«¿Podemos aún salvar el planeta?» La pregunta, a toda página, la formula la última edición de Le Monde en vísperas del inicio de la COP 21, que se celebra en Francia entre el 30-N y el 11-D. Los 195 jefes de Estado pertenecientes a los países firmantes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre […]
«¿Podemos aún salvar el planeta?» La pregunta, a toda página, la formula la última edición de Le Monde en vísperas del inicio de la COP 21, que se celebra en Francia entre el 30-N y el 11-D. Los 195 jefes de Estado pertenecientes a los países firmantes de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre el Cambio Climático buscarán en París un acrobático acuerdo para disminuir las emisiones de efecto invernadero que destruyen al planeta. Nada parece más difícil, ni más hipotético. Varios frentes se cruzan en esta mega cumbre: los países en vías de desarrollo y los emergentes se confrontan a las grandes potencias contaminantes (Estados Unidos, China, la Unión Europea, Rusia). Y las potencias entre sí se confrontan en torno del carácter vinculante o no de las decisiones que se adopten en París.
Ya antes que una batalla entre potencias sucias y promotores de la salvación de lo que nos queda de planeta, la cumbre se convirtió en una pugna entre la sociedad civil y el Estado francés. Los atentados terroristas de 13 de noviembre -130 muertos, 350 heridos- condujeron a la adopción del Estado de Emergencia, una medida que prohíbe muchas cosas, sobre todo las manifestaciones, y le da a los organismos de seguridad derechos astronómicos y sin control. Los imperativos de seguridad llevaron a que se anule la manifestación prevista para este domingo 29 y que, también, se prohíba todo tipo de manifestaciones. Esto ha dejado afuera a la sociedad civil que pensaba marcar su postura en las calles. El ministro francés de Interior, Bernard Cazeneuve, admitió también que 24 militantes ecologistas considerados «activistas peligrosos» se encuentren actualmente en arresto domiciliario. El lector apreciará el abuso implícito en la forma de hacer pasar a un militante ecologista con el mismo perfil de peligrosidad que un terrorista asesino.
Sin dudas, el Estado francés quiere evitar que se repitan los graves accidentes que marcaron la cumbre del clima de Copenhague en 2009, cuando decenas de miles de personas se opusieron con furia al escandaloso espectáculo que dio la comunidad internacional. Se habían reunido para salvar al planeta y lo único que hicieron los países industrializados fue salvar sus intereses, es decir, no aprobar ningún texto vinculante, ni la más mínima medida o programa de protección. De hecho, la COP 21 de París retoma los trabajos allí donde los dejó Copenhague. Las potencias, principalmente Estados Unidos y China, habían logrado dejar afuera a Naciones Unidas. Entre 2009 y 2015 se logró que la ONU recobrara su papel preponderante en este ciclo.
El fantasma de Kioto
El objeto central de la COP 21 consiste en reemplazar al difunto protocolo de Kioto para empezar a aplicar uno nuevo a partir de 2020. El protocolo de Kioto, firmado en 1997, había fijado los objetivos que debían cumplir los países desarrollados para reducir la emisión de gases contaminantes. Kioto fue un fracaso y un éxito. Fracaso porque sólo 37 Estados del mundo aceptaron las medidas vinculantes. Las grandes potencias emisoras de gases, Estados Unidos y China por ejemplo, no lo aplicaron -Estados Unidos ni siquiera lo ratificó-. El éxito está en que allí donde se llevó a la práctica al pie de la letra, el protocolo de Kioto superó la meta inicial del 5 por ciento y la reducción de gases alcanzó el 22 por ciento. Sin embargo, el fracaso volvió a cerrar el camino de la salvación. Como las potencias mundiales no lo aplicaron, la emisión de gases se incrementó en 24 por ciento entre 2000 y 2010.
París es entonces un momento clave. Para muchos, la COP 21 es considerada como «la última oportunidad» de hacer algo realmente serio por el planeta. «En el cambio climático se juega el destino de la humanidad «, dice Christiana Figueres, la secretaria ejecutiva de la ONU a cargo del cambio climático. «París 2015 es una fecha casi fatal», repiten a coro responsables de toda índole. Lejos de generar un consenso para preservar la humanidad, el cambio climático es objeto de una guerra interna en el capitalismo donde se combaten dos visiones: una, industrial, liberal y mercantilista pone en tela de juicio la realidad del cambio climático, otra, algo más global y responsable, pone el acento en la destrucción que el aumento de la temperatura acarrea en la tierra. Dentro de ese antagonismo entra otro: el que opone a los países más industrializados responsables supremos del calentamiento global y de las emisiones de gases de efecto invernadero con los países menos desarrollados, a quienes se les exige un esfuerzo similar al de las potencias contaminantes con escasas compensaciones.
