No se salva nada. Todo lo que huele a izquierda se pasa por la trituradora de la revisión-falsedad-integración. Tomo la información de la crónica de Iñigo Aduriz para Público: «Diez años sin historias de la mili» [1]. No tengo fuentes complementarias y supongo, creo suponer bien, que Aduriz es un periodista joven. El mal llamado […]
No se salva nada. Todo lo que huele a izquierda se pasa por la trituradora de la revisión-falsedad-integración.
Tomo la información de la crónica de Iñigo Aduriz para Público: «Diez años sin historias de la mili» [1]. No tengo fuentes complementarias y supongo, creo suponer bien, que Aduriz es un periodista joven.
El mal llamado «servicio militar» dejó de ser obligatorio en España en 2001, el 9 de marzo. El final de la mili, señala el periodista de Público, provocó sus reticencias «entre quienes seguían considerando la mili como la inevitable transición entre la adolescencia y la edad adulta y como un instrumento de reafirmación de la hombría».
Nada o muy poco de eso. En aquel momento, el conjunto de los ciudadanos portadores de esa estúpida, machista, belicista y abonada creencia era prácticamente equipotente al conjunto vacío. Hubo discusión, es cierto, entre quienes apuntaron, casi en minoría de uno, hacia el muy probable lado oscuro de la supresión: el Ejército se llenaría, como así ha sido, de soldados provenientes de sectores desfavorecidos, de las clases trabajadoras no siempre españolas, con escasa o nula conciencia política que serían, en general, mucho más manejables por los mandos en situaciones conflictivas internas.
El Ministerio de Guerra-Defensa, el mismo que ha estado vociferando y apoyando la intervención otánico-militar en Libia, celebró ayer esta efeméride en un acto en Madrid, la capital del reino borbónico, también, desde luego, la ciudad mártir, la ciudad de la resistencia antifascista. La señora ministra Carme Chacón aseguró que el fin de la mili fue «un camino difícil». Añadió que también fue «un camino de éxito» que ha contribuido a que las Fuerzas Armadas sea la institución mejor valorada por los españoles.
Ignoro si esta última aseveración es verdadera (si es así, dice mucho del despiste general en el que estamos inmersos y de la derechización creciente del «cuerpo social» hispánico), pero respecto a la mili, su finalización y los caminos seguidos, hay que señalar que el partido de la señora Chacón hizo todo lo posible, y algo de lo imposible, para poner zancadillas, palos en ruedas pacifistas y obstáculos carcelarios en el camino. No abonó ninguna senda de insumisión ni apoyó la objeción de conciencia; abonó con falsedades innumerables la permanencia en la Alianza Atlántica después de haber sostenido en campaña electoral todo lo contrario; tachó a los jóvenes insumisos, pacifistas y antimilitaristas, que se la jugaban en un juego nada lúdico ni cómodo, de equivocados ciudadanos filocomunistas, malcriados, revolucionarios utópicos y poco patriotas. Durante décadas, para el PSOE, ni que decir tiene, también para el PP, la mili fue intocable y para los luchadores inconformistas, los que realmente consiguieron la supresión, los verdaderos agentes de este cambio, ya estaba el código penal y las porras y gases policiales.
Guerra-Defensa, cuenta Aduriz, invitó «a varias personalidades que intentaron poner una nota de color en la sobriedad del acto». Emilio Butragueño y Cándido Méndez se limitaron a transmitir «buenos recuerdos» de su época en los cuarteles. Los «buenos recuerdos» del primero: no hubiera podido ser futbolista sin la ayuda de un sargento que le daba los permisos para ir a los partidos. Los de Méndez: ejerció de maestro enseñando a leer y a escribir a muchos de sus compañeros.
