Un conocido dibujante explicó así a los españoles los recortes sociales de la crisis: «Bajaron las persianas y nos dijeron que era de noche». Pero una parte de la población se dio cuenta y salió indignada a las calles: era el 15M, un movimiento que fraguó en Madrid y se extendió al resto de España. […]
Un conocido dibujante explicó así a los españoles los recortes sociales de la crisis: «Bajaron las persianas y nos dijeron que era de noche». Pero una parte de la población se dio cuenta y salió indignada a las calles: era el 15M, un movimiento que fraguó en Madrid y se extendió al resto de España. En Barcelona fue desalojado por la policía autonómica en unas escenas similares a las protagonizadas por la policía nacional el 1 de octubre de 2017. Un destacado miembro de ERC -partido nacionalista de centroizquierda- resumió su posición en una frase: «Que se vayan a mear a España». Aquí encontramos el origen de la movilización independentista que se refleja en el cambio de eslóganes: del «Violencia es cobrar 600 euros» de un movimiento social, al «España nos [a los catalanes] roba» de un movimiento étnico.
Para proceder al trasvase, las élites del nacionalismo catalán aplicaron el principio de Eric Hoffer: «La forma de acabar con una revolución social es promover un movimiento religioso o nacionalista». Cataluña es una de las comunidades más ricas de España, fue la que aplicó con más rigor los recortes, y el partido hegemónico -que modeló las instituciones autonómicas a su medida- arrastra una estela de corrupción que afecta a la familia del expresidente Pujol, cargos de la Generalitat y del partido. La instrumentalización de la cuestión identitaria fue reconocida por Santi Vila, desde el gobierno catalán, en 2014: «¿Si este país no hubiera hecho un relato en clave nacionalista cómo hubiera resistido unos ajustes de más de 6.000 millones de euros?». En la misma dirección insistía el presidente de ANC, una entidad fundada en 2012 y motor de las movilizaciones, Jordi Sánchez: «hay que canalizar la desazón de la gente».
El movimiento independentista proporciona a las clases medias catalanohablantes, atomizadas y despolitizadas, un sentimiento de superioridad étnica y social, frente a la otra mitad de la población compuesta por trabajadores procedentes del resto de España y de lengua castellana que habitan en los barrios de la periferia del Área Metropolitana de Barcelona,a quienes Quim Torra, actual presidente de la Generalitat, tildó de «colonos» (SOS Racismo calificó uno de sus discursos de «peligroso, irresponsable e inaceptable»). Por otro lado, ese movimiento actúa como elemento de homogeneización ideológica de esas clases medias depauperadas por la crisis que desemboca en un sentimiento de comunión identitaria.
Para lograr la canalización/homogeneización había que fabricar un pseudorelato de la historia a la medida, un relato que cambiaba el balance de los logros del periodo democrático por la gramática del agravio. En esa clave se resucita a Franco para asentar una analogía entre los independentistas de hoy y los republicanos derrotados en la Guerra Civil. Por eso, y contra lo que señalan indicadores de democracia como los de Freedom House o The Economist Intelligence Unit, el independentismo presenta a España como franquista. Lo cual es más que una banalización del franquismo y una falta de respeto al antifranquismo: es una impostura, porque la burguesía catalana se sintió cómoda y protegida por el franquismo hasta sus últimos compases. Traslademos la sociología al presente: solo un 32% de los catalanes con ingresos inferiores a 900€ quieren la independencia mientras que son mayoría a partir de 1.800€ y el 54% a partir de 4.000 € (El País, 28/09/2017). Por otro lado, Cataluña se encuentra a la cola de España en atención sanitaria y a la cabeza en su privatización. En definitiva, el Catexit es un caso de manual de nacionalismo/populismo de los ricos.
El independentismo nunca ha tenido el apoyo ni siquiera de la mitad de la población catalana; la idea de un «mandato del pueblo» es un cóctel de propaganda y relaciones públicas. Para lo último esta anécdota de la corresponsal Sandrine Morel: Se encuentra con un director de comunicación del PDeCAT, le expone sus dudas sobre la legitimidad del referéndum del 1 de octubre. «Él se siente molesto ante mi escepticismo. […] Y me suelta una frase que me deja helada: ‘Si compramos dos páginas de publicidad en Le Monde, escribirás lo que tus jefes te digan…’. Al ver mi indignación me responde avergonzado: ‘Bueno, así funcionan las cosas aquí'». La periodista cuenta también la ingeniería informativa que siguió al 1 de octubre, con datos falsos sobre heridos entre otros.
Hay otras realidades que no puede recoger ninguna imagen. Por ejemplo impedir una manifestación no nacionalista -el 16 de septiembre-, el ataque a las sedes de los partidos no nacionalistas o la presión sobre los jueces -67 han abandonado la comunidad autónoma en dos años- y otras instituciones del Estado. La bandera como trampantojo. Lo resumió Aldous Huxley: » Grande es la verdad, pero aún más grande es, desde el punto de vista práctico, el silencio sobre la verdad».
Publicado en Le Soir, 02/10/2018 (http://plus.lesoir.be/181798/article/2018-10-02/les-cles-sociales-du-secessionnisme-catalan).