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La racialidad en la obra de Humberto Solás

Fuentes: IPS

Notas preliminares para una investigación sobre el director de cine cubano a quien el crítico Rufo Caballero (1966-2011) denominó “el Visconti del mestizaje”.

En mi experiencia de casi veinte años tutorando tesis de licenciatura, he aprendido, entre otras cosas, las tres constantes que obsesionan al alumno de Historia del Arte cuando se ve abocado a definir un tema de investigación para su tesis de diploma: el desnudo, el género (gender) y la racialidad.

Una vez superada la tentación por atacar estas tres materias, suele encontrar algo menos tortuoso, que le resuelve su angustia académica y deviene análisis pertinente. O se decanta por algún filón no muy original, un “más de lo mismo” trabajado a trompicones.

Pero si su tozudez no lo desampara y, por ejemplo, escoge la racialidad, se habrá metido en el más escabroso de los tres asuntos. Aun estando de moda y siendo ineludible ya enfrentarse a la construcción de la racialidad en el contexto cubano, encontrará escollos suficientes para abandonar la pelea desde el primer asalto.

Dudas inconfesables, miles de fuentes subterráneas y contradictorias, conceptos obscurecidos, bibliografía escamoteada o clandestina. Autores innombrables, canónicos, apegados a la lectura oficial o contestataria; así como la necesidad de asumir varias metodologías que se complementen, para hallar luces, destellos, o menos sombras, al final.

Zancadillas conceptuales

Yo misma, durante mucho tiempo, más que eludir le pasaba por arriba a la representación étnico-racial en los filmes de cualquier parte del mundo, haciendo notar, apenas, situaciones incómodas, dudosas o francamente racistas.

No me involucraba en un enfoque frontal del asunto en la cinematografía nacional; pues temía descuerar esa capa de consenso y “normalidad”, de cosa asumida y naturalizada que traspira casi todo el cine cubano con relación a la raza, el racismo, los prejuicios y la discriminación raciales. Sin embargo, la hora ha llegado.

El cine de Humberto Solás (1941- 2008) me llama y voy a por él, a partir de su último filme: Barrio Cuba (2005). Blando una hipótesis que surge de un rápido vistazo, por no decir de una corazonada: existe una infrarrepresentación de personajes de raza/tez negra en la obra de Humberto Solás, lo cual no implica el despliegue de estereotipos negativos, sino la tipificación de características étnico-raciales.

Antes de sumergirme en el análisis del filme (que no será en este breve artículo), tendré que hacer no pocas precisiones. Una ya salta a la vista en la enunciación de la hipótesis. ¿Debo hablar en términos de personajes de raza o de tez negra?

Lo primero sería esclarecer la nomenclatura, el cuerpo conceptual. Si voy a utilizar términos como afrodesce(2022)ndiente, negro, no negro, no blanco, blanco, afrocubano, mestizo, mulato, de color, afromestizo (México), negroafricano (se utiliza en España para distinguir al emigrante o descendiente del África subsahariana con relación al afrolatino); u otros términos como etnia, raza.

Tener alguna referencia de cómo se maneja el tema a nivel internacional, cuáles son las problemáticas que comparte con la mirada autóctona… Cómo discurre la representación vernácula del sujeto afrolatino en la literatura, las artes plásticas, la televisión, video clips, seriales, dramatizados en general y, finalmente, en el cine cubano y en la obra de Solás tomada como campo de acción investigativa.

La naturalización del discurso racial

Otras preguntas que plantearía una tesis sobre la representación del sujeto negro en los filmes de Solás, está relacionada con la constatación estadística de la población no blanca de la isla. En Cuba, ¿los afrodescendientes son (somos) minoría? El censo de 2012 arroja los siguientes porcientos: población blanca 64,1; negra 9,3 y mulata 26,6.

Dice el Doctor en Ciencias Económicas Esteban Morales: “La raza no existe. Es una construcción social, una invención. Una dinámica útil para las intenciones de concentración y manipulación del poder, por parte de las élites explotadoras, en los marcos de la inevitable confrontación de clase”.

Sin embargo, el censo cubano recoge una categorización que divide a su población en tres razas: blancos, mestizos y negros, que respalda una variable de diferenciación social basada en el color de la piel pues, como afirma el propio investigador, “los no blancos presentan una posición desventajosa dentro de la sociedad.”

Por su parte, el antropólogo británico Peter Wade señala que muchos cientistas sociales niegan el enfoque biologicista de las razas y las consideran construcciones sociales elaboradas sobre la variación fenotípica. Es decir, la apariencia física, que es un hecho objetivo, ha sido utilizada para convertir en significadores raciales las combinaciones específicas de color de la piel, tipo de pelo y rasgos faciales de diferentes grupos humanos.

