Tras el accidente de Fukushima, hace ahora un año, toneladas de radiactividad se vertieron al aire y al mar. Hoy todavía se sigue contaminando el entorno. No existen modelos precisos para medir las tasas de liberación de elementos radiactivos (radionúclidos) cuando el combustible nuclear que vierte una central entra en contacto con el agua del […]
Tras el accidente de Fukushima, hace ahora un año, toneladas de radiactividad se vertieron al aire y al mar. Hoy todavía se sigue contaminando el entorno.
No existen modelos precisos para medir las tasas de liberación de elementos radiactivos (radionúclidos) cuando el combustible nuclear que vierte una central entra en contacto con el agua del mar. Ésta es la conclusión que ha publicado un equipo de ingenieros y geólogos estadounidenses en el último número de la revista Science.
Los investigadores proponen realizar caros experimentos con materiales radiactivos para reducir el riesgo de las nucleares y volver a ganar la confianza de la población en la energía nuclear. Pero epidemiólogos y radiobiólogos llevan explicando desde antes del desastre de Fukushima que la fórmula riesgo/ beneficio (riesgo para la población y beneficio industrial) que se utiliza en la radioterapia no se puede aplicar a la energía nuclear.
En condiciones normales, una central nuclear emite constantemente pequeñas dosis de radiactividad al aire y también al agua. Con el accidente de Fukushima toneladas de material radiactivo empezaron a dispersarse cuando la compañía eléctrica Tokyo Electric Power (TEPCO) empezó a utilizar agua de mar para enfriar tres de los seis reactores de la central, cuyos núcleos estaban fundiéndose.
El agua se filtró (y se sigue filtrando) al océano Pacífico y al lecho marino. Desde el mar, el combustible radiactivo es transportado por todo el planeta y se transfiere a los ecosistemas marinos y cadenas tróficas, donde puede permanecer durante mucho tiempo.
Las algas, ricas en hierro, transfieren radionúclidos directamente a los humanos y también a los moluscos, crustáceos y peces que consumimos. De ahí, la importancia de saber la procedencia de lo que comemos. El estroncio 90 y el cesio 137 tienen una vida media de 30 años (en ese tiempo quedará la mitad de su masa y en 60 años una cuarta parte). El yodo 131 tiene una vida media de ocho días, pero el plutonio 239 tiene una vida media de unos 24.000 años y con el tiempo se transforma en americio 241, otro elemento radiactivo que puede incorporarse al organismo humano.
Además de la radiactividad que está emitiendo la central de Fukushima, hoy quedamás de la mitad de la que salió de la central de Chernobil (1986).
Fuente: http://www.diagonalperiodico.net/Las-consecuencias-del-desastre-de.html