Desde tiempo inmemorial, nos han venido vendiendo la historia de que las prisiones españolas son una especie de paraíso donde se disfruta de gran confort, pero lo ocurrido en la cárcel de Estremera (Madrid), muestra por una parte, la miseria moral de los carceleros y por otra, la «calidad» de los servicios médicos penitenciarios españoles. […]
Desde tiempo inmemorial, nos han venido vendiendo la historia de que las prisiones españolas son una especie de paraíso donde se disfruta de gran confort, pero lo ocurrido en la cárcel de Estremera (Madrid), muestra por una parte, la miseria moral de los carceleros y por otra, la «calidad» de los servicios médicos penitenciarios españoles.
«Rosa, de 36 años, reconoce que después de tener una disputa con otra interna, varios funcionarios fueron a su celda, la sacaron y se la llevaron a otra de aislamiento. Tras todo tipo de amenazas, como «a las kíes (matonas) como tú me las como con patatas» o «me vas a comer la polla hija de puta», llegó el primer bofetón. Rosa contó hasta ocho funcionarios en la celda. Entonces comenzaron los golpes. Allí calcula que estuvo 30 minutos hasta que una funcionaria les dijo a sus compañeros que la dejaran porque la iban a matar». Eso sucedió en Estremera, España, no en Tailandia o Colombia.
Ya en 2009 El Defensor del Paciente recogió las quejas de los presos de ese centro que denunciaban la existencia de un solo médico para 2.000 reclusos, falta de medicamentos, interrupción de tratamientos médicos prescritos en hospitales y que las consultas médicas se reducían a una al mes, con un tope de 30 personas como máximo.
Estremera es sólo la punta del iceberg de lo que se cuece dentro del entramado penitenciario español: Suicidios, drogas, abusos, palizas y otros lances forman parte del panorama de las cárceles «cinco estrellas» del régimen de Juan Carlos. Y todo el mundo sabe cómo son tratados los presos políticos que están en régimen FIES («Ficheros de Internos de Especial Seguimiento») porque no renuncian a sus ideas revolucionarias.
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