Recomiendo:
0

La Revolución Francesa en el cine

Fuentes: Diagonal

Al contrario que la Revolución Rusa, la Révolution ha sido entregada casi totalmente a la narrativa liberal.

Llama la atención la escasez de películas sobre la Revolución Francesa. Un tema tan ideológico, con tanta acción y violencia, sorprende que el cine le haya metido tan poca mano. Además, pocos se han atrevido a entrar de lleno en el tema y la mayoría de las películas lo tratan de forma lateral, tanto es así que la película que cubre el tema de forma más directa y amplia fue un encargo para el bicentenario.

La Révolution Française (1989), película en dos partes dirigidas, respectivamente, por Roberto Enrico y Richard T. Heffron, está influida por la corriente revisionista, iniciada por François Furet, que se volvió dominante precisamente en las proximidades del bicentenario y que sigue siéndolo en la actualidad. El rey (cuya interpretación a cargo de Jean-François Belmer es lo mejor de la película) y la reina son víctimas inocentes y sus ejecuciones constituyen los momentos más pretendidamente lacrimógenos. Por supuesto, Robespierre es un neurótico, entre obsesivo e histérico, un fundamentalista o un integrista, por emplear términos más actuales. Saint-Just es aun peor, si cabe: en Robespierre el fanatismo vence sobre un lado humano, razonable incluso; Saint-Just es más robespierista que Robespierre, con el agravante de su juventud. Danton es, cómo no, el justo término medio, el verdadero héroe de la película: revolucionario, patriota, pero moderado, realista; «héroe de los dos mundos», como su rival La Fayette; corrupto como Mirabeau. Todo lo contrario que Robespierre, «el incorruptible», pero precisamente por ello más humano. Por otro lado, el perrito faldero de Danton, Desmoulins, es el bueno sin más. Y si Desmoulins es el bueno, Marat es el Malo; como Saint-Just, pero sin los agravantes o los atenuantes de la juventud y el seguidismo; Marat es directamente un psicópata. Y, aun con todo, La Révolution Française resulta casi neutral en comparación con otras películas.

Con Danton, de Andrzej Wajda (1982), seguimos en el mismo punto de vista ideológico. El guión sigue de cerca, sin decirlo, a La muerte de Danton, de Georg Büchner, y tiene asimismo el mérito de reconocer desde el título quién es el héroe. La actuación es de una exageración que llega a extremos cómicos, como la cena de Danton con Robespierre, que constituyen lo mejor de la película, junto con la fotografía.

Puede decirse que La inglesa y el duque (2001), de Eric Rohmer, es una película «muy bonita», y que el trabajo de los actores es especialmente bueno en el caso de la actriz protagonista. Pero la película representa una de las visiones más reaccionarias y ñoñas sobre el tema, además de directamente tergiversadas, en tanto que se basa en las imaginativas memorias de la cortesana inglesa Grace Elliot, amante de Felipe de Orleans.

Marie Antoinette (2006), de Sofía Coppola, ni siquiera es bonita, es sólo ñoña o, mejor dicho, tan pija y «cool» como su directora. La única idea de la película, la de presentar a María Antonieta como una niña pija neoyorquina (nada nuevo desde Vida sin Zoe…) y hacerlo utilizando elementos actuales, no es mala, pero apenas está desarrollada y sólo está bien llevada en un par (como mucho) de escenas, como la del baile con «Hong Kong Garden» de Siouxie & the Banshees de fondo. En definitiva, la película no es más que una sucesión de vídeos musicales, unos peores que otros, con un final atropellado.

Como película centrada en la reina es sustancialmente mejor, sin que ello constituya apenas un mérito, Adiós a la reina (2012), de Benoît Jacquot, que tiene la ventaja de presentar con mayor profundidad la vida cortesana, dándole un giro: la corte es vista, a la vez desde dentro y desde fuera, a través de la protagonista, una criada en Versalles. Pero la obra exagera el tópico de una corte constituida por una nobleza domesticada por la monarquía absoluta, tópico que tiene su origen en el clásico de Norbert Elías «La vida cortesana» y que ha sido revisado por obras como «Viena y Versalles», de J. Duindam.

Las dos únicas películas que conozco que escapan a la visión dominante son La noche de Varennes (1982), de Ettore Scola, y Marat/Sade (1967), de Peter Brook.

En la road movie La noche de Varennes, el camino entre el Antiguo Régimen y el nuevo es recorrido por una serie de personajes entre los que figuran Cassanova (interpretado por Mastroianni), el escritor Restif de la Brettone y el diputado Thomas Paine, apuntando ya las contradicciones de la burguesía revolucionaria.

No se puede decir que Marat/Sade trate el tema de forma lateral. Pero precisamente el problema que le veo ya a la obra original de Peter Weiss es que, por la pretensión de exponer el tema central de la Révolution, se pierde la riqueza de su contenido. En cualquier caso, el tema escogido es la confrontación entre el «libertarismo» de Sade y el igualitarismo (y aquí me imagino a Weiss añadiendo: «liberticida…») de Marat.

Es hasta cierto punto sorprendente que a estas alturas haya habido tan pocos intentos, y tan tímidos, de tratar la Revolución Francesa desde la izquierda. Al contrario que la Revolución Rusa, que ha sido despreciada por el cine occidental, pero que tiene su Eisenstein, la Révolution ha sido entregada casi totalmente a la narrativa liberal. Quizás sea precisamente que la Revolución Rusa tomó el testigo de la francesa, también en el cine. En este caso se cumpliría una vez más el dicho de que la historia la escriben los vencedores. La Révolution cuenta con una larga y sólida historiografía escrita desde la izquierda, empezando por Jean Jaurès, pasando por Albert Mathiez y Georges Lefebvre, hasta Albert Soboul, Daniel Guérin o Peter Mcphee. Sin embargo, siguen faltando películas en las que los héroes sean Robespierre, Saint-Just, Marat, Hebert o Babeuf, en vez de los reyes, Mirabeau, Danton, Desmoulins o… Napoleon.

Fuente: https://www.diagonalperiodico.net/culturas/23494-la-revolucion-francesa-cine.html