La intención, en París, es que los 195 países firmantes implementen medidas para atenuar las emisiones de gases contaminantes y fijen un marco para la próxima gran conferencia del clima que se llevará a cabo en 2020, con la cual se reemplazará definitivamente el protocolo de Kioto. Como se puede apreciar, el mundo juega con la seguridad climática como con una bomba de tiempo. Varios organismos internacionales ya consideran que París y sus acciones preparatorias llegan demasiado tarde. Un estudio elaborado por el Climate Action Tracker (CAT, organización científica independiente con sede en Londres), advierte de que los planes de acción climática presentados hasta ahora por los países miembros de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre Cambio Climático no evitarían que el calentamiento global del planeta llegue a los 2,7 ºC. En la capital francesa se busca que, a finales del siglo, la temperatura global no sobrepase los 2 grados. Con lo cual, la cruzada a favor de una temperatura salvadora está perdida. Los científicos del IPCC (Panel Internacional del Cambio Climático, un organismo dependiente de la ONU) alegan que si se continúa con el ritmo actual, la temperatura global ascenderá entre 3,7 y 4,8 grados para 2100.
La diferencia entre la cumbre COP 21 y el protocolo de Kioto radica en que no se obligará a que los países reduzcan de manera obligada sus emisiones de CO2. El esquema que se ha presentado es el voluntario, es decir, cada país presenta sus propios compromisos. 170 naciones del mundo adelantaron hasta ahora sus propuestas. La ONU calcula que las llamadas «medidas voluntarias» fijadas para el horizonte 2025-2030 elevarán la temperatura a un pico de 2,7 grados. De todas formas, todos son conscientes de que, hasta 2030, la temperatura no disminuirá.
El gran salto al vacío de la COP 21 está en el carácter vinculante del acuerdo. La Unión Europea pugna por un texto que, al menos, tenga capítulos vinculantes. Estados Unidos pone trabas, sobre todo legislativas. Es altamente probable que el Congreso y el Senado norteamericanos rechacen cualquier tratado vinculante. El carácter vinculatorio del tratado es el objeto de todas las controversias. Muchos países pueden hacer fracasar la cumbre al negarse a firmarlo. Y no es todo. El otro contenido polémico son las medidas de compensación destinadas a los países más pobres que deben adaptarse al cambio climático. Desde 2020 comenzará a funcionar el llamado Fondo Verde del clima. Dotado de 100.000 millones de dólares, el Fondo compensará lo que ciertos países pierden al adaptarse a la tragedia climática. Esto es, en sí, un absurdo, porque numerosos países en vías de desarrollo sufren ya de manera drástica los estragos del clima destruido por el club de potencias contaminantes. Como decía un indígena de Papúa invitado a Francia, Mundlya Kepanga, «si se sigue destruyendo la naturaleza, todo esto existirá sólo en sus museos».
El precio del fracaso
Si el mundo fracasa en tomar medidas contra el cambio climático, la humanidad quedará confrontada a fenómenos que van desde una crisis de refugiados a la inundación de ciudades costeras, pasando por olas de calor y sequías, advierten los científicos. Los representantes de 195 países intentarán alcanzar en París un acuerdo universal que permita limitar el calentamiento del planeta a 2 ºC para evitar esos dramáticos efectos.
Aumento de temperaturas: Si no se toman medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero, la temperatura de la Tierra aumentará probablemente en unos 4 ºC respecto de la era preindustrial de aquí a fin de siglo. Si las emisiones continúan al ritmo actual, el calentamiento del planeta conduciría a un «riesgo muy alto» de impactos «graves, extensos e irreversibles», según el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC).
Elevación del nivel del mar: De aquí a 2100, el nivel del mar se elevaría entre 26 y 82 centímetros respecto del período 1986-2005, según el IPCC. Esa elevación se debe en particular al derretimiento del hielo polar de Groenlandia y Antártida, más rápido que de costumbre, y al hecho de que los mares se están calentando. Con un alza de 2 grados centígrados de la temperatura mundial, zonas actualmente pobladas por 280 millones de personas quedarían bajo el agua, según Climate Central, un centro de investigación con sede en Estados Unidos.
Fenómenos meteorológicos extremos: Lluvias torrenciales, olas de frío o de calor extremos podrían ser más frecuentes y más intensas a causa del calentamiento. Ciertos fenómenos extremos, como las tempestades de nieve mortíferas en el Himalaya y las lluvias torrenciales en Sudamérica, se agravaron a causa del recalentamiento. Los científicos indican sin embargo que el cambio climático no puede ser considerado responsable de todas las olas de calor y huracanes violentos.
