Los dirigentes de VOX, que citan el discurso del rey el 3-O como impulso de su legitimación, han conseguido el apoyo de altos cargos militares y el voto masivo entre las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad
El fantasma de la extrema derecha que recorre Europa y buena parte de América ha llegado finalmente a España. Las elecciones del 28 de abril supusieron la entrada de 24 diputados de Vox al Parlamento nacional, tras obtener el 10,2% de los votos. Con los días, varios medios han analizado los resultados en detalle, destacando que el voto a la extrema derecha ha batido marcas en las zonas donde viven militares y miembros de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (FCSE). Pero pocos han mencionado el hecho de que el partido de ultraderecha lleva meses insistiendo en que su legitimación, y su mayor inspiración para defender la unidad nacional, proviene directamente del rey Felipe VI. Los ultras, los militares y la monarquía parecen haberse encontrado en un patio de armas común: el ultranacionalismo español. La extrema derecha escindida del PP está visiblemente encantada de haberles encontrado y reunido, y se presenta como un partido esencialmente monárquico.
Aunque algunos llevamos años denunciando que las Fuerzas Armadas se han modernizado pero no se han democratizado, y que esto ha provocado que en la actualidad la milicia española constituya una institución franquista en la corazón de la OTAN, este hecho no ha empezado a ser percibido por la ciudadanía hasta la explosión electoral y mediática de Vox en diciembre de 2018.
Fue entonces, tras las elecciones andaluzas, cuando se constató el auge de la ultraderecha, y al escudriñar se descubrió con asombro que, de la docena de diputados que consiguieron entrar en el Parlamento andaluz, dos de ellos tenían orígenes militares: Benito Morillo y Luz Belinda Rodríguez.
Más tarde llegaron los fichajes de generales: Mestre, Rosety, Asarta y Coll. Cuatro altos mandos del Ejército que, de nuevo, se convirtieron en un episodio insólito en nuestra historia, pues nunca antes un partido político de la relevancia o la expectativa parlamentaria de Vox había fichado a tantos militares en tan corto período de tiempo. Algunos partidos no han alcanzado ese registro en toda su historia y seguramente no lo alcanzarán jamás.
Pero la prueba más palpable que demuestra la conexión entre el mundo militar y policial y el ascenso de la extrema derecha ha llegado tras las elecciones generales. Aunque el resultado final de los ultras se cerró, afortunadamente, por debajo de lo esperado, el análisis de la cartografía electoral ha mostrado de forma inequívoca que una gran mayoría de militares y agentes de las FCSE votaron a la extrema derecha.
Allá donde se localiza una base o acuartelamiento militar de consideración (o en un municipio cercano), los réditos electorales de la ultraderecha se disparan con respecto a los resultados globales. Hay múltiples ejemplos: El Goloso (41% de los votos a Vox), El Pardo (36,6%,) y Campamento (29,5%), en Madrid; Castrillo del Val, en Burgos (24%), y San Gregorio, en Zaragoza (25%, el doble de la media en la ciudad). Otros casos son Bétera, en Valencia; Cerro Muriano, en Córdoba; Valdebótoa, en Badajoz y la Ciudad del Aire en Alcalá de Henares, donde la extrema derecha consigue un 28% de los votos, frente al 13,5% de media en la ciudad.
En Cádiz sólo hay cinco distritos donde ha ganado Vox. Uno de ellos es el que acoge el Poblado Naval de la Base de Rota. Ahí, el partido de Santiago Abascal es la primera fuerza con el 37,8% de los votos, muy por encima del 10,3% cosechado en el total nacional y del 8,4% provincial.
En el caso de las comandancias de la Guardia Civil, la misma situación se hace evidente en ciudades como Sevilla, Málaga, Badajoz o Huelva. En la Dirección General de la Guardia Civil de Madrid, Vox obtuvo un 37% de los votos, frente al 12,7% en la capital. En Pamplona, Vox sacó una media del 4,2%; pero en el barrio de la Milagrosa, donde está el cuartel de la Guardia Civil, llegó al 24,4%. Incluso en Sant Clement de Sescebas, Girona, el voto de la ultraderecha llega al 14%, un resultado absolutamente discordante con el entorno político y únicamente explicable por la ubicación castrense.
No cabe duda: la ultraderecha apuesta por las armas y los que las portan apuestan por la ultraderecha. La ultraderecha va bien armada y sabe dónde buscar sus votos, defendiendo por ejemplo la equiparación de sueldos de las distintas fuerzas de seguridad en todo el territorio. Como añadido, Abascal suele vestir camisetas de distintas unidades militares para hacer guiños a las tropas. Igual que Javier Ortega Smith, que afirma haber sido miembro de los Grupos de Operaciones Especiales (GOES), los llamados boinas verdes del Ejército, y que participó hace unos años en una incursión a Gibraltar a nado para colocar una bandera española. Desde entonces, el número dos del partido y candidato a la alcaldía de Madrid no puede ingresar en territorio británico.
