La Fundación del Español Urgente (Fundéu) realiza anualmente un certamen para elegir la palabra del año. En 2017 una de las palabras finalistas fue «uberización» pero la vencedora entonces fue «aporofobia». Las palabras que elegimos no son inocentes y el modo en que las escuchamos en los medios de comunicación y según en qué contextos, […]
La Fundación del Español Urgente (Fundéu) realiza anualmente un certamen para elegir la palabra del año. En 2017 una de las palabras finalistas fue «uberización» pero la vencedora entonces fue «aporofobia». Las palabras que elegimos no son inocentes y el modo en que las escuchamos en los medios de comunicación y según en qué contextos, menos todavía. De tal forma que el concepto de uberización de la economía se nos quiere presentar como una suerte de discurso que ofrece oro por cuentas de vidrio dando a entender que la innovación tiene como resultado inevitable la uberización.
Esto es solo la punta de un iceberg de eufemismos que no permite ver lo que realmente subyace: un nuevo modelo económico basado en la precariedad como forma de vida y en la elusión fiscal como mecanismo de saqueo. Llaman economía colaborativa a arrebatar los derechos más básicos a la gente y llaman innovación tecnológica a estrategias planificadas para la constitución de monopolios en sectores económicos estratégicos, con especial afectación a los servicios públicos.
El proceso de uberización de la economía tiene un componente de ingeniería económica, social y política de determinadas fracciones del capital financiero que se considera por encima de cualquier soberanía o jurisdicción. En primer lugar, la uberización tiene como elemento definitorio la elusión fiscal con matriz en paraísos fiscales. La elusión facilita la desvinculación de estas corporaciones de la sociedad donde realiza su actividad económica y, por lo tanto, de la obligación de contribuir al bienestar de la población por medio de servicios públicos pagados con una política impositiva progresiva, propia de los estados democráticos. Un modelo de capitalismo financiero depredador y extractivo para los que la justicia fiscal es percibida como un adversario a batir. Uber hizo famoso el «Sandwich holandés» puente con las Islas Bermudas, Cabify situó su matriz en Delaware bajo la excusa de que era la única fórmula que le permitía captar capital, dos ejemplos entre muchos.
En segundo lugar la precariedad como forma de vida, se despliega en el ámbito de la producción y la reproducción. Si compramos los cristales de colores estamos perdidos. Nos enfrentamos a un modelo económico que pretende perpetuar y profundizar la precariedad como forma de vida de las mayorías sociales. La precariedad como sinónimo de incertidumbre, de inseguridad vital frente al miedo que provoca una sociedad regida por la ley del más fuerte. En un mundo laboral que muta, donde ya no te despiden sino que te desconectan, donde la supuesta flexibilidad se concreta en estar a disposición de la empresa just in time, eres libre de no hacerlo, la empresa es libre de no darte trabajo si no te sometes a su disciplina mediante evaluaciones basadas en un control digital basado en un algoritmo que es secreto.
Los procesos de uberización establecen como objetivo el control del territorio como un elemento central, intentando generar políticas de monopolio en sectores estratégicos: el transporte es un sector estratégico al igual que la logística. En la vivienda, los fondos buitre jugarán un papel protagonista.
El nuevo modelo de fondos buitre hace de palanca para garantizar el aumento desorbitado de los precios del alquiler que es un elemento clave para poder vivir y fundamental en la existencia de las personas. Los buitres encontraron el terreno abonado en las relaciones contractuales precarias. Los fondos están cartelizando el mercado inmobiliario con la adquisición a precio de saldo de las viviendas resultado del rescate bancario y los recortes. Las SOCIMI fueron creadas como sociedades de inversión inmobiliaria para los grandes inversores financieros con un atractivo fundamental: pagan un impuesto de sociedades del cero por ciento.
En tercer lugar, la uberización ataca a la soberanía popular y al principio de legalidad. Ataca la normativa laboral, sindical, fiscal, y de consumidores. Se trata de un modelo económico que no se realiza respetando la legalidad si no con el objetivo de superarla por la vía de los hechos.
