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La salida de la crisis y la vuelta a la tortilla

Fuentes: Rebelión

Recuerdo que muy a finales de los años setenta o a principios de los ochenta aparecieron en la avenida de la Albufera -arteria principal de Vallecas, la pequeña Rusia decían algunos- unos carteles de la CNT, con un texto sobre fondo rojo y negro, que me cautivó: «ellos necesitan sindicatos, nosotros no». Por eso y […]

Recuerdo que muy a finales de los años setenta o a principios de los ochenta aparecieron en la avenida de la Albufera -arteria principal de Vallecas, la pequeña Rusia decían algunos- unos carteles de la CNT, con un texto sobre fondo rojo y negro, que me cautivó: «ellos necesitan sindicatos, nosotros no».

Por eso y porque supuse que no durarían mucho tiempo pegados en las paredes del barrio, me llevé uno a mi casa para guardarlo en el armario en el que atesoraba otros, cintas de música con el «Grândola, Vila Morena», canciones de Víctor Jara, discursos del Che y Castro, octavillas variadas, algunas fotos y pegatinas. Como suele decirse, algunos éramos inocentes -o cobardicas-, ni un cóctel molotov, ni unas bolas de acero, ni un mísero tirachinas, nada de nada.

Aún echo de menos mi cartel. No consigo recordar si fue uno más de los muchos papeles que quemé con mi amigo Chemi en su casa, en el cuarto de baño, la noche del 23-F (también ardió la cortina de la ducha mientras su madre gritaba «¡que me quemáis la casa!») o si algún otro prendado del cartel me lo levantó con cualquier excusa.

El texto iba acompañado de dos rostros de payasos de circo. En estos días, más de 30 años después, el cartel me vuelve a la cabeza en cuanto escucho una opinión que pone en duda la legitimidad de los escraches, una propuesta de un fondo de emergencia de mil millones para atajar la pobreza, otra promesa sobre una comisión de investigación sobre tal o cual corrupción política, el cansino recordatorio (en realidad una amenaza a los disidentes) sobre la mayoría electoral… son tantas las burlas y tan conocidas que no merece la pena reproducirlas aquí.

Al mismo tiempo duele y encabrona conocer que cada día se producen despidos, EREs, desahucios, recortes, emigraciones, protestas ciudadanas y manifestaciones que encuentran la misma respuesta del poder: el gobierno ordena frenar estas acciones con identificaciones, insultos y detenciones, mientras que aumenta su política casi fascista en lo político, ultracapitalista en lo económico, represiva en lo social y neoimperialista en las relaciones exteriores.

No hay imagen más lastimosa que la de grupos de trabajadores de medianas y grandes empresas, de médicos, de funcionarios, de profesores… por nutridos que sean, manifestándose a la puerta de su lugar de trabajo un día sí y otro también, así como la de centenares de mineros y agricultores marchando a pie por la carretera, de miles de estudiantes corriendo delante de los antidisturbios en la ciudad, de desahuciados resistiendo empujones de la policía.

Lastimosa porque son acciones sectoriales y desconectadas entre sí. No se aprecia -salvo que esté equivocado- el progreso de un movimiento sindical, político y asociativo unitario que avance decidido por el camino de poner fin pronto a esa situación.

Esto sí que es una crisis antológica: la de una izquierda que es incapaz de dar una respuesta acorde a la estafa que lleva a cabo la derecha, cuyas dos únicas preocupaciones -apoyo político y paz ciudadana- se las encomienda a la troika y a los cuerpos represivos.

Ha vuelto el señorito andaluz de la España más negra reconvertido en una minoría que abusa sin piedad del resto. en ésta destacan los peores vicios del españolismo: corrupción, latrocinio, felonía, mentira, cobardía, chulería, necedad, avaricia, soberbia…

Son ex tesoreros de partidos políticos, presidentes autonómicos castizos con áticos de super lujo, empresarios de la guerra y el timo reconvertidos en ministros de defensa y economía, diputadas deslenguadas, grandes empresarios defraudadores, evasores y tramposos, prelados que sólo se interesan por el cumplimiento (por parte de los demás) del segundo y sexto mandamientos y descuidan los demás, ex neoliberales falazmente arrepentidos que proponen un cambio de nombre en su partido como la medida más eficaz para salir de la crisis. La habitual corte de intelectuales y periodistas arrastrados, por su parte, vive de estar al quite con todos ellos.

El caso es que los rostros de los payasos de hoy y sus propuestas de salida de la crisis (para ellos y sus amigos) dicen a las claras que es inútil un diálogo con la mayoría que se conoce últimamente como indignada y que en tiempos (no se si mejores, pero más claros) se llamaba explotada y oprimida.

La respuesta a la agresión no puede seguir como hasta hora. Es urgente un movimiento general unificado por parte de la mayoría perjudicada, que plantee un programa político y unas acciones consecuentes que no dejen lugar a dudas sobre sus objetivos.

Cuesta creer que no esté ya en funcionamiento ante el grave deterioro de la democracia que sufre este país. En pocos días y por medio del boca a boca, la Plataforma de Afectados por la Hipoteca ha reunido un millón y medio de firmas contra los desahucios. Este impresionante apoyo popular es una prueba de cómo está de mal la situación y a la vez del deseo de la gente de actuaciones que recuperen la democracia política, económica y social.

No hay otra calificación para lo que sucede: el país se desangra en estos tres ámbitos.

¿Qué impide que arraigadas fuerzas sindicales, políticas y sociales organicen ese movimiento unitario? Que están invadidas por el marasmo y el acomodo. Por otro lado, una parte de las clases trabajadoras y medias comparte el marasmo y añade sus propios miedos; pero ¿y los activistas de base, líderes y otras personas que ven con claridad dónde está la salida de esa situación?

El programa político es antiguo y sencillo: «vuelta a la tortilla» o «ajuste de cuentas». Si el PP y el PSOE han tenido la osadía de cambiar artículos de la Constitución sin un mandato popular y en contra del deseo y los intereses de la gente, ¿qué no podrá conseguir la mayoría?

Lo que cuenta es que el pueblo soberano es quien decide la legalidad en democracia (y es de justicia y sentido común), los detalles programáticos son irrelevantes. Si hoy es legal desahuciar, basta con que mañana deje de serlo: el banco se pone a la cola de los afectados por la hipoteca hasta que el dueño del piso -que permanece en éste- disponga de un trabajo y pueda pagar lo que debe; si se propone un ERE en una empresa, el empresariado y el accionariado responden con sus recursos antes de que los trabajadores lo tengan que hacer con sus puestos de trabajo; si falta dinero para las pensiones, escuelas y hospitales, se saca del ejército, de las SICAV, los fondos de inversión, la casa real, etc.; si una persona usa una tarjeta de crédito que no es suya para dar de comer a sus hijos, pasa automáticamente a percibir una renta mínima de inserción hasta que ocupe un puesto de trabajo o se forme para uno; paralelamente, si otra tiene millones de euros en Suiza sin justificar, queda automáticamente a disposición del juez hasta que los justifique; si hay que pagar impuestos para salir de la crisis, que no salga del IVA de los productos básicos, sino en primer lugar de las grandes fortunas y luego de forma descendente hasta el último contribuyente…

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.