman las células sanguíneas y linfáticas. Por ello, leucemias y linfomas son tumores frecuentemente asociados a la exposición a radiaciones ionizantes, aunque no son los únicos.
La fusión descontrolada del uranio en el núcleo de los reactores de Fukushima y la explosión de los edificios de contención, ocasionó la liberación de enormes cantidades de yodo radiactivo (yodo-131) al medio, sustancia muy volátil y efímera, pero altamente cancerígena. Un mes después de la catástrofe los niveles de yodo radiactivo en el mar superaban 5.000.000 de veces los límites máximos permitidos. La glándula tiroides, encargada de regular el metabolismo, necesita yodo para funcionar; si se ingiere o inhala yodo radiactivo, éste se acumula fácilmente en la glándula y acaba produciendo cáncer. En agosto de 2014 ya se habían detectado 57 casos de cáncer de tiroides en niños de los alrededores de Fukushima, 15 veces más casos de los que se dan en otras regiones del país no afectadas por la radiación [4].
Por ello la mafia japonesa (Yacuza) ha llevado a cabo una peculiar y macabra selección de personal para las tareas de limpieza de las inmediaciones de la central: indigentes, jubilados sin recursos, desempleados en apuros, todos varones, mayores de 40 años, y preferiblemente sin descendencia, con el fin de ahorrar costes y evitar demandas e indemnizaciones por enfermedades adquiridas durante dichas labores [5].
Huelga decir que la gran mayoría de estos costes ambientales, médicos, sociales, etc… son asumidos por el Estado, es decir por todos los japoneses/as, y no por la compañía eléctrica TEPCO, que es la que se ha estado beneficiando durante años de la explotación de la central. Actualmente quedan 130.000 personas evacuadas, que jamás podrán regresar a sus hogares, sembrar sus tierras, ni pescar en sus aguas, sin arriesgar su vida. Por desgracia, nada ni nadie pudo evitar el maremoto y sus víctimas directas, pero sí se podía haber evitado el mayor accidente nuclear de la historia: no parece muy prudente ubicar seis reactores nucleares junto a la fosa tectónica más activa del mundo.
Pese a todo ello, la Agencia Internacional de la Energía Atómica, dirigida por Yukiya Amano, propone fomentar la construcción de nuevas centrales nucleares en todo el mundo «para reducir emisiones de gases de efecto invernadero y combatir el calentamiento global» [6]. Es posible que emita menos gases que la minería y combustión del carbón, pero la energía nuclear genera los residuos más duraderos y cancerígenos que se conocen, sin existir actualmente ninguna forma satisfactoria de almacenarlos ni desactivarlos, por no mencionar la amenaza militar/terrorista que suponen.
Tampoco hace referencia al reparto de los inasumibles costes de una catástrofe como la de Fukushima, que ya ha costado a los japoneses 1.600.000.000 €, y cuyo coste integral superará los 80.800.000.000 € [7]. El mencionado informe de la AIEA ignora intencionadamente la eficacia y el menor impacto de las energías renovables como sustitutas de los combustibles fósiles (petróleo, carbón y gas), así como del uranio. En este sentido, es oportuno señalar que Alemania ha sido capaz de producir sólo con energía fotovoltaica 33 gigavatios/hora en los nueve primeros meses de 2015, el equivalente a 30 centrales nucleares [8].
Notas
[1] http://politica.elpais.
[2] http://www.elmundo.es/
[3] http://optimalprediction.
[4] http://www.abc.es/
[5] http://sociedad.elpais.com/
Job Moya (tel. 639 119 729) es miembro de la «Plataforma Contra el Cementerio Nuclear en Cuenca» y ha sido portavoz de la misma.
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