Vamos a tratar aquí algunos aspectos de los razonamientos que nos propone la derecha política y mediática en nuestro país, para desmontarlos, y darnos cuenta de hasta dónde llega su nivel de demagogia y de falacia. Cuando la derecha se queda sin argumentos de peso para apoyar sus teorías y propuestas, a veces las apoyan […]
Vamos a tratar aquí algunos aspectos de los razonamientos que nos propone la derecha política y mediática en nuestro país, para desmontarlos, y darnos cuenta de hasta dónde llega su nivel de demagogia y de falacia. Cuando la derecha se queda sin argumentos de peso para apoyar sus teorías y propuestas, a veces las apoyan con este tipo de argumentos, absurdos, falaces y engañosos. Este artículo está pensado para señalar algunos ejemplos de ello, y llamar nuestra atención para no caer en sus trampas.
Recuerdo que hace pocos meses, a nuestro joven compañero Alberto Garzón le propusieron un razonamiento de este tipo, sin que él pudiera dar la respuesta adecuada: con respecto a la expropiación de la petrolera YPF por parte del Gobierno argentino, él argumentaba que el Estado Español no debiera preocuparse tanto en representar los intereses de las empresas españolas, que al fin y al cabo, tienen su potente accionariado, y además tributan la mayoría fuera de España. Sus contertulios quisieron atraparlo siguiendo su razonamiento, y lo continuaron de esta forma: «…entonces, cree usted que el Gobierno no debe interferir por los intereses de sus ciudadanos… ¿qué hacemos entonces cuando secuestran a algún cooperante español en el extranjero?». Bien, la respuesta a esta pequeña trampa, es hacer ver que en el primer caso se trata de intereses económicos, mientras que en el segundo lo que se defiende es la propia vida humana, los derechos humanos.
Pues bien, valga este simple ejemplo para muestra de lo que intentamos transmitir. Con respecto a la LOMCE del Ministro Wert, se han emitido juicios auténticamente absurdos para intentar justificar lo injustificable. Se ha dicho por ejemplo, que todas las reformas educativas que hasta entonces se habían puesto en marcha eran del PSOE, lo cual, por sí solo, no es ni siquiera un argumento. Después se ha dicho que no se entendía cómo «la izquierda» (así, en general) no quería reformar la educación, después del elevado fracaso escolar de nuestro alumnado, y de los malos resultados de los Informes PISA. Pues bien, a esto hay que responder que sí queremos reformar la educación, pero para dotarla de más fondos, de más recursos, de más profesorado, para que sea más inclusiva, más gratuita, más laica, y más pública a todos los niveles, entre otras muchas cosas. ¿O es que para evitar el fracaso escolar hay que meter la religión en las aulas, eliminar Educación para la Ciudadanía, privatizar la escuela pública, eliminar la democracia en los centros, o implantar en la escuela una filosofía mercantilista de la educación?
Las falacias de esta derecha se cuentan y se no se acaban. Con respecto a la Reforma Laboral implantada por el PP, uno de los famosos argumentos que usaban para justificarla, antes de que se supiera todo su contenido, era la denuncia de la existencia de trabajadores protegidos frente a trabajadores precarios. Entonces, los electores ingenuos pueden pensar que lo que se esconde detrás de esa crítica es que piensan proteger a todos los trabajadores, eliminando la precariedad. Craso error, porque lo que pretenden, y de hecho lo han conseguido, es justo lo contrario: eliminar la protección de los derechos de los trabajadores, y aumentar in crescendo la precariedad laboral. Desde que la Reforma Laboral entró en vigor, no sólo se han destruido cientos de miles de puestos de trabajo, sino que además, los nuevos contratos que se han firmando han correspondido en su mayoría a contratos a tiempo parcial o temporales, con un elevado nivel de precariedad. Se ataca a los sindicatos, que pierden fuerza y representatividad, se eliminan las subvenciones públicas a los mismos (mientras aumentan las subvenciones a la Patronal, como se ha conocido hace pocos días), destruyendo la capacidad negociadora de los Convenios Colectivos, llegando a un panorama de casi total desprotección de los trabajadores/as.
Las falacias llegan al absurdo total. Como el Estado de Derecho era una mera ilusión, resulta que tenemos que estar contra el Estado y contra el Derecho. Como bajo el capitalismo, el Parlamentarismo es una tomadura de pelo, los anticapitalistas nos volvimos antiparlamentarios. Como la civilización y el progreso, bajo el capitalismo, no son más que colonialismo e imperialismo, nosotros decidíamos que para ser anticolonialistas había que estar en contra de la civilización, y para ser antiimperialistas en contra del progreso. Y lo mismo a una escala más reducida: como las oposiciones estaban corrompidas, en lugar de estar contra la corrupción, había que estar contra el sistema de oposiciones. Como los Catedráticos tenían tendencia al nepotismo, en lugar de combatir el nepotismo, se decidía suprimir a los Catedráticos.
Pero sigamos con el razonamiento, a ver dónde nos lleva: como los Catedráticos a veces abusaban de los agregados, en lugar de suprimir los abusos, se optaba por suprimir la distinción entre Catedrático y agregado. Como los funcionarios abusaban de los contratados, lo mejor era que todos fueran contratados. Como los profesores abusan de los alumnos, lo mejor es suprimir también esta rígida distinción y que todos aprendamos a la vez jugando juntos al corro de la patata. Siguiendo con esta lógica, en la enseñanza pública podríamos decidir suprimir la calefacción porque a veces está demasiado alta o las tuberías porque el agua suele tener sabor a cloro. Y aún se podría ir más allá, a título individual: como los calcetines a veces nos aprietan el tobillo, lo mejor será suprimir los calcetines; y los zapatos, y los calzoncillos… Por este camino, llegamos al colmo de los absurdos. Nosotros lo vamos a dejar aquí, pero insto a mis lectores a imaginar o recordar otras falacias, trampas y engaños de la derecha, porque como estamos viendo, no tienen límites.
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