La conexión entre Vox y Felipe VI
En contraste con lo que sucedió en el postfranquismo, aquel periodo de extrema violencia que trajo la Restauración Borbónica -pese a la fama, fue la segunda transición más violenta de Europa solo por detrás de Rumanía-, la ultraderecha expresa hoy sin ambages su admiración hacia la figura real. Una devoción que alcanzó su apogeo tras el discurso de Felipe VI el 3 de octubre de 2017, con posterioridad a la brutalidad policial acaecida el 1 de octubre en Catalunya.
Que esa alocución, pronunciada con un tono y una iconografía inusuales (el retrato de Carlos III con su bastón de mando, la expresión del rey, adusta y amenazante), haya sido tan loada por la extrema derecha, siempre vigilante en cuanto a las ‘debilidades’ que puedan mermar a la patria, supone una señal que no debe pasarse por alto. Bastan dos apuntes al respecto; por un lado, el discurso, según diferentes versiones, fue de autoría personal del Rey y se produjo contra la voluntad del entonces presidente del Gobierno, Mariano Rajoy; y un segundo aspecto no menos importante: generó una enorme crispación entre una gran cantidad de catalanes y españoles, al no contener la más mínima muestra de empatía hacia quienes sufrieron las cargas policiales.
Aquel 3 de octubre de 2017, Ortega Smith subió a su cuenta de Instagram una foto del discurso del rey y exigió a Rajoy la detención de los golpistas y la aplicación de la ley de Seguridad Nacional y del 155. Había nacido la «derechita cobarde».
Más allá de la relación de la familia de Felipe VI con las dictaduras, desde Primo de Rivera hasta el franquismo, el fascismo italiano y el nazismo –Federica de Grecia, madre de la reina Sofía, se dejó fotografiar vestida de nazi– y de su deuda con el dictador que designó sucesor a Juan Carlos I, el monarca no ha mostrado incomodidad alguna ante el ascenso de la ultraderecha, y tampoco ante las continuas loas de Vox a la monarquía.
Pero no faltan españoles que consideran que Felipe VI se ha escorado políticamente en demasía. La última encuesta conocida (realizada por Electomanía y CTXT en julio pasado) muestra que la popularidad de la monarquía es cada vez más baja, especialmente en Catalunya y el País Vasco, y que el respaldo a la institución no llega al 50% de la población total del país.
El mapa electoral del 28A y el de los apoyos a la monarquía y la república presentan semejanzas significativas. Allí donde la derecha y la ultraderecha son más potentes, crece el apoyo a la monarquía, y viceversa. Como ha explicado Ignacio Sánchez-Cuenca en esta revista hace unos días, la cuestión nacional define y domina la política española.
En total, en julio de 2018 había un 47,4% de españoles que se declaraba republicano frente al 49,5% que prefería la monarquía; el apoyo a esta era mucho más amplio entre los ciudadanos de más de 58 años.
Por partidos políticos, las diferencias son también notables, y los votantes de Vox encabezan la lista de defensores de la monarquía (71%), por encima del PP y Ciudadanos. Los votantes de los demás partidos son en mayor o menor medida favorables a la república, según el panel de Electomanía, realizado a partir de una muestra de más de 2.800 personas.
La tarde del pasado 26 de abril, en el mitin del cierre de campaña de Vox en la plaza de Colón de Madrid, Rocío Monasterio afirmó que el momento de la legitimación de la extrema derecha había sido el 3 de octubre de 2017: «Su Majestad nos dio el impulso para que el pueblo español saliéramos a la calle a defender nuestra patria. ¡Viva el rey!». Esta misma semana, Santiago Abascal ha acusado a Pedro Sánchez de usurpar las funciones de Felipe VI por recibir a los líderes políticos en La Moncloa.
Son solo dos muestras más de que la extrema derecha trata de erigirse (y se siente legitimada a hacerlo) en una especie de partido monárquico.
En democracias cercanas como Alemania, Italia, Reino Unido o Francia sería inimaginable que un partido de extrema derecha, que defiende medidas claramente inconstitucionales, terminara sus actos con vivas al jefe del Estado. Y si ello pasara, la reacción del jefe del Estado sería inmediata para desligarse de tales muestras de cariño. Incluso en países en los que la jefatura del Gobierno también es ocupada por un monarca, la relación del mismo con la ultraderecha es mucho menos evidente que en España. Por ejemplo, en Bélgica los extremistas protestaron ante el Palacio Real en diciembre de 2018 después de que el monarca belga les dejara, nuevamente, fuera de la ronda de consultas para formar Gobierno.
En esto, España es diferente. Muchos ven la unidad nacional en peligro y a Felipe VI como el único garante de esa unidad. La pregunta es: ¿podrán las fuerzas de seguridad escapar del estigma de apoyar a un partido abiertamente xenófobo, racista y machista?