El pasado sábado desapareció el PA y ello está siendo ocasión para que muchos supuestos «expertos» afirmen que ello demuestra la imposibilidad del nacionalismo en Andalucía. Al parecer, los andaluces tendríamos una especie de anticuerpo o de gen en nuestro ADN que nos haría refractarios ante un andalucismo que fuera más allá de nuestro gusto […]
El pasado sábado desapareció el PA y ello está siendo ocasión para que muchos supuestos «expertos» afirmen que ello demuestra la imposibilidad del nacionalismo en Andalucía. Al parecer, los andaluces tendríamos una especie de anticuerpo o de gen en nuestro ADN que nos haría refractarios ante un andalucismo que fuera más allá de nuestro gusto por el flamenco, las papas aliñás o el sentimiento de haber nacido en la tierra más bella del mundo. La afirmación parte, en casi todos los casos, de varias confusiones. Se confunde una determinada organización con el espacio entero del andalucismo político. Se hace equivaler, sin más, el ámbito de lo político y el ámbito electoral. No se analizan los factores catalizadores y los factores de bloqueo que condicionan, en cualquier lugar y época, el paso desde el sentimiento de identidad cultural a la conciencia de identidad política, ni cómo han actuado dichos factores desde el final de la Dictadura hasta hoy en el caso concreto andaluz.
Los orígenes del extinto PA se remontan a hace ahora cincuenta años con la constitución de un grupo de «Compromiso Político SA» formado por varios inquietos profesionales contrarios al régimen franquista, que pasó luego a ser ASA (Alianza Socialista de Andalucía), incorporada a la «oposición democrática» y sus plataformas, para convertirse tras la muerte del dictador en PSA (Partido Socialista de Andalucía) y luego en PA (Partido Andalucista). Aunque algunos no lo sepan, no fue hasta años después de sus primeros tiempos cuando algunos de los componentes del proyecto, muy indefinido ideológicamente, conocieron la existencia de Blas Infante y del andalucismo histórico. Estoy seguro que sus dirigentes más conocidos apenas leyeron a don Blas, con la excepción de quienes serían sus ideólogos: José Aumente, que teorizó la aplicación del marxismo a la realidad andaluza, y José María de los Santos, con sus planteamientos sobre el «socialismo indígena» andaluz. La influencia de ambos fue sólo relativa en el interior del PSA y, de hecho, serían convertidos en irrelevantes en el PA a partir de 1982.
En los años de la transición política, el PSA-PA tuvo un papel protagonista en la activación del sentimiento andaluz y de la conciencia de pueblo, a pesar de mantenerse en la indefinición ideológico-política: de si se trataba de un partido regionalista o nacionalista (la diferencia entre ambos conceptos no es de grado sino cualitativa) y de si planteaba un proyecto socialdemócrata que, por diversas causas, no había encajado dentro del PSOE como sí lo hicieron otros partidos regionalistas de su mismo corte, o si aspiraba a objetivos de transformación económica y social más profundos.
Sin la existencia del PSA, los partidos estatales no hubieran agregado a sus sucursales la A de Andalucía, ni hubieran utilizado la bandera verde, blanca y verde, ni aceptado -tácticamente en casi todos los casos- a Blas Infante como «padre de la patria andaluza». Difícilmente se hubiera producido la aceleración histórica que tuvo lugar entre los años 76 y 80, con los acontecimientos señeros del 4 de Diciembre del 77 en las calles y el 28 de Febrero del 80 en el referéndum sobre la iniciativa autonómica. El PSA funcionó de catalizador en el sentido literal del término, que proviene de la química: un catalizador es un agente necesario para que se produzca una reacción entre dos sustancias pero que, en sí mismo, no tiene sustancia activa. La definición cuadra perfectamente al PSA-PA de la segunda mitad de los años setenta. Por eso no supo aprovechar el fuerte respaldo electoral de las generales y municipales del año 79, en que consiguió cinco diputados en el Congreso, dos en el Parlament de Catalunya y un buen número de alcaldías y concejalías. Como apenas tenía sustancia política (un proyecto medianamente definido) cayó de inmediato en el oportunismo electoralista y en la consideración de la política como simple partida de ajedrez, dilapidando rápidamente el capital político que le habían otorgado cientos de miles de andaluces. Fueron muchos y muy graves los «errores» cometidos en muy poco tiempo, en especial el cambalache por el que rehusó a las alcaldías de Granada y Huelva a cambio de que el PSOE le cediera la de Sevilla, la escasa implicación en el desencadenamiento y campaña del referéndum de inciativa autonómica -fueron los ayuntamientos de Los Corrales y Puerto Real, en el ámbito del PTA, los que abrieron el proceso y el PSOE, a través de Rafael Escuredo, junto con la figura de Manuel Clavero, tras dimitir de ministro, los que se hicieron más visibles en la campaña- y el posterior apoyo a la UCD de un Suárez, que con tanto ahínco y malas artes había pedido la abstención en el 28-F.
El tremendo fracaso electoral de 1982, tanto en el parlamento andaluz (consiguió sólo tres diputados) como en el central, reflejó la decepción que el partido había producido entre la mayoría de sus anteriores votantes. Y reflejó también -es necesario ser justos- la fuerza política y mediática de un PSOE que se aprestaba a convertir la autonomía andaluza en un Régimen casi monopartidista tiñéndose eventualmente, para ello, de verde y blanco, vampirizando los símbolos identitarios de Andalucía, asumiendo en un congreso en Granada el «nacionalismo de clase» y utilizando el arrastre popular que llegó a tener Rafael Escuredo para laminar al PSA-PA, que era el principal obstáculo para dicha operación.
