El problema del agua es que está mal utilizada. Así de claro lo tiene el italiano Ricardo Petrella, impulsor del Contrato Mundial del Agua, tras tener conocimiento del nuevo informe de la Unesco sobre los recursos hídricos en el planeta. A este ritmo de desigual consumo, todo apunta a que para 2030 más de la […]
El problema del agua es que está mal utilizada. Así de claro lo tiene el italiano Ricardo Petrella, impulsor del Contrato Mundial del Agua, tras tener conocimiento del nuevo informe de la Unesco sobre los recursos hídricos en el planeta. A este ritmo de desigual consumo, todo apunta a que para 2030 más de la mitad de la población mundial seguirá sin servicios de saneamiento. Mientras, en Occidente se gastan miles de litros para producir un solo kilo de ternera.
El agua está en todas partes. Una patata es en un 80% agua; una vaca, en un 74%; una bacteria, en un 75%; un tomate es agua en un 95%; hasta los humanos somos agua en un 65%, lo que nos hace más líquidos que sólidos. Dependemos tanto de ella que resulta preocupante la poca atención que prestamos a su cada vez menos accesibilidad. Por ello, recordatorios como los que ha hecho esta semana la Unesco, en vísperas del V Foro Mundial del Agua que arranca mañana en Estambul, invitan a reflexionar. Aunque sólo sea porque cada 17 segundos muere un niño por diarrea, un problema relacionado con la mala calidad del agua.
«La fuerte demanda actual de agua no tiene precedentes y está inevitablemente llamada a aumentar», ha advertido la Unesco. Y si tenemos en cuenta que el número de personas que viven al día con menos de un euro coincide aproximadamente con el número de las que carecen de agua potable segura, las perspectivas no son nada halagüeñas.
El trienal Informe de Naciones Unidas sobre Recursos Hídricos en el Mundo lo deja claro: algunos países están llegando al límite de la explotación de sus recursos hídricos. No sólo los grandes afluentes, ríos y lagos abastecedores de agua sufren la sobreexplotación o, aún peor, la contaminación, sino que además el consumo de aguas subterráneas representa ya un 20% del consumo mundial, extracción acuífera que se duplicó durante el siglo pasado. Si a ese gasto cada vez mayor de la «despensa hidráulica» se le añade su contaminación, el panorama se ennegrece aún más.
China, India, EEUU, Pakistán, Bangladesh, Indonesia y Rusia encabezan el ránking de los estados mayores consumidores. Por otro lado, en todo el mundo hay ya un millón de embalses y en lugares como China, India, Irán, Turquía y el Sudeste asiático se están construyendo nuevos pantanos de grandes dimensiones. Parece que algunos ya se están preparando para cuando el calificativo de «oro azul» -que la activista canadiense Maude Barlow le dio al agua hace unos pocos años- haga honor al apelativo.
La politización
La población mundial crece a un ritmo de ochenta millones de personas cada año, lo que de por sí implica una creciente demanda de agua. Si se calcula que el 90% de los 3.000 millones de habitantes que se sumen a la población mundial hasta 2050 -actualmente ronda los 6.765 millones- nacerán en países empobrecidos, la inquietante ecuación está más que servida.
La Unesco expresa así su preocupación: «Está surgiendo el espectro de posibles rivalidades por el agua no sólo entre diferentes países, sino también entre distintos sectores de actividad y entre las zonas rurales y las urbanas». O lo que es lo mismo, «esto podría hacer que la cuestión del agua se politizase en un futuro».
Si por un lado se constata un exceso de demanda para un recurso a la baja, por otro hay que destacar que se trata de un recurso cada vez menos público y más objeto del deseo de los intereses económicos. El relacionado con el agua se trata de un sector al alza, con multimillonarias y necesarias inversiones durante los años venideros, y al que los inversores no quitan ojo. Sin ir más lejos, el viernes un portal económico en Internet titulaba así su referencia al informe de la Unesco: «Invertir en agua multiplica el beneficio por más de 30».
Pero no sólo hablamos del mercado del suministro y gestión del agua de consumo, del que saben mucho firmas como las francesas Vivendi o Suez, sino también de lo que el experto italiano Ricardo Petrella, impulsor del Contrato Mundial del Agua, ha llamado la «cocacolalización» de este elemento. Se refería a los tentáculos de las grandes multinacionales del sector alimentario y de bebidas, que necesitan de grandes cantidades de agua para sus productos y de ahí que busquen por todo el mundo apropiarse de los mejores recursos hídricos.
¿Cuánta agua «comemos»?
Tomar un vaso de agua fresca tiene un significado muy especial para los cerca de 22 millones de brasileños que viven en la región semiárida del Norddeste. Algunas de esas personas caminan el equivalente a 36 días de trabajo al año para ir en busca del preciado líquido.
Pero la pregunta última no es cuánta agua necesita una persona para beber, sino, como sugiere la Unesco, «cuánta agua `come’ una persona». En los países ricos, unos 3.000 litros diarios. Así es. Si tenemos en cuenta que para producir un kilo de carne de vacuno se necesitan entre 2.000 y 16.000 litros, la ecuación vuelve a ser fácil.
Además, el 70% del consumo total de agua en el planeta se lo lleva la agricultura. Para producir un kilo de trigo hacen falta entre 800 y 4.000 litros. Un ciudadano chino actual, que comía 20 kilos de carne al año en 1985, hoy consume 50; los suecos comen unos 76 y los estadounidenses nada menos que 125. Esto traerá consigo un aumento de la demanda de cereales para el ganado, lo que implicará más gasto de agua.
En estos momentos hay 340 millones de personas en África que tienen acceso al agua pero sin la garantía de no morir por diarrea. «Esas muertes se pueden evitar», sentencia la Unesco en su documento. Al menos se ve un destello de esperanza dentro de esas previsiones: para 2015 se confía en lograr que el 90% de la población mundial tenga acceso a agua potable; para tener un saneamiento digno habrá que esperar más.