Las llamadas catástrofes «naturales» provocaron el año pasado 250.000 muertos, 146 millones de damnificados y unas pérdidas de entre 120.000 y 175.000 millones de dólares. Así lo indica el Informe Mundial sobre Desastres de 2004, elaborado por la Federación de la Cruz Roja y la Media Luna Roja. Mientras el lenguaje cambie de nombre a […]
Las llamadas catástrofes «naturales» provocaron el año pasado 250.000 muertos, 146 millones de damnificados y unas pérdidas de entre 120.000 y 175.000 millones de dólares. Así lo indica el Informe Mundial sobre Desastres de 2004, elaborado por la Federación de la Cruz Roja y la Media Luna Roja.
Mientras el lenguaje cambie de nombre a las cosas, seguiremos eludiendo las causas de los problemas y las víctimas seguirán siendo una estadística alarmante. Desde que planteamos como «naturales» todas las catástrofes que nos muestran los medios de comunicación, nos desentendemos de nuestra responsabilidad de buscar las causas y las soluciones al problema.
En un artículo titulado La Tierra contra el hombre, el periódico español ABC plantea argumentos a favor y en contra de que el hombre esté detrás del cambio climático reciente. «Doctores tiene la Iglesia, y opiniones hay para todos los gustos», dice en una de sus frases. Como si el daño que le estamos haciendo a nuestro planeta fuera una cuestión de gusto y de opinión.
«Es, en definitiva, una lucha desigual: la Tierra contra el hombre». Claro que es desigual, el hombre es más mortífero. Si nos alarma el número de muertos a causa de las catástrofes, ¿por qué no nos indignan las pérdidas que hemos provocado en aras del progreso? Hemos deforestado 30 millones de hectáreas amazónicas en los últimos 15 años, desaparecido millones de especies, dejado yermas millones de hectáreas en el planeta, provocado el deshielo de los polos y los glaciares, amenazando los recursos naturales de agua con las que siempre hemos contado.
El problema planteado como una lucha entre el planeta y el hombre es una proposición falsa. La Tierra existe mucho antes que la especie humana y, desde que el hombre surgió como especie, ha pertenecido a ella. Conviene estudiar a tantas culturas norteamericanas y africanas que vivían en armonía con su entorno natural antes de la llegada del hombre blanco.
El ex presidente mexicano Luis Echeverría ignoró las crónicas del explorador Bernal Díaz del Castillo que, en el siglo XVI, contaba la necesidad de entrar en las profundidades de la selva para encontrar a los mayas de la Península de Yucatán. No es casualidad que los mayas sólo practicaran la pesca de agua dulce. Aún así, Echeverría atrajo a la costa, muy dañada por el Wilma y derruida por el huracán Gilberto en 1988, a miles de agricultores de otras zonas para desarrollar un complejo turístico de lujo llamado Cancún. ¿A quién pertenecían las casas de palma y de madera destruidas que hemos visto en los medios de comunicación?
Algunos científicos hablan de ciclos naturales del planeta. Pero si las causas del cataclismo son naturales, la acción del hombre lo agudiza. Kerry Emanuel, científico y catedrático de la universidad americana MIT concluye que la mayor intensidad y la más larga duración de los huracanes se debe a los aumentos de temperatura en la Tierra. La gruesa capa de nuestro CO2 deja pasar la luz del sol pero no deja subir el calor producido.
La procedencia de los estudios que desvinculan la acción del hombre de las causas de los desastres ha sido dudosa. Pocos medios informaron que Philip Cooney, abogado de la Casa Blanca, manipuló un informe científico sobre los peligros del calentamiento de la Tierra. Según Greenpeace, antes de alterar el informe, Cooney habló con el Competitive Enterprise Institute, financiado por la petrolera Exxon.
Eduardo Lolumo, geógrafo de la Universidad de Zaragoza, dice que hasta hoy ningún estudio demuestra que la Tierra esté protestando por nuestro maltrato. Es como decir que no golpeamos a nuestro vecino para evitar que nos dé una bofetada. Aunque el CO2 no fuera la causa de los desastres, no tenemos derecho a matar a las demás especies con nuestra depredación de bosques y nuestro vertido de tóxicos en ríos, mares y lagos. Ni a engañar a los pueblos diciéndoles que van a «desarrollarse» si talan sus bosques para construir carreteras, para cultivar los productos que llenan nuestras alacenas y obtener la madera que amuebla nuestras casas.
¿Hasta cuándo aprenderemos a vivir con la Tierra? Contra ella no podremos porque nuestro daño viene de vuelta como un boomerang. No por venganza, sino por leyes de la física. Edipo se sacó los ojos para no ver el daño que había hecho a pesar de las advertencias de su destino. Aún estamos a tiempo de cambiar el nuestro para salvar a muchas especies, incluida la humana.
* Periodista
http://www.ucm.es/info/solidarios/ccs/articulos/ecologia/la_tierra_con_el_hombre.htm