Carente de bases político-ideológicas firmes e insistiendo en considerar la política como simple confrontación electoral para la ocupación de cargos en las instituciones, sin saber casi nunca para qué estar en ellas, los últimos treinta y tres años de ese partido han sido una sucesión de disputas internas por el poder dentro de la organización, de pendulazos políticos que le llevaron desde posiciones claramente derechistas a verbalismos izquierdistas, y, sobre todo, de oportunismo electoralista al brindarse a apoyar al mejor postor tanto en los ayuntamientos (en Sevilla, por ejemplo, cogobernó primero con el PP para hacerlo inmediatamente después con el PSOE) como en la propia Junta de Andalucía, en la que actuó como muleta para el apuntalamiento del Régimen a cambio de dos consejerías, en lo que constituyó su suicidio final. Porque el PA no murió el 12 de septiembre de 2015 sino cuando vendió su propia razón de existencia a su principal enemigo político por unos cuantos cargos institucionales que, más allá de la gestión específica que desempeñaran, en nada se dedicaron a hacer andalucismo.
En la última década, daba ya igual lo que dijera o dejara de decir el PA. La cuestión es que ese partido había dejado de ser relevante, e incluso digno de ser escuchado, para la gran mayoría de los andaluces. De ahí que no fuera valorada su posición contraria al Estatuto que los demás partidos impusieron en 2007: fue quizá la única vez que, en un tema importante, ese partido adoptó una posición consecuentemente nacionalista (lo que, significativamente, fue calificado como un error por su último secretario general, en su discurso en el congreso de disolución). Pero ya entonces daba igual: el instrumento había sido arrojado al baúl de los recuerdos o incluso borrado del recuerdo.
A todo lo anterior habría que añadir un hecho fundamental: el PA nunca se involucró en movimientos sociales, nunca participó en luchas reivindicativas: ni de los jornaleros agrícolas, ni de los enseñantes, ni en las marchas contra las bases americanas, ni… Su reduccionismo de la política a la confrontación electoral y a la gestión en las instituciones lo apartó del pueblo andaluz y de los sectores realmente nacionalistas de este, y su errática y oportunista trayectoria terminó por hacerlo irrelevante. ¿Los municipios en los que gobernaron son hoy más andalucistas que otros en los que nunca lo hicieron? Todo ello, a pesar de que en sus filas, hasta el último momento, si ha habido andalucistas de corazón y, algunos, también de conciencia (como ha habido siempre oportunistas que encontraron en ese partido la posibilidad de ser concejales o alcaldes sin saber siquiera qué cosa pudiera ser el andalucismo).
Desde hace décadas, la existencia del PA era un factor negativo para la posible existencia de un movimiento político organizado que tenga como objetivo la conquista de los instrumentos de autogobierno necesarios para luchar con eficacia contra la dependencia económica de Andalucía (contra el mantenimiento de su situación semicolonial traducida en la acentuación del extractivismo sin valor añadido), contra las inaceptables desigualdades internas y la falta de convergencia con el avance de otros pueblos del Estado español, contra la subalternidad política (a pesar de que somos, jurídicamente, una nacionalidad histórica y una autonomía de primera división) y contra la degradación cultural (a la que ha contribuido sobremanera ese Canal Sur TV, totalmente controlado por el Régimen, que constituye una vergüenza y un motor de alienación).
Al desaparecer el PA, no pocos andaluces se preguntan si en Andalucía es o no posible una nueva activación del andalucismo político. Desde mi análisis, habría que contestar afirmativamente pero siempre que se dieran determinados requisitos: fundir lucha nacional con luchas sociales y presencia institucional con presencia en la calle y los espacios laborales y de convivencia, cimentarse sobre un municipalismo no localista para (re)construir Andalucía de abajo arriba (Blas Infante se refería a Andalucía como «anfictionado de pueblos»), emprender una plan pedagógico permanente sobre los componentes históricos, culturales y políticos de nuestra identidad como pueblo-nación y activar los valores y expresiones de nuestra cultura.
Estas premisas y características jamás van a ser aceptadas por quienes están cómodamente instalados en la globalización neoliberal y en el Régimen político construido en el Estado español y en Andalucía desde finales de los años setenta, cuando tuvo lugar la Segunda Restauración Borbónica. Por ello no cabe otra posibilidad de nacionalismo andaluz que un nacionalismo popular, riguroso en sus ideas y planteamientos, fuertemente comprometido con los problemas de la gente y no populista ni estrechamente electoralista. Un nacionalismo que habría de traducirse en una organización plural, aunque no ambigua ideológicamente, y en un tipo de funcionamiento distinto al que es propio de los partidos tradicionales: donde se potencien las vías de participación y el confederalismo interno y ello refleje las aspiraciones sobre cómo debería funcionar, en el plano político, la sociedad andaluza. Un andalucismo político con este perfil pienso que no sólo es necesario sino posible. Por eso no hay que descartar la posibilidad de que, más pronto que tarde, se produzcan maniobras oportunistas o teledirigidas, impulsadas o apoyadas desde el Régimen y sus aparatos mediáticos, para hacer ver que el espacio que ha dejado libre el extinto PA queda, aparentemente, ocupado. Habrá que estar atentos a estas maniobras que intentarán impedir, o al menos dificultar, la maduración de las condiciones en las que se ha de ir construyendo un potente andalucismo político de nuevo tipo.
Isidoro Moreno. Catedrático Emérito de Antropología. Miembro de Asamblea de Andalucía
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