Reseña de Family of Fallen Leaves: Stories of Agent Orange by Vietnamese Writers [Familia de hojas caídas: Historias de Agente Naranja por escritores vietnamitas] de Charles Waugh y Huy Lien y de The Invention of Ecocide: Agent Orange, Vietnam and the Scientists Who Changed the Way We Think About the Environment [La invención del ecocidio: Agente Naranja, Vietnam y los científicos que cambiaron la forma de pensar sobre el medioambiente], de David Zierler.Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens
Al mismo tiempo que estaba realizando una campaña de contrainsurgencia contra las guerrillas en Vietnam, EE.UU. libraba otra guerra tenebrosa. No hablo del bloqueo frente a la costa de Florida durante la Crisis de los Misiles con Cuba en 1962 o de la intervención en 1965 de tropas estadounidenses en la República Dominicana. Tampoco hablo de la «guerra secreta» de la CIA en Laos o del conflicto de «distracción» que EE.UU. desató contra Camboya durante los años sesenta y setenta.
De 1961 a 1971, EE.UU. realizó una campaña implacable de «guerra de herbicidas» de la que el historiador David Zierler nos dice en su importante nuevo libro The Invention of Ecocide: «no atacaba malezas específicas sino ecosistemas completos». En esa campaña, que coincidía con la dirigida a la gente vietnamita, los militares de EE.UU. combatieron contra el entorno en sí. Allí, EE.UU. saturó el paisaje con herbicidas y allí, escribe Zierler: «el bosque era la mala hierba».
Exhaustivo, bien fundamentado y hábilmente organizado, The Invention of Ecocide abarca un tema del cual demasiados libros sobre la guerra presentan sólo un vistazo. Bajo los auspicios de la Operación Ranch Hand [peón del rancho], los militares estadounidenses pulverizaron hasta 75,7 millones de litros de herbicidas químicos -sobre todo Agente Naranja- deshojando cerca de dos millones de hectáreas de bosques, y destruyendo grandes cantidades de cultivos como arrozales y árboles frutales.
Sin embargo, muchas historias sobre la guerra dedican solo un par de párrafos o, si se tiene suerte, unas pocas páginas a lo que muchos reconocieron al terminar la guerra como una nueva forma de guerra química devastadora y la consideraron un crimen según el derecho internacional.
En The Invention of Ecocide, Zierler se concentra en los científicos que se dieron cuenta en los años sesenta y que luego libraron sus propias batallas, en las salas del Congreso, en conferencias internacionales y a través de asociaciones científicas, para dar nombre y definir esta nueva atrocidad, que llamaron «ecocidio» (una analogía ecológica de genocidio), y para procurar que se arrojara al cubo de basura de la historia.
Rápido de leer, con menos de 170 páginas, The Invention of Ecocide explica, como escribe Zierler:
Los efectos masivamente destructores de la guerra de herbicidas llegaron a ser conocidos como «ecocidio», llamado así por varios científicos académicos que protestaron contra la guerra de herbicidas desde 1964 y que finalmente conquistaron el derecho de inspeccionar sus efectos en Vietnam seis años después. Lo que encontraron no fue simplemente la eliminación de «malas hierbas» sino la destrucción de todo el entorno del que dependían los seres humanos, y la amenazadora perspectiva de que los propios productos químicos podrían dañar a seres humanos y animales.
La noción misma de que las fuerzas armadas más poderosas del planeta recurrieran a agentes químicos dañinos para destruir el entorno de otro país, y al hacerlo envenenaran su fauna y su gente, es abominable y aterradora. Es material de pesadilla. Es una lástima que The Invention of Ecocide no llegue a capturar plenamente el horror de este tipo de guerra singularmente repugnante y haga comprender lo devastador que fue para la gente de Vietnam, una nación de agricultores, muchos de los cuales enfrentaron el ataque de bombas, obuses de artillería y helicópteros artillados sólo para ver cómo sus cultivos se marchitaban y morían bajo el ataque de herbicidas y que sus vidas eran alteradas profundamente por productos químicos fabricados a medio mundo de distancia.
El historiador del Departamento de Estado de EE.UU. Zierler escribe de manera justa e imparcial, cuidadosa y académica, y se concentra de manera muy estrecha, demasiado a mi juicio, en un grupo de científicos que luchó contra el uso de defoliantes químicos en Vietnam, y yo diría que no dice bastante sobre lo que hicieron esos herbicidas, a quiénes dañaron y cómo se veía el campo después del ecocidio estadounidense.
Cuando he hablado con sobrevivientes de la guerra en aldeas rurales en todo Vietnam, nunca les faltaban palabras para describir lo devastador que fue el hecho de que convirtieran sus tierras antes exhuberantes en lo que ellos llaman áridas «zonas blancas». En su bibliografía, Zierler menciona dos entrevistas con vietnamitas, una realizada en Saigón y la otra en Hanoi, y se obtiene la impresión de que nunca viajó fuera de las ciudades para hablar con aldeanos de a pie que sufrieron la guerra herbicida en su vida diaria.