Sequías e inundaciones: El calentamiento del planeta podría provocar largas sequías e inundaciones devastadoras. Los científicos piensan que un planeta más caliente tendrá menos precipitaciones en forma de nevadas que liberan agua lentamente a medida que se funde. Tendrá en cambio más precipitaciones en forma de lluvias. Las fuertes lluvias pueden provocar inundaciones que obliguen a las poblaciones a huir de su casa ya abandonar sus cultivos.
Crisis humanitaria: El cambio climático puede engendrar enfermedades, destruir cosechas y lanzar gente a la pobreza. Los conflictos provocados por la penuria de agua o rendimientos agrícolas más pobres podrían provocar guerras o migraciones masivas. Los habitantes de islas como las Maldivas, en el Índico, o las Filipinas, podrían convertirse en refugiados climáticos obligados a escapar de su casa para protegerse de las crecidas. Las poblaciones pobres del planeta ya padecen olas de calor, sequías e inundaciones a causa de su dependencia de la tierra y de la falta de servicios públicos de calidad.
Los enemigos del clima
Son 195 los países que buscarán alcanzar un acuerdo sobre el clima en la conferencia de París para limitar a 2 ºC el calentamiento del planeta y sus dramáticas consecuencias. A continuación algunos elementos clave del fenómeno, según datos del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) y la ONU.
Gases de efecto invernadero (GEI): El efecto invernadero es un fenómeno natural resultante de la absorción y reflexión por ciertos gases de la atmósfera de una parte de la radiación infrarroja de la Tierra, que retiene de esa forma el calor. Este fenómeno es acentuado por la liberación más importante en la atmósfera de gases resultantes de la actividad humana, que provocan un calentamiento acelerado del clima. El dióxido de carbono (CO2) es el principal gas de efecto invernadero de origen antrópico (76 por ciento de las emisiones). Los otros son el metano (16 por ciento), el protóxido de nitrógeno (6 por ciento) y los gases fluorados (2 por ciento). Cada gas tiene una capacidad diferente para retener el calor.
Emisiones de GEI: Las emisiones de GEI son más elevadas que nunca. En 2010, alcanzaron 49 gigatoneladas de CO2 equivalente. El alza de las emisiones se acelera: +2,2 por ciento por año entre 2000 y 2010, contra +1,3 por ciento por año entre 1970 y 2000. Las energías fósiles y la industria representaron 78 por ciento de las emisiones entre 1970 y 2010. Los sectores de actividad que más emiten GEI son la producción de energía (35 por ciento), agricultura y forestación (24 por ciento), industria (21 por ciento), transportes (14 por ciento), construcción (6 por ciento). Los principales países emisores son China (alrededor de 24 por ciento), Estados Unidos (15,5 por ciento), la Unión Europea (11 por ciento), India (6,5 por ciento), Rusia (5 por ciento).
Concentración en la atmósfera: Las concentraciones actuales de GEI son las más elevadas registradas en 800.000 años. La concentración media de los GEI era de 430 ppm CO2eq (CO2 equivalente en partes por millón) en 2011. Para tener más probabilidades (entre 66 y 100 por ciento) de limitar el alza de temperatura global a 2 ºC, esa concentración no debe superar 450 ppm CO2eq hacia 2100.
Alza en temperaturas: El promedio global en la superficie del planeta subió 1 ºC entre 1880 y 2015. El alza no es homogénea: es más importante en los continentes y en los polos. Las tres últimas décadas fueron sucesivamente las más calurosas desde 1850. La temperatura en la superficie de los océanos se elevó 0,11 ºC por década entre 1971 y 2010.
Explosión demográfica mundial: La aceleración de las emisiones entre 1970 y 2010 coincidió con una explosión demográfica mundial. La población del planeta se duplicó en ese período, pasando de 3.600 millones de seres humanos a 7.000 millones, según cifras de la ONU.
Evolución de las emisiones: El IPCC imaginó cuatro escenarios: en ausencia de nuevas medidas para reducir las emisiones, el alza global de las temperaturas alcanzará probablemente entre 3,7 y 4,8 ºC a fin de siglo XXI respecto de 1850-1900. El umbral de 2 ºC implica que las emisiones acumuladas no superen 2.900 Gt de CO2. Implica reducir entre 40 y 70 por ciento las emisiones de GEI de aquí a 2050 (en relación con 2010) y hacerlas desaparecer en 2100. Reducir fuertemente las emisiones exige inversiones de varios cientos de miles de millones de dólares por año de aquí a 2030.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-287190-2015-11-29.html