«La libertad vuela como las cometas. Vuela porque está atada. Usted coja una cometa y láncela, no vuela. Pero átele una cuerda y entonces resistirá al viento y subirá. Cuál es la cuerda de la cometa de la libertad: la igualdad y la fraternidad. Es decir, la libertad responsable frente a los demás». El escritor, […]
«La libertad vuela como las cometas. Vuela porque está atada. Usted coja una cometa y láncela, no vuela. Pero átele una cuerda y entonces resistirá al viento y subirá. Cuál es la cuerda de la cometa de la libertad: la igualdad y la fraternidad. Es decir, la libertad responsable frente a los demás». El escritor, gran humanista y catedrático de Estructura Económica, José Luis Sampedro, fallecido el pasado 8 de abril a los 96 años, era pródigo en reflexiones y sentencias que condensaban su lata sabiduría. La cometa regulada por una cuerda era la libertad con responsabilidad; libertad, igualdad y fraternidad eran su «trinidad favorita»; «el tiempo no es oro, sino vida; si se acaba mi tiempo, se acaba mi vida», decía con sapiencia.
A golpe de vista, José Luis Sampedro trasnsmitía humanidad y cálida emoción, pasión por la vida y por el saber en general, tan lejos de la erudición, por un lado, y también de la hiperespecialización y fragmentación de conocimientos tan en boga. Pero estas cualidades no irradiaban en el vacío. Arraigaban en un fuerte compromiso con las causas justas y la solidaridad con los perdedores en el «final de la historia». Tal vez fueran «Salvem el Cabanyal» (colectivo con años de lucha contra la especulación urbanística y la prolongación de una avenida que implica la destrucción de un barrio tradicional y marinero de Valencia) y el campamento de los trabajadores de Sintel y sus familias, los dos conflictos que más «tocaron la fibra» de José Luis Sampedro, ha recordado Olga Lucas, viuda del escritor, en un acto de homenaje organizado por el Fòrum de Debats de la Universitat de València.
Economista, literato… «Sampedro era muchísimas cosas», evoca Olga Lucas. Reivindicaba asimismo su trabajo como docente. Le preguntaban a menudo, sobre todo los lectores de «La vieja sirena», cómo en una persona «de números» podía anidar tanta sensibilidad. Pero no había realmente una contradicción. Porque Sampedro no entendía la ciencia económica como los expertos del FMI y de la Troika. Al contrario, recuerda Olga Lucas, distinguía entre dos clases de economistas: Los que quieren hacer más ricos a los ricos y los que pretenden hacer menos pobres a los pobres. Bajo esta idea de la economía late un fondo humano que no se encuentra en la frialdad de los números ni de la econometría. Además, tanto en la Economía como en la Literatura se tratan igualmente comportamientos humanos, acotaba Sampedro en el libro «Escribir es vivir».
Si José Luis Sampedro estudió economía fue por necesidad, para ganarse la vida. «Aunque le gustó y acabó por entregarse; también se entregó a la literatura, por la que fue más conocido; se levantaba a las cuatro de la madrugada a escribir, y después se iba a dar clase», apunta Olga Lucas. Es decir, se entregaba a sus dos mitades no antagónicas: la económica (científica) y la literaria. «No sabía hacer las cosas sin entregarse». De hecho, Sampedro decía que nunca abandonó la economía sino que, por el contrario, la economía le abandonó a él. Y menos aún dejó de apasionarse por las letras y el lenguaje, en su caso, muy rico y matizado, pero también con un altísimo grado de depuración que lo hacía verdaderamente accesible para el lector/oyente. Desnudo, sin retórica fútil y sin marear la perdiz. Completaba estas cualidades Sampedro con un gran dominio del castellano, del que conocía palabras y acepciones de manera casi enciclopédica.
Muchos alumnos han pasado a lo largo de los años por el magisterio de José Luis Sampedro en la Universidad. Allí impartía lecciones en calidad de catedrático de Estructura Económica. Uno de sus alumnos, en la década de los 60, fue el actual catedrático de Economía Aplicada y exrector de la Universidad Complutense (2003-2011), Carlos Berzosa. Define al escritor como a «uno de esos economistas que predicaban en el desierto; en los 60 no se sabía muy bien qué era la economía, pero hoy tampoco». Entre los libros de Sampedro, no duda en señalar como sus favoritos «El río que nos lleva» (literario) y «Las fuerzas económicas de nuestro tiempo» (en materia económica). ¿Qué huella le dejaron las lecciones universitarias del escritor y economista? «Era un hombre erudito y con una gran oratoria, que te hacía cuestionar las verdades establecidas en la economía y en la vida cotidiana. Con José Luis Sampedro aprendías deleitándote; y eso que eran unos años en que la Universidad española continuaba sufriendo las depuraciones que empezaron tras la guerra civil», responde Berzosa.
