Nota edición: Durante este mes de febrero se ha conmemorado con numerosos actos en el sur de Francia el 79 aniversario de «La Retirada», el exilio en 1939, tras la caída del frente en Cataluña, de medio millón de refugiados republicanos españoles, la mitad de ellos civiles. Su historia no se limitaría a los campos […]
Nota edición: Durante este mes de febrero se ha conmemorado con numerosos actos en el sur de Francia el 79 aniversario de «La Retirada», el exilio en 1939, tras la caída del frente en Cataluña, de medio millón de refugiados republicanos españoles, la mitad de ellos civiles. Su historia no se limitaría a los campos de concentración, sino que destacaría por su capacidad de organizar, primero, la solidaridad con los más necesitados y, después, la resistencia contra el gobierno colaboracionista de Vichy y la ocupación nazi, en un esfuerzo que terminaría con el intento fallido de establecer una cabeza de puente republicana en el Valle de Arán tras la II Guerra Mundial. Una parte importante de este deber de memoria historica ha recaído en la Federación de hijos e hijas de republicanos españoles y niños del éxodo (FFREEE), con sede en Argelès-sur-mer.
El debate sobre la inclusión del nacimiento de Charles Maurras, político de extrema derecha, en las conmemoraciones nacionales francesas, ha reavivado el eterno cuestionamiento sobre el arte y la necesidad de los homenajes como fenómeno que permite a los ciudadanos beneficiarse de un patrimonio cultural compartido. En este mes de febrero, habría que esperar una amplia conmemoración en Francia (digamos que para el año que viene) de la Retirada, ese exilio masivo de republicanos españoles entre 1937 y 1939. Esto es lo que tendría sentido, en tiempos de histeria con respecto a la llegada de refugiados, para mirar cara a cara estos hechos poco conocidos y que sin embargo estructuran la historia francesa.
La Guerra Civil española fue un torrente de sangre del que, como hoy, muchos trataron de zafarse escogiendo la partida. En 1937 y 1938, alrededor de 70.000 españoles encuentran refugio en Francia. En enero de 1939, son más de 40.000 personas las que van a estamparse contra la frontera, que Francia decide en un primer momento mantener cerrada. Ante las cifras y la tragedia, esta política se vuelve rápidamente insostenible. El Gobierno francés opta, al final de ese mes, por una apertura parcial, admitiendo el paso de 2.000 mujeres, hijos, ancianos y enfermos por día.
En este caos, la prefectura de Perpignan (Pirineos Orientales) trata de estimular el flujo de entrantes: entre el 28 de enero y el 6 de febrero de 1939, son 96.613 mujeres, 32.452 niños y 3.490 ancianos los admitidos para atravesar la frontera. Los refugiados atraviesan todos los pasos de la cordillera pirenaica, con heridos o con sus familias, a menudo armados. Finalmente, son alrededor de 480.000 republicanos los que atraviesan la montaña. Recibidos por los agentes y los tiradores senegaleses, son empujados hasta la arena del litoral francés, donde acaban: 87.000 personas en Argelès-sur-Mer, 80.000 en Saint-Cyprien, hoy pueblos turísticos. Todos recuerdan el mismo sonido: «¡Vamos, vamos!». Comienza la organización estatal. Los refugiados son seleccionados en el campo de Haras, en Perpignan, antes de ser instalados en otro campo. Hoy hay una barriada de viviendas de protección oficial en el lugar del campo olvidado, sin placa ni conmemoración. El jardín de la urbanización se corresponde con la antigua pista de petanca del campo.
Al problema de la llegada masiva de refugiados se suman dos inquietudes. Primero, una gran parte de ellos son combatientes, que aguantaron hasta el derrumbe final del bando antifranquista. Han sido desarmados en la frontera, pero su presencia preocupa a los poderes públicos. Luego, el calificativo general de «republicanos» hace olvidar hoy la importancia de los comunistas y los anarquistas en el «frente republicano». En la prensa conservadora se fustiga, por tanto, al «peligro rojo», que iba a llevar la guerra civil a Francia después de haber aterrorizado España.
Más allá de este miedo, una parte de la opinión pública se opone a la idea de que el país pueda recibir tal afluencia humana mientras crecen las tensiones con Alemania. Cuando, el 26 de agosto de 1939, el Gobierno francés advierte a Alemania de que en caso de intrusión de su ejército en Polonia, Francia entrará en guerra, el consejo municipal de Colliure, situado en la costa de los Pirineos Orientales, adopta por unanimidad la decisión de pedir al prefecto que todos los españoles presentes en la zona sean alojados en «campos de concentración», con excepción de los varones adultos, que deberán ser puestos a disposición de la armada francesa, so pena de provocar la violenta cólera de la población.
