Como era de esperar, la concentración de grupos de extrema derecha haciendo pública ostentación de sus símbolos (banderas con el aguilucho, de Falange y otras) y jaleando el Pendón de Castilla, el nombre de España y a la Legión ha sido este año aún mayor que en los anteriores en la denominada «Fiesta de La […]
Como era de esperar, la concentración de grupos de extrema derecha haciendo pública ostentación de sus símbolos (banderas con el aguilucho, de Falange y otras) y jaleando el Pendón de Castilla, el nombre de España y a la Legión ha sido este año aún mayor que en los anteriores en la denominada «Fiesta de La Toma». Desde hace años, esa fiesta local granadina, que se nos dice rememora, aunque en realidad falsea, el hecho histórico de la entrada de los reyes de Castilla y de Aragón en la ciudad de la Alhambra, viene siendo ocasión para una reafirmación no solo de símbolos fascistas o parafascistas sino de valores y actitudes incompatibles con una sociedad democrática. De ahí que en 1995 un grupo de andaluces, entre los que nos encontrábamos Carlos Cano, Antonina Rodrigo, Antonio Gala, Miguel Ríos, Juan de Loxa y yo mismo, junto a otras personalidades también enamoradas de Andalucía, como Saramago, Mayor Zaragoza, Juan Goytisolo, Amín Maalouf o Ian Gibson, suscribiéramos un documento, el Manifiesto 2 de Enero, en que apelábamos a la sensibilidad democrática del Ayuntamiento granadino para que abandonara una serie de elementos del ritual de carácter racista, xenófobo y de exaltación de la violencia e incorporase otros de significación integradora, multicultural y de respeto a las minorías étnicas del pasado y del presente para alentar una convivencia en paz sin que nadie se sintiera agraviado.
Realmente, lo que planteábamos era la resignificación de un ceremonial que contiene abundantes elementos obsoletos, falsificados y no democráticos, que se había convertido en causa de división social y política y en refugio del nacional-catolicismo que debiéramos haber dejado atrás tras el final de la dictadura franquista (que fue la que resucitó una fiesta que en época republicana había sido sustituida por el Día de Mariana Pineda o Fiesta de la Libertad). Apenas nada se hizo a nivel institucional: algún año se recordó, de forma vergonzante, a Boabdil y en otros se incorporaron, de forma esperpéntica, algunos grupos de moros y cristianos de los que protagonizan las fiestas locales de algunos pueblos. No sólo se mantuvo inamovible el núcleo de la celebración sino que se agigantaron los aspectos más militaristas y sectarios.
En realidad, nunca hubo «toma» de Granada sino un asedio que concluyó con la firma de las capitulaciones de Santa Fe: un tratado mediante el cual desaparecían las instituciones políticas del reino nazarí pero se garantizaba el respeto a las propiedades, religión y costumbres de los andalusíes que pasaban a ser súbditos de Castilla. Un tratado que no tardó en ser violado desde el poder castellano porque muy pronto la rapiña de los vencedores y una planificada limpieza étnica anularon esas garantías. Fue prohibido el ejercicio de la religión islámica. Hubo edictos contra la utilización, incluso dentro del círculo familiar, de la lengua. Y se desencadenó una verdadera persecución para hacer desaparecer las diferencias en las costumbres (incluso en el aseo, el vestido y la alimentación). La quema de los libros de las bibliotecas, en la plaza de Bib-Rambla, en 1502, simboliza esa política etnocida, que pronto fue también genocida. Y que luego sería el modelo de actuación en lugares de Abya Yala (América). Una política de corte intolerante e imperialista que estaba muy alejada de la que había tenido Castilla dos siglos y medio antes, cuando conquistó la Andalucía del Guadalquivir -lo de «reconquistar» es una solemne tontería, como ya señalara en el siglo XIX Antonio Machado Núñez, el catedrático creador de la Sociedad Antropológica Sevillana-, como lo atestigua, por ejemplo, que la ampliación del Alcázar sevillano se realizara a imagen y semejanza de la Alhambra, en contraste con la violación infringida a este monumento, en 1526, al ser incrustado en su corazón algo tan incompatible con su estilo y funciones como es el palacio de Carlos V.
Dados los valores (o mejor antivalores) que siguen transmitiendo los actos de la historia inventada de la «Fiesta de la Toma», no es de sorprender que fuera elegida por Vox como marco idóneo para publicitar sus baladronadas. En palabras de su secretario general, que no quiso perderse ese momento orgásmico del ultranacionalismo español, «la reconquista no ha terminado aunque algunos crean que es así: la reconquista de los valores, de las libertades, de la unidad de todos los españoles… Y la reconquista también frente a esa invasión del islamismo radical, de más mezquitas salafistas, de quienes quieren imponer sobre Europa una concepción totalitaria… Esa reconquista continúa, de modo que a todos nos corresponde, españoles y europeos, seguir defendiendo esos valores que hace 528 años fueron defendidos por quienes nos precedieron». Y el señor Ortega (de apellido materno Smith) se quedó tan satisfecho, tras esta parrafada. Porque, según él, Granada -en realidad, unos cientos de personas, muchas de ellas venidas de fuera, entre aplausos y silbidos- «ha respondido, un año más, en nombre de España, frente a quienes quieren romperla, se alían con quienes no creen en nuestra unidad y libertad y pisotean nuestra historia». Ahí queda eso.
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