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Sobre A. Chéjov

Las luces en la noche, la luz del amanecer

Fuentes: Rebelión

Chéjov, (1860-1904), el gran escritor ruso revolucionó el género del cuento poniendo la estructura y el lenguaje al servicio de la manera de pensar de eso que hemos llamado modernidad, y revolucionó el teatro con tal profundidad que hizo cambiar el sistema clásico del drama. Chéjov, que vivió en una familia que tenía en su […]

Chéjov, (1860-1904), el gran escritor ruso revolucionó el género del cuento poniendo la estructura y el lenguaje al servicio de la manera de pensar de eso que hemos llamado modernidad, y revolucionó el teatro con tal profundidad que hizo cambiar el sistema clásico del drama. Chéjov, que vivió en una familia que tenía en su haber esclavos, desde muy joven puso todo su esfuerzo de escritor, primero para sobrevivir, pudiéndose decir hoy que, en los dos géneros, el cuento y el teatro, hay un antes y un después de Chéjov. Su obra cuentística se divide en dos etapas, la primera contiene cuentos humorísticos, hasta 1886, y la segunda, hasta el final de sus días, más concentrada en el mundo interior de los personajes, en lo que no se dice, avocada a lo que se ha dado en llamar finales abiertos, o la no resolución del problema que plantea, pues lo importante sobreviene al terminada la lectura. Sus cuentos se encuentran en Editorial Lumen, con prólogo de Richard Ford; en Editorial Alianza; en Editorial Alba. Su teatro puede leerse en Editorial Cátedra; en Editorial Alba; en Editorial Alianza;… De su obra cuentística son bien conocidos títulos como «La dama del perrito», «Enemigos», «Vecinos», «Campesinos», sería larguísimo nombrar todos sus cuentos magníficos; y su obra dramática tiene sin embargo pocos títulos, pero más que suficiente para haber hecho el cambio que hizo: «Ivanov», con la que recogió el Premio Pushkin; «La gaviota», (1896); «Tío Vania» (1899); «Tres hermanas» (1901); y, «El jardín de los cerezos» (1904). Además dejó novelas cortas como «La estepa», y un libro sobre la isla-prisión de Sajalin que provocó una conmoción en la sociedad rusa de su tiempo, empujando al gobierno zarista a cambiar la legislación que se refería al trato a los presos y a mejorar sus condiciones de vida, su título es «La isla de Sajalin», editado por Alba, que, también, acaba de sacar una biografía del gran autor titulada «Chéjov en vida. Una biografía en documentos», su autor es Igor N.Sujij. Chéjov, que nunca fue indiferente a lo que le rodeaba, dimitió como miembro de la Academia Rusa cuando el zarismo expulsó de ella a Gorki, otro gran escritor revolucionario.

Ahora se edita en Alba Brevis, un cuento largo importantísimo en la obra de Chéjov, su título es «Luces». Se publicó por primera vez en 1888, y en el se nos cuenta la relación entre dos personajes durante el tendido de la vía del tren a lo largo de la estepa rusa, una noche de discusión planteó la lucha entre pasado feudal y progreso. Las dos posturas, una proveniente de la aristocracia, que considera el mundo inamovible y sin interés, y la otra la defendida por la burguesía de aquel entonces, que ve en el conocimiento del mundo y en el adelanto industrial el progreso de la humanidad. A la conversación asiste un recién llegado, y fuera de la casa en la que están un estudiante aristócrata y un ingeniero, que sería el burgués, se encuentra el poblado donde habitan los obreros, al amanecer sabremos de ellos.

El cuento arranca con los ladridos de un perro a la oscuridad de la noche, simbólica, las luces del poblado de los obreros es lo único que anida en la noche que va a transcurrir; el perro, el estado más primitivo, manifiesta el miedo a lo desconocido, está a la puerta de la casa en la que los dos técnicos mencionados mantienen la conversación en presencia de un tercero, que había pasado el día en una feria y vuelve a la casa en la que se hospeda, pero se ha perdido. El perro ladra, y salen a la puerta para saber a qué ladra. Son conscientes de su miedo a la oscuridad, quizá, dicen sea el miedo a sus sueños, quizá sean fruto de su nerviosismo. Ninguno da importancia al miedo proveniente de aquel pasado ancestral, del estado tan primitivo, está olvidado. Tras resolver la escena el narrador, el mismo personaje que ha buscado refugio, define lo que hay en torno a la casa como «singular», y declara que, debido a ello, la noche le llegó a parecer «sombría, desapacible y oscura»; éste personaje, que no sabe bien dónde se encuentra, manifiesta algo de lo que pasa al perro: lo que esta por saberse crea inquietud.