¿Campos? Este es, efectivamente, el procedimiento elegido. Hay una base jurídica para ello: el decreto ley del 12 de noviembre de 1938 que permite el reagrupamiento en campos de internamiento de «extranjeros indeseables»(siendo, por tanto, una retención por la pertenencia a un grupo y no motivada por actos personales). Mucho se ha escrito, en los últimos años, sobre estas estructuras que el propio Estado llamaba entonces «campos de concentración». Una obra indispensable acaba de renovar el acercamiento al tema (Campos de extranjeros. El control de los refugiados venidos de España, 1939-1944, de Grégory Tuban, editado por Nouveau Monde), donde se ve la continuidad en el tratamiento de esta población refugiada entre la República francesa y el Vichy ocupado.
En este libro sentimos el hambre, el frío, las condiciones espantosas de los internos. Seguimos a los que, fichados como «extremistas», son relegados a los campos disciplinarios de Le Vernet (Ariège) o de Colliure. «Quebrar a los rojos» se muestra como un objetivo prioritario desde 1939. Se mira sobre todo a los brigadistas internacionales. En 1941, bajo Vichy, la dirección del campo de Vernet vigila a sus detenidos para saber su orientación política. Una maquinaria que solo tiene una obsesión: controlar cuerpos y espíritus, conminados a inmovilizarse para no perturbar el orden público. Se realizan 200.000 fichas en 1939, que el historiador disecciona para hacernos tocar lo que significaba «vigilar y castigar» a estos inmigrantes sospechosos. Aunque oficialmente no tiene lugar ninguna repatriación forzosa hacia España, seguimos a los convoyes del otoño de 1939 que conducen hasta Franco a miles de republicanos, anotando un comisario, sobre el vaciado de un tren en Hendaya, cómo las mujeres gimen, gritan y lloran, «según su costumbre».
Los refugiados dibujan un mapamundi: de España huyeron a Francia o al Magreb. De ahí, a veces hacia América. El movimiento transnacional contribuye luego a las historias nacionales. Así, en Francia, no fue necesario amenazar a nadie para que los españoles decidieran en 1939 continuar combatiendo: 6.000 se presentaron voluntarios para luchar contra el III Reich en las filas de la Armada francesa. Algunos entraron en la Resistencia.
Es, por ejemplo, la historia de Ramón Vila Capdevila, jefe del batallón Libertad, formado por 300 españoles, esencialmente anarquistas, que combatió valerosamente contra las tropas de la Ocupación. Después de la Liberación, Vila Capdevila retomó el combate contra el franquismo y fue abatido en 1963. Grégory Tuban muestra cómo los trabajos forzosos ejecutados por los grupos de trabajadores españoles permiten la constitución de una red de resistentes. Nos dice también que si los refugiados dibujan un espacio, son también un tiempo que enlaza y atraviesa las épocas:«Los refugiados de la Retirada son el hilo rojo que va desde la Francia de los campos y el final de la III República a la Liberación»; es decir, de una democracia que abandona sus valores a una dictadura cuyo aparato represivo proviene en parte de la recuperación y la amplificación del número de instrumentos que le fueron proporcionados.
Han hecho falta 70 años para que el Ayuntamiento de París conmemore la Nueve, la compañía española que abrió la Liberación de la ciudad en 1944. En un momento en el que se discute lo que debe ser celebrado o no en Francia, del sentido que tiene nuestra relación con la historia, sería bueno que miráramos a los ojos a la Retirada. Sin moralismo a posteriori, pero sí para rendir homenaje a los hombres y a las mujeres de ayer y para desconfiar de nuestro presente, su miedo a la otredad, su aversión a las minorías, sus medios racionales de represión.
Nicolas Lebourg es historiador, especialista en radicalismos políticos. Entre sus obras destacan Les Droites extrêmes (Seuil, 2015 – Las Derechas extremas) con Jean-Yves Camus, y Lettres aux Français qui croient que cinq ans d’extrême droite remettraient la France debout (Les Échappés, 2016 – Cartas a los franceses, quienes creyeron que cinco años de extrema derecha pondrían a Francia de nuevo en pie).
Versión española: Clara Morales, infoLibre, socio editorial de Mediapart.