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Emoción y sociabilidad

La risa y la alegría

Fuentes: Rebelión

Una encuesta realizada recientemente en Shanghai, y difundida el dieciocho de diciembre por el diario China Daily, revela que sólo el dos por ciento de los chinos ríen cada día ante personas desconocidas. La risa se reserva para una expresión de júbilo en la intimidad. Por ello un grupo de cuarenta estudiantes de la facultad […]

Una encuesta realizada recientemente en Shanghai, y difundida el dieciocho de diciembre por el diario China Daily, revela que sólo el dos por ciento de los chinos ríen cada día ante personas desconocidas. La risa se reserva para una expresión de júbilo en la intimidad. Por ello un grupo de cuarenta estudiantes de la facultad de Humanidades y Comunicación de la Universidad de Shanghai decidió constituir un equipo que irá por las calles sonriéndole a los transeúntes para provocar su reciprocidad. Esos voluntarios de la alegría consideran que la sonrisa es una manifestación de buena educación y expresa hospitalidad. El grupo proyecta ampliar el reclutamiento de manera que puedan disponer de un numeroso contingente para la Feria Mundial de Shanghai, que se celebrará en 2010.

Aristóteles consideraba que reímos ante seres imperfectos, ante lo deforme o grotesco, porque esa visión nos hace presumir de nuestra superioridad. Freud estimaba que la risa era una manera de liberar energía. Mack Sennet, que hizo reír a toda una generación con sus filmes de la época del cine silente, decía que la risa surge cuando traemos a un primer plano lo que estaba sumergido en lo intuitivo.
La risa moviliza los músculos zigomáticos en torno a la boca. La neurofisiología postula que la risa es el resultado de la segregación de endorfinas por la corteza cerebral. Los bebés no ríen hasta que sus funciones se desarrollan, o sea tras cumplir el cuarto mes de nacidos. Ese flujo se produce en los humanos al realizar una actividad grata como comer o tener relaciones sexuales.
Hay que distinguir entre la carcajada, la risa y la sonrisa. La abierta explosión de júbilo no es igual a la convulsión gozosa que provoca un buen chiste, ni a la discreta sonrisa que es a veces insincera (como las que nos ofrece la azafata al subir a un avión): mera expresión de cortesía o intercambio de cordialidad.
Hay una sonrisa famosa, la del célebre óleo de Leonardo da Vinci conocido como La Gioconda o la Mona Lisa, un retrato de Elisa Gherardini, esposa del Marqués del Giocondo, que el pintor realizó entre 1503 y 1506. El cuadro debe parte de su inmensa fama al robo de que fue objeto en 1911, al ser escamoteado del Museo del Louvre por un delincuente que alegó razones patrióticas para su acción. El inmenso escándalo, la curiosidad mundial que rodeó esa transgresión, le otorgaron a la pieza la categoría de icono cultural. La obra pasó a ser propiedad francesa cuando el rey Francisco 1º invitó a Leonardo, en 1516, a acompañarle en su castillo de Amboise. El pintor se llevó La Gioconda, entre sus cuadros favoritos, a su nueva residencia. Jamás retornó a Italia.
La Mona Lisa recibió otro homenaje armonioso, el de la famosa melodía del cantante norteamericano Nat King Cole, que en 1950 fue el disco más vendido durante ocho semanas y llegó a vender tres millones de copias, recibiendo aquél año el Oscar a la mejor canción en banda sonora de un filme.
En Cuba, un eminente intelectual, Jorge Mañach, escribió un «Elogio del Choteo» en el cual señalaba, como causa de la burla, la necesidad de desacralizar lo innecesariamente pomposo y protocolar. El pueblo descubría los falsos valores y sentía la necesidad de restaurarlos a su auténtica dimensión. La irreverencia era una forma de crítica social y a la vez generadora de humor.
El director de cine Billy Wilder, autor de famosas comedias y diestro en el arte de hacer reír, afirmaba que lo importante era exponer un fragmento de la naturaleza humana. La esencia de su arte, sostenía, era estimular en el espectador el apetito por un batido de frutas y darle, en cambio, un trago de vinagre sin que notara la diferencia.
En 1900 el filósofo francés, Henri Bergson, publicó «La risa, ensayo sobre el significado de lo cómico». Hay, según él, dos maneras de asimilar conocimientos, uno es analítico y conceptual, el otro es intuitivo. La risa se dirige al primero. Bergson trataba de hallar el denominador común entre una mueca de payaso, un equívoco de vodevil y una escena de comedia, estableciendo la esencia de lo cómico.
Bergson, primo del novelista Marcel Proust, no era ajeno a la añeja tradición francesa de manejar bien su idioma y en su opúsculo de ciento cincuenta páginas dejó establecido que la rigidez es rechazada por la sociedad porque denota aislamiento; la risa, por el contrario, es un gesto social.
Lo cómico, para Bergson, es inconsciente y un comediante será tanto más risible en la medida en que se ignore a sí mismo. El principal enemigo de la risa es la emoción, que actúa como un anestésico del corazón; el humor se dirige a la inteligencia pura. Un hombre que corre por la calle, tropieza y cae provoca risa, decía Bergson. Nos reímos del acaecimiento involuntario, del paso de la rigidez de propósitos a la flexibilidad del accidente. Don Quijote parte a batallar con gigantes y sólo encuentra molinos, nos dice Bergson, y en ese absurdo reside la comicidad.
El ser humano siempre ha reído, de la misma manera que ha danzado y ha cantado. La aproximación al prójimo es un impulso natural que se manifiesta cuando compartimos un rato de regocijo, se quiebra el rigor y pasamos rápidamente a la movediza despreocupación.