Va a ser el ingeniero Ananiev, uno de los dos habitantes de la casa, el que, ante los otros dos, manifieste admiración al contemplar la obra que llevan a cabo, la línea férrea en la estepa rusa, y hace futurismo calculando que en 100 años allí se levantarán fábricas y casas y, aún, piensa en las máquinas que se pondrán en marcha. El segundo habitante de la casa es un estudiante que cuando mira en medio de la noche el paisaje de pequeñas luces que brillan saliendo de las demás viviendas, le retrotraen a un tiempo mítico en el que las «tribus», dice, esperan la mañana para pelear. Las visiones del ingeniero provienen del futuro, y las del estudiante del pasado más remoto. Hasta que se nos dice que el ingeniero, de edad avanzada, mostraba en el trato al ayudante cierta benevolencia, y le decía «jovencito», y como esto distanciaba al otro. Para el ingeniero su puesto de trabajo era una conquista a contracorriente, un empleo fijo, y por tanto un seguro para la vida de su familia, y eso daba firmeza a sus opiniones. Entretanto, su acompañante, descendiente de la aristocracia, la condición social construye la conciencia de los individuos, se encuentra extraño en un mundo en el que debe abrirse camino, se siente extraño en un mundo en el que la garantía de vida de quien no nace como él esta en «un empleo fijo, un pedazo de pan asegurado y una opinión definida de las cosas», se nos dirá. Y nuestro narrador, visitante casual, asiste al choque entre dos formas opuestas de vivir. El hijo de la aristocracia dice que todo eso que le parece una conquista al ingeniero «es una bobada…» El ingeniero sabe que para aquél joven aristócrata nada tiene valor porque él está donde está sin haber pasado por los grados inferiores, sabe que es por eso por lo que siente desprecio de todo, que es por eso por lo que se aferra a la idea de que nada cambia y que nada merece la pena; y le pregunta si le da lo mismo que se emprenda o no una guerra, si le da lo mismo que como consecuencia de la guerra mueran o no miles de personas, y ante la indiferencia del otro sigue: «Convenga conmigo en que esa lamentable forma de razonar imposibilita todo progreso, toda ciencia, todo arte y hasta todo pensamiento… seis años estuve bajo el yugo de esas ideas y le juro que no aumenté un ápice mi inteligencia. No enriquecí en una sola letra mi propio código moral. ¿No es una desgracia? Además, no contentos con emponzoñarnos a nosotros mismos, inoculamos el veneno en la vida de las personas que nos rodean». Y, ante la respuesta despreciativa del otro, se propone contarle un caso concreto «… una novela con argumento y desenlace, ¡una lección magnífica!», y expone su relación con una mujer y cómo, en el escaso tiempo que pasó junto a ella y sobre todo después, cambió su propio comportamiento al descubrir la profundidad de sus actos, las emociones que provocó, las respuestas que ella le dio ante la perspectiva nueva, el daño que él hizo y las opciones que se presentaron en la vida de los dos, añadiendo un drama en lo que a ella le correspondía. Pero el discurso venía de atrás y tenía planteadas sus preguntas: ¿estamos de acuerdo en que las sociedades cambian? ¿en que la introducción de valores nuevos mediante modificaciones sociales lleva a las personas a situaciones nuevas? De ahí que se nos cuente sobre la mujer su intento de liberación empezando por escapar de los lugares en los que se encuentran retenidas, marchándose con quien les parece que les oferta una posibilidad ideal para su libertad, aunque sea un porvenir incierto. Chéjov siempre interesado por la situación de la mujer, siempre discutiendo el machismo. Pero el ingeniero, que cuenta su relación con la mujer se enfrenta a si mismo y se revuelve contra su comportamiento: «Resultaba que yo, el gran pensador, no había asimilado la técnica del pensamiento… Por primera vez en mi vida traté de pensar con aplicación y tesón,… Un hombre cuyo cerebro no trabaja siempre, sino solo en momentos de tensión, suele verse acosado por la idea de la locura. … Comprendí que mis ideas no valían un céntimo,… que ni siquiera tenía idea de lo que era pensar con seriedad,… de que no tenía convicciones,… toda mi riqueza intelectual y moral consistía en fragmentos, recuerdos inútiles, ideas ajenas; mis procesos mentales eran tan poco sofisticados, elementales y primitivos como los de un yakutio,… estaba atado de pies y manos por cuentos de niñeras y por una moral convencional. Comprendí que no era un pensador, ni un filósofo, sino un simple diletante. …ese diletantismo… ha conseguido inculcar en la masa una nueva actitud… respecto a las ideas nuevas. No empecé a pensar normalmente hasta que me dediqué a aprender el alfabeto, hasta que la conciencia me llevó de vuelta a…» y se refiere a la mujer a quien había ofendido.

Fuera de la casa el perro vuelve a ladrar, se anuncia el amanecer, pero ahora ladra a unos desconocidos, los desconocidos son «los obreros que se vislumbran en la bruma matinal». El ingeniero, el aristócrata y el visitante salen a la puerta para ponerse junto al perro. El que ha buscado refugio en la casa, nuestro narrador, viendo llegar a los obreros piensa: «No hay modo de entender nada en este mundo», y en el párrafo siguiente , con lo discutido y con la visión de «la llanura, el cielo inmenso, el oscuro robledal, y el nebuloso horizonte que parecía decirme: ¡Sí, no hay modo de comprender nada de este mundo», como vemos hace una afirmación antes que la negación, y a esta sigue otra que es una fórmula literaria de carácter simbólico con la que Chéjov ha querido terminar: «Empezaba a despuntar el sol…», y lo indica, como vemos, de la manera más sencilla, como algo que resulta de la noche, de la reflexión de las tortuosidades, se ve más allá. Chéjov nos deja ante el saber futuro de la experiencia pasada, para lo cual el narrador nos había situado: «Se habían dicho muchas cosas en la noche, pero no me llevaba conmigo ni una sola respuesta». Queriéndonos decir que la respuesta la tiene que dar uno mismo, y que la respuesta a cada asunto dirá de nosotros en qué acción y en qué pensamiento nos encontramos, en la transformación o en la reversión.

Hace más de cien años que Chéjov escribió «Luces», y la esencia nos reclama para pensar más allá del perro, del aristócrata y del pequeño burgués. Sólo el título, con las luces de las casas de los obreros, apareciendo estos con la luz del amanecer, es un gran anuncio.

Título: Luces.

Autor: Antón Chéjov.

Traductor: Víctor Gallego.

Editorial: Alba Brevis.

Ramón Pedregal Casanova es autor de «Siete Novelas para la Memoria Histórica, edita Fundación Domingo Malagón y Asociación foro por la Memoria (asociacion.foroporlamemoria@yahoo.es)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.