«Es como un pelotari incansable, que por mal que venga la bola trata de devolverla. Que cuando sale perdiendo inicia otra partida, Que permanece en la pista siempre, habituado a los golpes. Por mucho que le abuchee un público hostil, enloquecido por la fiebre posesiva, es un pelotari infatigable que nunca, nunca, deja de jugar […]
«Es como un pelotari incansable,
que por mal que venga la bola trata de devolverla.
Que cuando sale perdiendo inicia otra partida,
Que permanece en la pista siempre, habituado a los golpes.
Por mucho que le abuchee un público hostil,
enloquecido por la fiebre posesiva,
es un pelotari infatigable que nunca,
nunca, deja de jugar -por mal dadas que vengan.»
Juan Ramón Capella. Grandes esperanzas
Ha muerto Ladislao Martínez y sus amigos y compañeros estamos conmocionados y nos cuesta asumir el hecho. Tenía 56 años y desde hace unos meses arrastraba una enfermedad que le suponía una importante limitación a alguien de fuerte personalidad y poder intelectual. Como reflejo de su trayectoria, su despedida nos juntó a muchas personas de muy diversa procedencia: familiares, alumnos, ecologistas, militantes de la izquierda, profesores, ciudadanos en general. Me gustaría glosar algunos aspectos muy significativos de su vida y de su compromiso.
Ladislao era un activista todoterreno, con una gran capacidad de trabajo y entusiasmo. Comprometido siempre con todo tipo de causas: la ecología, el cambio social, la defensa de lo público, del agua y de la escuela. Tenía una sólida formación científica -había estudiado Química- sus principales aportaciones fueron en el campo de la ecología. Fundador de las primeras organizaciones ecologistas en los años ochenta, como Aepden, que luego sería Aedenat y que cristalizaría en Ecologistas en Acción. Gran crítico de la energía nuclear y experto en energías renovables, contribuyó a la creación de conciencia ecosocialista en España. Además participó en el movimiento pacifista (Comisión Anti OTAN) y fue impulsor de iniciativas como La ciudad sin coches o la Marea Azul contra la privatización del Canal de Isabel II, consiguiendo la victoria de su paralización. La manera más segura de encontrarse con él era en la calle, en una manifestación por una buena causa.
Empezó en política en el movimiento autónomo anarquista en la universidad. Evolucionó hacia el ecologismo social y político, porque consideraba que había que defender la naturaleza influyendo en la izquierda y con medidas políticas medioambientales. Por eso estuvo en Izquierda Unida y en Espacio Alternativo, luego en Izquierda Anticapitalista. Recientemente estaba vinculado a Podemos (Círculo de Economía, Ecología y Energía), y le desazonaba que su enfermedad no le permitiera estar aportando todo su conocimiento y experiencia en unos momentos de gran expectativa de cambio.
Su participación en política siempre se hizo desde la toma de tierra de su implicación en los movimientos sociales, de los que era firme defensor. Nada sectario, partidario de las decisiones horizontales y poco amigo de las burocracias. Muy leal con sus compañeros de proyecto y amigos. Y muy noble en el debate político: siempre iba de frente, con una gran capacidad dialéctica. Ladis nunca se resignó a la miseria sin esperanza que ofrecía el sistema como única alternativa. Tenía claro que había que cambiar el sistema y, de algo aún más importante, que era posible hacerlo. Últimamente estaba ilusionado por las posibilidades de avance, aunque inquieto por los tiempos difíciles que corrían para las posiciones unitarias.
De tradición familiar docente, Ladis era un profesor extraordinario y nunca dejó de serlo. Su rigor científico y gran capacidad didáctica (la misma que podía poner a la hora de explicar la complejísima tarifa eléctrica, para que lo entendiera todo el mundo), hacía que sus alumnos se entusiasmaran por la Física y Química. Muy exigente consigo mismo, desde que comenzó el curso todo su objetivo era conseguir ir dando las clases día a día, sin que le anulara la enfermedad. Esta pelea por hacer bien su trabajo le generaba gran angustia. De hecho, las clases fueron su última trinchera para seguir viviendo, lo último que quiso seguir haciendo bien hasta la última semana.
También fue muy activo en la Marea Verde. Le gustaba moderar las asambleas habituales de nuestro instituto en Vallecas, un reducto de compromiso con la escuela pública y de resistencia a los recortes. Siempre reivindicando en la calle y mejorando en la escuela. Fue un lujo contar con Ladis en el instituto y una suerte personal haber trabajado codo con codo con él. Cuánto voy a echar de menos esas guardias de recreo, paseándonos en pareja, hablando con los chicos y, entre nosotros, de política y educación.
Como persona, lo que mejor define a Ladislao era su generosidad. Un hombre bueno, en el sentido ‘machadiano’. Aunque a simple vista parecía tener el aspecto de un tipo duro, era una persona muy sensible. Su gran humanidad le llevaba a comprometerse en tantas causas y a empatizar con los demás. Uno no se mete a revolucionario si no es por razones de ética y de estética, de conciencia y de sensibilidad. Y si es cierto aquello de que las personas se ponen a prueba en las situaciones difíciles: qué grande, qué entero y qué digno ante la enfermedad. Y qué generoso en el trato con sus amigos y compañeros, siempre pendiente de los nuevos que llegaban al centro. Lo fue hasta su última hora y decisión. Tuve la suerte de darle un abrazo horas antes de su muerte sin saber que era una despedida. Me cuesta creer su muerte, como a todos, y habrá preguntas que no tengan respuesta. Solo me cabe intentar asumir la situación desde el respeto a una persona a la que la enfermedad le suponía pérdida de facultades para la enseñanza y limitaciones en su activismo militante, algo que le cerraba su horizonte vital.
En Ladis los hechos hablan más alto que las palabras. Recordaremos su amabilidad y su interés por los demás, su vida de militancia y compromiso, sus aportaciones e ideas, aunque se prodigara poco escribiéndolas. Perdurará en la memoria de los compañeros y de las gentes que le han conocido por su legado de lucha contra el desorden del sistema capitalista. Generosidad, valentía y dignidad ante la muerte. Fue un luchador incansable que quiso vencer a la enfermedad antes de que ésta le derrotara, aunque nos dejase desolados. Las lágrimas de sus familiares, alumnos, amigos y compañeros son las mejores flores que le hemos podido dedicar. Hasta siempre, querido amigo. Nos vemos allá arriba. Ahora nos toca seguir tu lucha, que es la de todos.
Fuente: http://www.cuartopoder.es/laespumaylamarea/ladislao-martinez-el-luchador-incansable-2/738