La utilización del concepto de uberización tiene relación con ese modelo que pretendía imponer ‘uber pop’. Un particular sin dar de alta en la seguridad social realiza un servicio bajo la dirección operativa de la empresa multinacional que oferta el servicio, lo contrata imponiendo sus condiciones y ocultando el mecanismo de establecimiento de precios y desvinculándose de la responsabilidad sobre la prestación del servicio y recibiendo la cuantía de la totalidad del servicio en su sucursal en Holanda. Es decir, sin pagar impuestos, sin responsabilidad laboral, sin responsabilidad en materia de consumidores
No pensemos que la industria o el campo van a estar excluidos de este modelo económico y que está solo pensado para los jóvenes que reparten en bicicleta, estaríamos muy equivocados. Ese modelo de relaciones laborales basado en el contrato de cero horas que está en el Reino Unido es punta de lanza del mismo modelo económico.
¿Cuándo nos va a tocar? ¿Cuándo vamos a tener una app en el móvil que nos diga cuando tendremos que ir a currar a la subcontrata de turno en la empresa de turno? Eso ya existe. No es una novedad. La Organización agraria COAG denunciaba en un reciente informe la uberización del campo y mostraba su preocupación por lo que definen «un cambio de paradigma en el modelo productivo en el que los grandes inversores, en muchas ocasiones con capital ajeno al agrario que busca solo rendimientos económicos (…) ganan terreno en detrimento de los agricultores y agricultoras tradicionales». No hay ningún sector económico que este a salvo porque asistimos a la imposición de un nuevo modelo económico que reduce la soberanía a un concepto identitario y supeditado al poder económico de las corporaciones transnacionales.
No hay piedra filosofal que nos haga encontrar una solución a este proceso, sino que precisamente de lo que se trata es de implementar dinámicas complejas que sean capaces de aunar fórmulas clásicas de lucha del movimiento obrero, con nuevas fórmulas de lucha capaces de adaptarse a este proceso de externalización de la producción y los servicios que desvincula del centro de trabajo a la gente y que cambia el centro de trabajo por el conjunto del territorio.
La lucha popular por el territorio puede establecer nexos de conexión entre la esfera de la producción (precariedad laboral), con la esfera de reproducción de la vida (servicios públicos, vivienda, casas de apuestas, etc). Al mismo tiempo debemos entenderlo en el marco de la defensa de las mínimas conquistas democráticas que han ido desarrollando los pueblos durante los últimos 200 años. Se trata de defender la capacidad de los pueblos de autogobernarse bajo el principio de la soberanía popular y de imponer ley y jurisdicción para las actividades que se despliegan en su territorio (sistema fiscal bajo principios de progresividad, caja de la seguridad social, legislación laboral, legislación de protección de los consumidores, protección ambiental o la seguridad vial, entre otros.
Del mismo modo que hay que reconocer el derecho a la libertad sindical de la gente trabajadora como un elemento central de construcción democrática, es necesario poner encima de la mesa el derecho que tiene la población para establecer relaciones de negociación colectiva con aquellos que son responsables del acceso a necesidades vitales como puede ser la vivienda. Ese mismo planteamiento que se está haciendo en la lucha por otro elemento esencial para la vida como es la relación que mantienen los inquilinos.
Para terminar, hay una lógica fundamental que es necesario articular para responder a la uberización que es, en resumidas cuentas, la imposición del darwinismo social de la individualización, la del «yo no necesito a nadie para resolver el futuro». Pues la lógica inversa; la de la fraternidad y la sororidad popular como herramientas de construcción política para una nueva institucionalidad que nos permita hacer frente a esos grandes monopolios y entender que, o salimos juntas por medio de procesos colectivos, o nos van a pasar por encima. Entendiendo, además, que esto es una batalla en el ámbito de lo económico, lo social, lo político y lo cultural. Hay quien dice que la ultraderecha va a intentar penetrar en los sectores populares por medio de políticas sociales. No estoy de acuerdo. Va a intentar imponer la cultura de las élites en los sectores populares, a plantear que por qué un trabajador no puede trabajar por debajo del salario mínimo, va a intentar plantear que por qué los trabajadores no pueden renunciar individualmente a sus derechos. Eso es de lo que estamos hablando, de la recuperación de un modelo que es autoritario en lo político, lo social y lo económico y lo hemos visto claramente en los últimos tiempos en el planteamiento de Bolsonaro, de VOX y de Orban que no dejan de ser el planteamiento de Pinochet, versión 2.0.