La cuestión que planteamos es desde luego importante y está muy presente en amplios sectores de la sociedad española. Si escogemos la vía de la reforma para acceder a la República, es decir, un referéndum organizado por el bloque de poder que promovió el golpe militar del 36, sostuvo la Dictadura durante cuatro décadas y mantuvo este régimen postfranquista del 78 hasta nuestros días, entonces, aun ganando la batalla de las urnas —que estaría por ver—, la República venidera sería una república bicolor, una república capitidisminuida.
Cambiaría —que no es poco— la forma de acceder a la jefatura del estado, pero el régimen actual obtendría renovadas fuerzas para sobrevivir algunos años, tal vez varias décadas, ahora legitimado con un cambio de fachada que no supondría una severa corrección al déficit democrático actual, ni acabaría con el franquismo presente en las instituciones del estado, ni tampoco lograría una mejora real en la correlación de fuerzas en favor de los trabajadores y capas populares.
Ello es así porque todo proceso de reforma, como el que decide un referéndum de estas características, sin apertura de un proceso constituyente, dejaría intacto el ordenamiento jurídico básico que regula la vida social, económica y política, y que constituye en esencia la superestructura que sirve los intereses de la clase dominante en el marco de una correlación de fuerzas en continuo movimiento por la confrontación de clases sociales antagónicas.
Esta vía reformista fue la que siguió la transición del 78. Para unos fue un error, para otros una traición. Lo importante, decía Carrillo, es que se legalicen los partidos políticos, se restablezcan las libertades democráticas aunque a cambio tengamos que aceptar la monarquía designada por el dictador —referéndum amañado de 6 de julio de 1947 con la llamada Ley de Sucesión en la Jefatura de Estado y nombramiento por el Dictador, en 22 de julio de 1969, de Juan Carlos como sucesor a título de Rey—.
Aquella reforma dejó intacto el bloque de poder que mantuvo la dictadura y auspició antes el golpe militar del 36 y provocó, además, la renuncia al sindicalismo de clase, asambleario, combativo y socio-político para convertir a Comisiones Obreras en lo que hace ya mucho tiempo es. Se optó entonces por la reforma y se renunció a la ruptura democrática, esto es, a la vía revolucionaria democrática de derrotar a ese bloque de poder y lograr una República tricolor que rompiera con el franquismo nada residual enquistado en el aparato del estado, acabara con la corrupción, restableciera un orden democrático pleno y un cambio real en la correlación de fuerzas en beneficio de la clase obrera y las capas populares.
No queremos desde luego una República bicolor, limitada solo a modificar el modo de elección de la jefatura del estado por muy importante que esto sea. Debemos luchar por una República tricolor que derrote a ese bloque de poder que además es corrupto. Y para lograrlo es precisa la ruptura democrática, es decir, la senda revolucionaria. La característica fundamental de un proceso revolucionario, decía Marx, es que no tiene base jurídica. Es un proceso histórico que destruye la legalidad básica previa e instaura una nueva legalidad revolucionaria por el empuje, la organización y la firmeza de la clase trabajadora y del pueblo en su conjunto. La ruptura democrática no es posible mediante un referéndum sino conlleva unido a él la apertura de un verdadero proceso constituyente.
En este sentido, trabajar en movilizaciones que reclamen la celebración de un referéndum junto a la apertura de un proceso constituyente es útil en cuanto que confronta contra un bloque de poder que estará siempre dispuesto a proteger sus privilegios y su posición dominante en el aparato del estado, negando una consulta de estas características.
Como señala Gustavo Lozano en el texto «El Rey emérito (V). Jaque al Rey» «lo de menos es el debate monarquía sí o monarquía no, puesto que de lo que se trata es de acabar de una vez por todas con la milonga de la Transición y la democracia representativa que nos dejó en herencia el dictador Francisco Franco (recordemos su «atado y bien atado»). Si lo conseguimos, el Rey y la monarquía caerían por su propio peso, porque no es más que el espantajo del sistema, así que no nos confundamos: la elección no debe ser entre Monarquía o República, sino entre pseudodemocracia y democracia.»
En estos momentos es preciso analizar esta cuestión, trabajar por la formación de una amplia alianza política en favor de la ruptura democrática, establecer una hoja de ruta y mucha, mucha organización para lograr todos estos objetivos. Ahora bien, esta alianza política con organizaciones de clase, de carácter popular o con la burguesía, no debe conducirnos a hacer concesiones de principio que aten al movimiento obrero a posiciones o intereses de la burguesía. Como tampoco puede llevarnos a una pérdida de independencia de clase o a la renuncia del legítimo derecho de criticar públicamente las posiciones ideológicas, políticas y tácticas de nuestros aliados.
Por otra parte, como militantes del PCE, no podemos olvidar en ningún momento nuestra obligación estatutaria de cumplir con fidelidad el mandato congresual. En el Documento Político aprobado en el XX Congreso del PCE de diciembre de 2017 podemos leer: «A día de hoy no hay más que dos vías en el Estado Español: Reforma del régimen del 78 (más o menos reaccionaria dependiendo de los acuerdos de las distintas fracciones del Régimen) o ruptura con él, y el PCE debe ser la fuerza de vanguardia de la Ruptura. Frente al pacto de los partidos del régimen y la oligarquía española con el capital transnacional europeo, debemos contraponer un proceso constituyente que no se limite a elaborar una propuesta concreta de Constitución, sino que desde el poder popular y la movilización de la clase trabajadora y las capas populares elabore un proyecto de país que abra el camino de la democratización política, de los derechos y libertades, de la derrota de la oligarquía y la soberanía económica, del reconocimiento de los derechos de los pueblos y la plurinacionalidad del Estado; en definitiva, el camino del socialismo.»
Fuente: https://hojasdebate.es/cultura/republicanismo/republica-se-vota-o-se-proclama/