Se desearía que su editor hubiera intervenido y recomendado que eliminara la bibliografía -hay, después de todo, notas al final- y agregara algún material sobre las consecuencias humanas del ecocidio de EE.UU. en Vietnam. A veces un autor tiene que subir de nivel, abandonar las convenciones exangües de la academia y pronunciarse con voz sonora, clara e inequívoca.
Afortunadamente, el editor de Zierler ha presentado recientemente un texto que debería incluirse como volumen complementario. Family of Fallen Leaves: Stories of Agent Orange by Vietnamese Writers es una colección sobre todo de ficción que transmite dolorosas verdades.
«Disgusto» y «repulsión» son palabras que no se lanzan normalmente en una reseña positiva, pero son las palabras que describen exactamente los pensamientos que se agolpaban en mi cabeza y los sentimientos que latían en mi cuerpo al leer las 13 selecciones del libro. Son las voces, la humanidad, el dolor, que faltaban en The Invention of Ecocide.
Eran las historias inquietantes que los estadounidenses tienen que escuchar para tener una idea más clara de lo que significó y sigue significando el «ecocidio» para Vietnam y su gente. Aquí, en este delgado libro en rústica que es aproximadamente tan largo como la historia de Zierler, hay historias que los vietnamitas conocen no sólo de las revistas literarias y libros nacionales donde esos breves relatos se publicaron por primera vez, sino de las «Aldeas de la Paz» de todo el país, donde viven niños con defectos de nacimiento y de sus propias aldeas donde pueden conocer a hombres y mujeres que han visto sufrimiento y devastación con sus propios ojos.
En Family of Fallen Leaves encontramos las historias de orgullosas mujeres robustas, discapacitadas y marchitas, no sólo por balas y bombas cuyas cicatrices visibles identifican a los heroicos veteranos, sino por invisibles residuos químicos que destruyen la fuerza y los cuerpos bajo la guisa de debilidad personal. Ahí están las mujeres de Vietnam que dan a luz niños que, por incorrecto políticamente que sea decirlo, pueden describirse exactamente como monstruos o, tal vez causando aún más dolor, trayendo a la vida niños que parecían tener excelente salud antes de caer enfermos.
La prosa es, sin duda, algo fuerte. «Aterrada por el grito dolorido de mi suegra, levanté la cabeza para mirar hacia mi vientre y casi me desmayé cuando vi lo que había parido», escribe el autor galardonado Suong Nguyet Minh en la voz de una mujer cuyo esposo había sido expuesto a herbicidas mientras servía como soldado.
«En lugar de un bebé, solo un trozo de sangrienta carne roja. Tenía una boca oscura que parecía un pescado boqueando fuera del agua antes de morir.» O el cuento del novelista Hoang Minh Tuong sobre otro veterano cuya esposa da a luz un hijo llamado Mung y una hija, Duyen. «Cuando Mung cumplió ocho años, sus cabellos se cayeron y sus piernas comenzaron a debilitarse. Cuando cumplió 10 años, ya no podía caminar,» escribe Hoang en una breve historia titulada «Grace«. Luego le tocó a Duyen. También perdió el pelo y comenzaron a formarse tumores en todo su cuerpo. Sus ojos se protruyeron y su memoria se deterioró.»
No se puede negar que en las últimas décadas, el Agente Naranja se ha utilizado a veces como comodín; que se contempla como el único tema político con suficiente posición legal, resonancia popular y consecuencias reconocibles para llevar al gobierno de EE.UU. y al pueblo estadounidense a ofrecer algo como reparación por una guerra cuyos horrores, aunque sean inconcebibles para la mayoría de los estadounidenses, fue mucho más allá del ecocidio.
¿Que se han identificado algunos achaques y defectos de nacimiento que pueden no tener nada que ver con los herbicidas estadounidenses para utilizarlos por desesperación? Seguramente. ¿Pero se puede culpar a una nación que sufrió millones de personas muertas y heridas; una población a la que bombardearon, envenanaron y traumatizaron, convirtieron en refugiada y abusaron de ella de mil maneras, de aferrarse al único tema al que algunos estadounidenses otorgan una cierta credibilidad, aunque sea solamente porque los veteranos de EE.UU. y su descendencia también han sido afectados de la misma manera?
¿Y hay alguien, fuera de los abogados de Dow y Monsanto -las compañías químicas responsables no solo por los defoliantes sino por fabricarlos de manera que se aumentara la cantidad de dioxina excepcionalmente tóxica producida- que pueda negar los horrendos efectos de los herbicidas estadounidenses en Vietnam?
En el prefacio de Family of Fallen Leaves, los editores Charles Waugh y Huy Lien (el seudónimo de Nguyen Lien) dicen que han organizado los «trabajos de los que todavía no pueden ver una esperanza de solucionar este desafío [de encarar y compensar enteramente el tema de Agente Naranja y otros defoliantes tóxicos] para los que lo hacen».