La barra, la cara dura, es descomunal; el discurso afable con el poder, el jalear los oídos que deben jalearse es el de siempre. El que suscribe, y no es un ejemplo destacado, que hizo la mili sin privilegios universitarios y sin enchufe entre octubre de 1975 y diciembre de 1976 en el curso selectivo de la Academia militar de Zaragoza, tras los tres meses de oscura campamento franquista en una compañía dirigida por un ex capitán legionario, pudo conocer por dentro las normas y prácticas que regían en la institución. No sólo era que un «sí, señor» por un «sí, teniente» conllevara 15 días de calabozo; no era sólo que había que leer a Althusser, Marx, Gorki, Marsé, Rosa o incluso Spinoza, Stegmüller o Popper en la más estricta clandestinidad; no era que se nos concentrara el día anterior de una huelga general convocada por las CC.OO de Marcelino Camacho en noviembre de 1976 dándonos instrucciones de cómo actuar en caso de tener que bajar a poner orden en la ciudad en huelga; era también que lo que se respiraba en dependencias y despachos, salvadas algunas pocas excepciones dignas de recuerdo, era fascismo en estado puro: El Alcázar; Franco, Franco, Franco; España una, grande y libre; corruptelas permitidas; Misas castrenses obligatorias; privilegios injustificados; miedo generalizado. Largo etcétera. ¿Buenos recuerdos? , ¿permisos para ir a los partidos?, ¿enseñar al que no sabía porque no le habían enseñado?
Una polémica se ha generado, según cuentan, por la decisión de Chacón de no invitar al ex ministro de Defensa Federico Trillo, el extremísimo y opusdeísta dirigente del PP que ocupaba la cartera en cuestión en 2001, el responsable político de las barbaridades asociadas a la catástrofe del Yak-42, alguien cuya carrera política incomprensiblemente sigue en pie. ¿Este es el punto de la discordia? , ¿este el nudo de este nuevo desaguisado revisionista, de esta infamia de celebración, de esta estudiada manipulación de nuestra historia reciente, de este nuevo capítulo del «Cuéntame»?
Ingenuamente, algunas personas, el que suscribe esta nota entre ellas, han pensado más de una vez que el revisionismo político-histórico, llamar mal al bien y demócrata o reformista al que era un franquista o un amigo muy cercano a las huestes falangistas y a grupos afines, era una exclusiva político-cultural de la extrema derecha fascista o de la derecha extrema neofranquista [2]. No es así, estábamos equivocados. La falsificación prosigue, está diseñada y, esta vez, no está dirigida por la derecha tradicional.
La pregunta que cabe formularse es: ¿cómo es posible que, una vez más, una joven política de origen obrero, nacida en una ciudad obrera próxima a Barcelona, recientemente unida a un antiguo colaborador de una revista tan esencial como El Viejo Topo, supuestamente enmarcada en la tradición de Juan Negrín y Álvarez del Vayo, reproduzca en sus comentarios, en sus actuaciones políticas, en sus miradas y reflexiones históricas, las falsedades y los tópicos interesados de la derecha española de siempre? ¿Por qué los memes político-culturales de la rancia derecha española, que diría Kate Distin [3], penetran tan profundamente en la mayoría de nuestros dirigentes políticos? ¿Están ya en ellos o van cómodamente hacia ellos? ¿Conoce alguien la respuesta?
Notas:
[1] http://www.publico.es/espana/365440/diez-anos-sin-historias-de-la-mili
[2] Las derechas nacionalistas periféricas tampoco son inocentes desde luego en este vértice. Suelen contar sus cuentos revisionistas sobre la lucha por las libertades nacionales negando o minusvalorando, hasta el vómito de la injusticia, el esfuerzo, el riesgo y la participación de fuerzas y ciudadanos que ni fueron si son nacionalistas pero que arriesgaron mucho más que otros que cantaron, cuando cantaron, en el Palau y en lugares afines.
[3] Véase Kate Distin, El meme egoísta, Biblioteca Buridán-Montesinos, Mataró (Barcelona), 2011, traducción de Josep Sarret i Grau.
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