Sampedro obtiene a los 16 años por oposición una plaza de funcionario de aduanas. Más tarde comenzó sus estudios de económicas en Madrid. Ingresó en la Universidad como docente y llegó a convertirse en Catedrático de Estructura Económica por la Universidad Complutense, donde ejercería entre 1955 y 1969. Pronto percibió la insuficiencia de los análisis económicos al uso para construir la teoría económica convencional, recuerda Berzosa. «Él, que había destacado en las matemáticas, las ecuaciones y los gráficos (incluso en la década de los 50 fue uno de los creadores de la Contabilidad Nacional), se orienta hacia la Estructura Económica como ciencia social humana; la que se ocupa de los hombres y de las mujeres, y de sus problemas», agrega el exrector de la Complutense. (En 2009 Sampedro escribió «Economía humanista. Algo más que cifras».
Es ésta una idea de la Ciencia Económica que hoy está perseguida, en medio de la jungla neoliberal. Al contrario de las propuestas de Sampedro, actualmente se considera la economía, según Carlos Berzosa, «una ciencia tecnocrática, que todo lo pretende cuantificar e imitar a la Física; como si fuera una ciencia experimental». Esto no significa que Sampedro negara la relevancia de los factores cuantitativos y econométricos, pero los consideraba insuficientes frente a otros realmente medulares, como las relaciones de clase. Estas teorías, hoy imperantes, «ni han anticipado la crisis ni han dado respuestas a la misma», remata Berzosa. Al margen de la exégesis económica, el exrector de la Complutense recuerda a Sampedro como una persona «que mantuvo la lucidez hasta el final; un hombre sentimental y muy sensible al arte, la amistad y la cultura, que hablaba con los alumnos por los pasillos y hacía caso a la gente por ignorante que fuera».
«Era la persona más generosa y seductora del mundo», pondera la escritora Carme Riera, amiga personal de José Luis Sampedro y Olga Lucas, que conoció al escritor gracias a su agente literaria, Carmen Balcells. Riera recuerda alguna charla del humanista ante alumnos de COU, a los que dejaba en silencio con sus palabras, mientras inundaba la sala un ambiente eléctrico. La faceta literaria de José Luis Sampedro es vasta y honda como su pensamiento. Empieza con un diario en el Colegio del Sagrado Corazón, donde estudiaba en Tánger. Publica la revista «Uno» (la hace él solo) y arranca con un artículo sobre Montaigne. Poesía, artículos literarios, teatro, cuentos, novela…
Carme Riera integra las novelas de Sampedro en el campo de la «literatura didáctica» (siguiendo el camino de Cervantes y Galdós), y en el que los autores transmiten al lector su mundo singular. «También era un feminista, como Felipe Trigo». De hecho, «los personajes femeninos de Sampedro tienen gran fuerza»; es más, «defendía la parte femenina de su persona y la reivindicaba para el género masculino; le interesaban mucho las mujeres», apunta Riera. «La Vieja Sirena» es una de las obras que mejor refleja esta preferencia. En este libro, en «La sonrisa etrusca» y en el conjunto de su obra, Sampedro «demuestra una enorme capacidad de amor y de ternura», sentencia la escritora balear.
Si algunos libros interesan por el contenido (lo que dicen) y otros por cómo lo dicen (la forma), «Sampedro elegiría seguramente los primeros, pero al mismo tiempo tiene textos de gran calidad poética», afirma Carme Riera. Decía además el economista y escritor que la novela era «una carta de amor, un mensaje de náufrago», y consideraba las palabras «como ancla (a la realidad) y como ala (soñar e imaginar un mundo más justo)». Su uso de la lengua, según Riera, era «de una precisión extraordinaria; con la palabra exacta (y una gran capacidad para condensar pensamientos en frases), un vocabulario riquísimo y algo tan difícil en literatura como escoger el adjetivo acertado». Siempre lo más connotativo y sugerente posible. «Al fin y al cabo, eso es la literatura», remata la escritora, recientemente ingresada en la Real Academia Española. A Sampedro le movió siempre, además, una gran curiosidad e interés por todo. También un acusado sentido del humor e inclinación por la ironía, incluso en los asuntos más graves. Otro botón de sabiduría.
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