En realidad, Family of Fallen Leaves se compone de historias tristes, una tras otra, y si los últimos capítulos del volumen son verdaderamente optimistas, las historias precedentes han afectado en tal medida el sentido de optimismo del lector que cuesta encontrar gran cosa que cause esperanza. Pero la tristeza no es siquiera la mitad del problema, cuando se trata de esas exquisitas historias de dolor, pérdida y angustia amorosamente creadas y magistralmente traducidas.
Cuando se lee Family of Fallen Leaves, uno lo siente en la boca del estómago, un logro extraordinario para cualquier tipo de literatura, y mucho más para la ficción traducida de un lenguaje en el que hay mucha implicación y contextualización y además utiliza frases rituales y un intrincado juego de palabras.
Realmente, es The Invention of Ecocide, no el libro de Huy Waugh, el que termina con un mensaje de triunfo y esperanza. En su párrafo final, Zierler escribe: «Este estudio ha demostrado cómo un grupo de protagonistas no gubernamentales pudieron presentar una visión de seguridad internacional basada en la interdependencia y en amenazas medioambientales comunes a todos».
El Agente Naranja, nos recuerda Zierler, no se ha empleado desde la Guerra de Vietnam. Ciertamente es bueno que así sea. ¿Pero qué pasa con esos vietnamitas de la vida real cuya angustia se hace eco de la de los personajes en Family of Fallen Leaves? ¿Están destinados a sufrir eternamente en un escaparate de curiosidades de víctimas de formas extintas de combate?
Mientras los científicos contra el ecocidio del estudio de Zierler lograron algo significativo -se archivaron planes de futura guerra medioambiental que EE.UU. había elaborado- sus objetivos limitados tuvieron efectos limitados. «Los científicos… eran ambivalentes hacia los movimientos contra la guerra y los ecologistas más allá de su campo de acción particular», explica. Por lo tanto, mientras se beneficiaban de la fuerza de ambos movimientos mayores, se «alejaron de ambos». Como resultado, aunque tuvieron éxito en la exclusión de una forma particularmente terrible de guerra estadounidense, otras han seguido floreciendo.
Hoy en día, un movimiento análogo al que describe Zierler podría encarar un tipo particular de moderna guerra estadounidenses: los ataques de drones. Es posible imaginar a científicos, tecnólogos, eruditos legales, expertos morales y otros que montaran una campaña exhaustiva contra el tipo juez-jurado-verdugo de guerra aérea estadounidense sin tripulación.
No se podría hacer justicia a esa historia, sin embargo, sin presentar un cuadro claro de lo que significa la vida para un aldeano de Waziristán del Norte con el espectro de pequeños aviones, sin piloto, fuertemente armados, que sobrevuelan interminablemente o escuchar un motor tipo cortadora de césped en las Áreas Tribales bajo Administración Federal, o lo que vivió Saddullah, un muchacho de 15 años, que estaba tomando té con su familia cerca de la localidad de Mir Ali el año pasado, cuando un misil de un drone dio en su casa matando a tres miembros de su familia, y causándole la pérdida de un ojo y ambas piernas.
Ahora tenemos una historia concisa, clara y detallada del pequeño grupo de científicos que eliminó la guerra herbicida estadounidense. También tenemos una poderosa colección de ficción que ayuda a ofrecer un sentido del dolor muy real producido por el ecocidio. Lo que todavía necesitamos es una historia completa de lo que fue vivir durante las campañas estadounidenses de defoliación.
Todavía esperamos un libro que pinte un cuadro claro de todos los efectos nefastos de la guerra herbicida; que describa no sólo la rapidez con la que los cultivos se marchitaron y murieron, sino lo que significó para el tejido de la aldea rural que se construyó en torno a los ciclos agrarios; un libro que explique cómo olía y que sabor tenía la lluvia química, cómo se sentía la gente inmediatamente después de haber sido expuesta y cómo era tener una tribulación más que encarar, como si la artillería, las bombas y los helicópteros artillados no fueran bastante. No quedan muchos años para reunir esas historias antes de que se pierdan para la historia. Esperamos que alguien se ocupe.
Family of Fallen Leaves: Stories of Agent Orange by Vietnamese Writers by Charles Waugh and Huy Lien. Athens: University of Georgia Press, 2010. ISBN-10: 0820336009. Precio US$59.95, 164 páginas.
The Invention of Ecocide: Agent Orange, Vietnam and the Scientists Who Changed the Way We Think About the Environment by David Zierler. Athens: University of Georgia, 2011. ISBN-10: 0820338265. Precio US$70, 252 páginas.
Nick Turse es historiador, ensayista, periodista de investigación, editor asociado de Tomdispatch.com y actualmente es también profesor en el Instituto Radcliffe de la Universidad de Harvard. Su libro más reciente es: The Case for Withdrawal from Afghanistan (Verso Books). Tambien es autor de The Complex: How the Military Invades Our Everyday Lives. Puede seguirlo em Twitter @NickTurse, en Tumblr, y en Facebook. Su sitio en la web es NickTurse.com.
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Fuente: http://www.atimes.com/atimes/
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