Instancias de poder blanco han utilizado históricamente este hecho para crear categorías sociales jerárquicas, que se utilizan para incluir y excluir y que, supuestamente, muestran diferencias más o menos innatas y naturales transmitidas a través de las generaciones. Esto ha conllevado a que la identificación racial contenga un discurso de naturalización.

Sobre los estudios académicos

Los estudios sobre la racialidad en Cuba, de manera académica e institucional, todavía no alcanzan los niveles de evidencia que reclama el problema. El propio Morales alertaba de cómo en otras latitudes se concretan saberes sobre el universo etnos-racial, que procuran marcar pautas sobre lo acontecido en nuestra realidad histórica y cotidiana.

Una de las indagaciones más interesantes queda reflejada en el artículo: “Estereotipos decimonónicos y (des) igualdades en Los dioses rotos [Ernesto Daranas, 2008]”, aparecido en la Revista Afrohispana, vol. 36, núm. 2, otoño de 2017, de la autoría de Lídice Alemán (Wayne State College).

Según el artículo, los dos primeros personajes que vemos en el filme, no solo son afrodescendientes, sino que están vinculados a la marginalidad, la sumisión y la degradación, en manifiesto contraste socioeconómico con ciertos personajes blancos.

La investigadora ve en ello la corroboración del imaginario racista como herencia colonial, avalado por el largometraje.  Además, señala la feminización de la marginalidad con efecto enfático en la vulnerabilidad del grupo social, de modo que revalida su inferioridad frente a los blancos.

Lídice Alemán llega a la conclusión de que hay una representación prejuiciada del negro en el filme. Reconoce que si bien Los dioses rotos denuncia la distancia social y económica que separa a dos grupos raciales (en este caso, “no blancos” y “blancos”), también reproduce estereotipos raciales del siglo XIX, que asocian la criminalidad a la falta de valores morales por parte de una raza determinada.

El problema negro en Barrio Cuba

Cuando mira un poco más allá de la película de Daranas —tomando como referente el personaje de Sandra—, la autora percibe el reforzamiento del estereotipo de la mulata, mujer trágica, presentada por Villaverde en Cecilia Valdés, y consolidada en la visión que dan Solás en Cecilia (1982) y Sergio Giral en María Antonia (1990).

Por cierto, Magalis (Luisa María Jiménez) no solo es el primer personaje afrodescendiente que nos presentan en Barrio Cuba, sino que aparece expuesta en franca desnudez (al igual que sucede en algún momento con Sandra en Los dioses…). Conocemos primero su espalda y glúteos a flor de piel, antes que cualquier otro atributo físico, incluso su rostro.

Un tanteo preliminar de Barrio Cuba arroja la siguiente información: presencia de personajes principales y secundarios mestizos interpretados por Luisa María Jiménez, Mario Limonta, Bárbaro Marín y Yeandro Tamayo.

Los demás, pertenecen a la categoría de secundarios, extras y figurantes. Ocupan roles de barman, delincuentes, vendedores ambulantes, borracho, jinetera (la amiga de Luisa), familia campesina de brujeros-curanderos que recoge a Santos (tres niños y un matrimonio negros), camarero; unos pocos niños, amigos del hijo de Santos, en minoría con respecto a los no mestizos; y público hacinado en la terminal de trenes o en medios de transporte popular, predominantemente no blanco.

Investigación pendiente

Una mirada más lenta y profunda habrá de cuantificar no solo el número de personas de raza negra o de origen africano, sino también los blancos. Pero no siempre será fácil definirlo, por el alto grado de mestizaje de la población cubana que se refleja en el filme. ¿Bastará con acudir a las características fenotípicas?

¿Habrá que echar mano a los datos biográficos del personaje que aporta la narración? No del intérprete; recuérdese que Daysi Granados es mulata en Cecilia. En Barrio Cuba y en otros filmes nacionales tropezaremos con la dificultad para clasificar personajes interpretados por actrices como Laura de la Uz, Yuliet Cruz, Broselianda Hernández, cuyo biotipo no clasifica dentro de la más clara convención de blancura aparencial. Aquella que no deja tropicales y epidérmicas dudas en otras como Tahimí Alvariño, Silvia Águila, Isabel Santos, por solo mencionar mujeres.

Junto al desciframiento y catalogación de la pigmentación cutánea asignable al personaje, debe ir el análisis de su motivación, orientación política, intereses, clase social, situación laboral, entre otros parámetros como el género y la edad. Así como estudiar el rol que desempeña: principal, secundario, extra, figurante.

Precisar su dimensión simbólica, sea tipificadora o estereotípica, según su función narrativa. De todo esto se trataría una investigación sobre la representación del sujeto afrodescendiente en la obra de Humberto Solás, realizador a quien Rufo Caballero denominó “el Visconti* del mestizaje”. Y acaso lo fue.

Berta Carricarte es profesora y crítica de arte

Fuente: https://www.ipscuba.net/espacios/la-racialidad-en-la-obra-de-humberto-solas/